Hombre y mujer tienen la misma dignidad: cuanto atente contra esta afirmación obtendrá mi rechazo. Las discrepancias comienzan por qué se entiende por “dignidad”, porque para algunos es libertad de elegir el sexo, o primar en algún sentido a la mujer por el hecho de serlo con independencia de la valía profesional.
La paridad en puestos directivos puede ser una medida coyuntural, pero yo defiendo que se elija a las personas en función de su valía y méritos, no por ser hombre o mujer: si lo merecen más mujeres, más mujeres, no paridad. Sé que, en algunas empresas, ser mujer y dejar abierta la posibilidad de ser madre, en la práctica sigue llevando a discriminaciones intolerables.
Soy de los que piensan que, para equiparar de verdad y en la práctica a hombres y mujeres, no se debe dejar exclusivamente a las mujeres la reivindicación de la dignidad femenina, que es el feminismo que defiendo. No equivale a afirmar que los hombres hemos de diseñar y defender el feminismo, como si las mujeres estuvieran limitadas incluso en esa tarea: hombres y mujeres unidos en esa mejora real de los derechos y reconocimientos de la dignidad femenina.
Un claro ejemplo lo son las tareas domésticas, el trabajo del hogar: muchas veces la mujer se multiplica en el trabajo del hogar y en otro que libremente asume, mientras el hombre casi se desentiende, o reduce su aportación a acompañar a su mujer a la compra semanal, o a comprar el pan los sábados, por poner unos ejemplos que no son imaginarios. Pero hemos avanzado: los hombres han entrado en las tareas domésticas, cada vez más. Es un claro avance cultural: no tiene casi nada que ver un hombre de 30 años que uno de 65 en lo que atañe a implicarse en las tareas domésticas.
La educación, la historia, la cultura, las cualidades físicas y psíquicas, todo un conjunto de variables pueden explicar costumbres, opciones, mayor facilidad para ciertas tareas por parte de la mujer o del hombre. Explicar no es justificar ni validar. Sin sectarismos, depuremos con valentía y razones cuanto atenta a la dignidad femenina.
Jesús Martínez Madrid