La dimensión ética

 

Hasta ahora, la dimensión ética del progreso científico se había planteado sobre todo en el entorno de la intervención en los procesos esenciales de la vida humana: desde la concepción y el embarazo, hasta los cuidados paliativos y la muerte. Uno de los grandes principios de la bioética fue siempre que no todo lo que la ciencia o la técnica podían hacer era compatible con la dignidad de la persona; por tanto, no se debía hacer todo lo que era técnicamente posible.

Esa perspectiva se impone cada vez más en todos los aspectos del comportamiento humano, justamente porque ha crecido el doble poder creador y destructivo ligado al progreso. Basta pensar, en el contexto de la invasión de Ucrania, en la necesaria refundación del derecho internacional humanitario o en la justificación ética de la carrera de armamentos. Al menos, para sortear el dilema propuesto por el gran Edgar Morin entre homo sapiens y homo demens. O la frecuente dialéctica entre visionarios y retrógrados, apocalípticos e integrados… Porque IA y big data pueden aplicarse a la lucha contra la enfermedad, pero son el nervio de la videovigilancia totalitaria del partido único en China.

La aplicación indiscriminada de dogmas económicos puede llevar a la crueldad. Por eso suscita también reacciones emocionales, insuficientemente pensadas, que pueden despreciarse como irreales, utópicas, simplistas, populistas. Tal vez algunas lo fueron. Pero cada vez son más nítidos los avances éticos en términos de responsabilidad social de la empresa, de inversiones modalizadas por las grandes cuestiones humanas y ecológicas de nuestro tiempo.

Juan García.

ideasclaras.org

 

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