Por la vida nos encontramos a personas que saben perfectamente hacia dónde van, cual es el camino correcto, o sea son personas con sentido. A veces simplemente tienen un plan a medio plazo que les sirve para vivir con decisión, pero eso se demuestra escaso en cuanto la meta se ha conseguido o se ha desechado. Lo que verdaderamente nos da paz, nos hace felices, es tener un sentido último en la vida.
El sinsentido, en castellano, hace referencia a algo irracional o absurdo, pero también es una forma de vida no consciente. Si un sinsentido es para cualquier personal con dos dedos de frente algo absurdo, sin embargo vivir sin sentido no es una situación tan explícita y notoria, y, con frecuencia, la persona que vive así no se da mucha cuenta, hasta que no pasa una cierta edad o una serie de reveses familiares o sociales.
Da pena ver a esas personas que no saben a dónde van. Lo describe muy bien Nembrini, comentando a Dante: “Como los estorninos, como algunos pájaros vuelan en nubes desordenadas, con un movimiento que cambia continuamente de dirección de manera confusa y desordenada, así la borrasca infernal arrastra a los espíritus malvados, los lleva para acá, para allá, arriba, abajo… Imagen impresionante de cómo vivimos a menudo los sentimientos: pasiones que nos dominan arrastrándonos a cualquier sitio, sin horizonte, sin historia, sin la posibilidad de construir nada”.
“Sin posibilidad de construir nada”, es lo que nos hace pensar con cierta frecuencia: ¿para qué es mi vida, para qué trabajo, por qué dedico tantas horas a trabajar, y casi a nada más? Es un tema básico para tener en la cabeza. Dice Rosini: “Muchos en este punto piensan: es verdad, debo decidir mis prioridades. Error. Aquí está el meollo: las prioridades no se deciden. Las prioridades se reconocen. Se acogen. Se admiten. El firmamento lo crea Dios. La clave la pone el autor”.
Domingo Martínez Madrid