Ya hay evidencias de que la pornografía deforma el cerebro a nivel funcional y morfológico, según explica el epidemiólogo Miguel Ángel Martínez en su nuevo libro, Salmones, hormonas y pantallas (Planeta, 2023). Otro hecho importante es también que: este negocio oculto está arruinando vidas y familias (en un estudio, Enrique Rojas señala que la pornografía juega un papel importante en el 70% de los divorcios).
Llegados a este punto, demos un salto, o un paso atrás, según se mire. Si reconocemos que una persona se rompe, por este u otro motivo, intuimos que tiene una construcción previa, una estructura dada cuyas piezas dejan de encajar. La crisis de salud mental lleva, por tanto, a preguntarnos por esta naturaleza humana. ¿Somos sólo físicos y psíquicos? Si es así, ¿cómo se explica que nos quebremos cuando la corporeidad, las emociones, los sentimientos, el afán de sentido y la trascendencia no van en la misma dirección? Cuántos sufrimientos se están dando por desintegrar estas dimensiones. Y cuántas esclavitudes.
Antes me refería a algunas trampas, pero la más grande ha sido negar el alma y el bien propio que es cada hombre que trasciende, a su vez, la naturaleza de las cosas. El timo empieza allí. El resto es un efecto en cadena.
JD Mez Madrid