ROMA (Italia).- El Papa Francisco que no acude al Coliseo por el frío que hace en Roma, ha incluido a dos adolescentes de Ucrania y Rusia en el Vía Crucis para reflexionar sobre las consecuencias de la guerra y pedir la paz.
Está decisión hace recordar la polémica que se desató el año pasado cuando el Vaticano tuvo que cancelar una de las meditaciones en la que dos mujeres, una rusa y una ucraniana, llevaron juntas la cruz.
Se trata de la meditación correspondiente a la décima estación, que rememora el momento en el que Jesús es despojado de sus vestiduras justo antes de ser crucificado.
El chico ucraniano que participará ha explicado cómo emigró con su familia el año pasado a Italia desde la ciudad de Mariúpol, pero su padre fue detenido por los soldados ucranianos en la frontera para obligarlo combatir. «Al llegar a Italia yo estaba triste. Sentí que me despojaban de todo; que estaba completamente desnudo. No conocía la lengua y no tenía ningún amigo», ha destacado.
Finalmente, la familia decidió volver a Ucrania, a pesar de que el conflicto no ha acabado y su ciudad está destruida. «Pero en el corazón me quedó esa certeza de la que me hablaba la abuela cuando yo lloraba: «Verás que todo pasará. Y con la ayuda del buen Dios volverá la paz», ha exclamado. Por su parte, el joven ruso ha declarado experimentar «casi un sentimiento de culpa» por su nacionalidad.
«Hace dos años que veo llorar a mi abuela y a mi madre. Una carta nos comunicó que mi hermano mayor había muerto. Lo recuerdo todavía el día en que cumplió dieciocho años, sonriente y brillante como el sol, y todo eso sólo algunas semanas antes de partir a un largo viaje. Todos nos decían que debíamos estar orgullosos, pero en casa sólo había sufrimiento y tristeza. Lo mismo pasó con mi padre y mi abuelo; también partieron y no sabemos nada de ellos. Uno de mis compañeros de la escuela, con mucho miedo, me dijo al oído que hay guerra. Al volver a casa escribí una oración: Jesús, por favor, haz que haya paz en todo el mundo y que todos podamos ser hermanos», ha relatado el joven.
El Vaticano ha explicado que debido al frío intenso que hace en Roma el Pontífice -que salió el pasado sábado del hospital Gemelli de Roma, tras curarse de una bronquitis infecciosa- seguirá por televisión el Vía Crucis desde su residencia, la Casa Santa Marta.
La ausencia de un Papa en este rito no es inédita. En el 2005, San Juan Pablo II también tuvo que seguir por televisión el Vía Crucis del Coliseo en la capilla de su piso privado, en la tercera logia del Palacio Apostólico.
dejándonos interpelar profundamente por los testimonios y ecos que han llegado a los oídos y al corazón del Papa incluso durante sus visitas. Son ecos de paz que reaparecen en esta “tercera guerra mundial a pedazos”, pic.twitter.com/rXarf35y1d
— Vatican News (@vaticannews_es) April 7, 2023
El Papa argentino ha querido este año que las catorce meditaciones del Vía Crucis que recorren la subida de Jesús al Calvario, la pasión, la muerte y la deposición en el sepulcro las escribieran personas que claman por la paz.
En este sentido, el drama de los migrantes ha cobrado vida en la meditación de la segunda estación que evoca el momento en el que Jesús tiene que cargar con la cruz. Un migrante de África occidental ha narrado su particular ‘Via Crucis’, que le condujo hasta un centro de detención en Libia.
«Después de 13 días de viaje llegamos al desierto y lo atravesamos en 8 días, topándonos con coches quemados, bidones de agua vacíos, cadáveres de personas, hasta llegar a Libia. El que todavía debía dinero a los traficantes por la travesía fue encerrado y torturado hasta que pagó. Algunos perdieron la vida, otros la razón. Me prometieron que me pondrían en un barco rumbo a Europa, pero los viajes fueron cancelados y no recuperamos el dinero. Allí estaban en guerra y llegamos al punto de ya no prestas atención a la violencia ni a las balas perdidas. Encontré trabajo como estucador para pagar otro viaje».
El joven ha narrado cómo finalmente se echó al Mar Mediterráneo «con más de cien personas en una balsa inflable» y que, tras una larga navegación, finalmente fueron rescatados por una embarcación italiana que los deportó nuevamente a Libia.
«Allí estuvimos encerrados en un centro de detención, el peor lugar del mundo. Diez meses después estaba nuevamente en una barca. La primera noche hubo marejada, cuatro cayeron al mar, logramos salvar a dos. Me dormí esperando morir.Al despertarme, vi junto a mí personas que me sonreían. Unos pescadores tunecinos pidieron ayuda, la barca atracó y unas ONG nos dió comida, ropa y cobijo. Trabajé para pagar otro viaje. Era la sexta vez; después de tres días en el mar llegué a Malta. Permanecí en un centro durante seis meses y allí perdí la razón; cada tarde preguntaba a Dios por qué, ¿por qué hombres como nosotros deben considerarnos enemigos? Muchas personas que huyen de la guerra cargan cruces similares a la mía», ha concluido.
Fuente Europa Press / foto Twitter