En estos momentos, en pleno desarrollo de las JMJ, me parece importante hace una reflexión sobre el amor y sobre la sexualidad. Nuestra felicidad, como personas, tiene mucho que ver con el modo de vivir las dimensiones esenciales de nuestra naturaleza humana. Por ejemplo, el modo de cultivar nuestra inteligencia y nuestra voluntad, la afectividad, la fe y también la sexualidad. En estas líneas me voy a referir a esta última cualidad.
Hemos sido creados como hombre o como mujer, igual dignidad y complementarios en nuestra sexualidad. para la subsistencia de la especie humana. Pero como somos seres racionales no nos debemos regir por el mero instinto o atracción sexual, como los animales, seres irracionales.
Nuestra razón, bien ordenada, nos debe hacer ver que en la persona humana la procreación solo debe ser fruto del amor, pero de un amor estable y fiel, comprometido previamente para toda la vida en el matrimonio, porque el ser humano, por su dignidad debe ser fruto del amor y porque ese hijo tiene derecho a tener un padre y una madre que lo amen, lo cuiden, lo formen…
Este modo de vivir la sexualidad es fuente de alegría y de satisfacción, como demuestra la experiencia de tantos matrimonios. La sexualidad vivida así fortalece el amor mutuo, el respeto y la delicadeza, y favorece vivir la paternidad responsable, que lleva a formar una familia numerosa cuando no hay circunstancias objetivas importantes que lo dificultan.
Cuando se trata del noviazgo, el modo correcto de manifestar el cariño será el que corresponda a esa situación, en la que aún no se han entregado el uno al otro en el matrimonio, y por tanto sabrán privarse de las relaciones propias del matrimonio, sin «quemar etapas», que podrían «quemar el amor», como decía Benedicto XVI.
Jesús Domingo Martínez
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