Este es un artículo de opinión de Jomo Kwame Sundaram, profesor de economía y antiguo secretario general adjunto de la ONU para el Desarrollo Económico.
KUALA LUMPUR – En las últimas décadas, se ha culpado del fracaso del progreso económico a una supuesta trampa de los países de renta media. Esta acusación oculta tanto como supuestamente explica.
La fábula de la trampa de los países de renta media comenzó como una historia del Banco Mundial sobre por qué los países de renta media alta de América Latina no lograron convertirse en países de ingresos altos tras aplicar las políticas exigidas o prescritas por las instituciones de Bretton Woods.
Con la trampa de la renta media los teóricos del desarrollo económico argumentan que un país que llega a ese nivel de ingresos, impulsado por las ventajas de su nivel precedente, se queda estancado en ese escalón medio.
El Frankenstein de Bretton Woods
El sistema monetario internacional emanado a partir de 1944 de Bretton Woods, basado en reglas convenidas, terminó en agosto de 1971 cuando el presidente Richard Nixon (1969-1974) repudió unilateralmente las obligaciones de Estados Unidos. Esto ocurrió después de que su Departamento del Tesoro hubiera pedido prestado grandes cantidades al resto del mundo desde la década de los años 60.
El exorbitante privilegio del gobierno estadounidense de gastar por encima de sus posibilidades ha continuado a pesar del “no sistema” monetario internacional resultante. La continua aceptación del dólar estadounidense, o billete verde, como virtual moneda mundial ha permitido al Tesoro estadounidense obtener préstamos internacionales a bajo coste.
Esto ha facilitado a Estados Unidos mantener enormes déficits comerciales y de cuenta corriente, y una presencia militar en gran parte del mundo, a pesar de sus enormes y aún crecientes déficits fiscales y comerciales. El desmesurado privilegio estadounidense parece haberse sustentado en su poder blando y en su inatacable superioridad militar.
Ante la estanflación, el estancamiento económico con inflación, el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Paul Volcker (1979-1987), subió los tipos de interés drásticamente a partir de 1980. Esa política terminó pronto con la inflación estadounidense, pero también con el legado del New Deal (nuevo trato) del presidente Franklin Roosevelt de los años 30 del siglo pasado.
Con una inflación elevada, los tipos de interés reales parecían bajos a pesar de los elevados tipos de interés nominales del mundo en desarrollo. Con un crecimiento elevado en el Sur global en la década de los 70, el endeudamiento para mantener las inversiones, incluso en el extranjero, seguía siendo atractivo.
Pero las subidas de los tipos de interés estadounidenses pronto desencadenaron crisis fiscales y de deuda soberana en muchos países: A Polonia en 1981 le siguieron muchas economías latinoamericanas, africanas y de otros países del Sur.
Consenso de Washington
Ante la subida de los tipos de interés, muchos gobiernos ya no podían atender al servicio de la deuda acumulada, y mucho menos pedir prestado para invertir más. En su lugar, tuvieron que aplicar políticas monetarias y fiscales contractivas a nivel nacional, provocando un estancamiento económico.
Con la británica Margaret Thatcher (1979-1990) y el estadounidense Ronald Reagan (1981-19989) exigiendo esas políticas macroeconómicas de austeridad, las instituciones de Bretton Woods, con sede en Washington, pronto las prescribieron, poniendo fin a la llamada Edad de Oro keynesiana posterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
El Fondo Monetario Internacional (FMI) exigía políticas de estabilización contractivas para poder acceder a créditos a corto plazo. Los programas de ajuste estructural (PAE) del Banco Mundial exigían normalmente la liberalización económica y la privatización para la financiación a largo plazo.
El Banco Mundial también abogaba por una mayor orientación hacia la exportación y la inversión extranjera. Cuando le pagó el gobierno japonés, el Banco celebró su auge industrial de posguerra como un milagro, un nuevo modelo a imitar.
Pero esto pronto terminó con su desaparición debido a la sobrevaloración del yen japonés demandada por Estados Unidos y a su desacertado Big Bang financiero.
El enigma latinoamericano
Las economías latinoamericanas y otras vulnerables perdieron más de una década a partir de los años 80, en lo que se llamó de hecho la década pérdida, mientras que las economías africanas perdieron un cuarto de siglo. En un principio, el crédito oficial japonés a bajo interés se destinó principalmente al sudeste asiático, mientras que el sur de Asia asumió menos deuda externa.
La estabilización y las condicionalidades de los PAE socavaron la modesta industrialización de América Latina, lo que también impidió que la región se recuperara con fuerza hasta el nuevo siglo. Pero sus economías no se habían liberalizado lo suficiente para los neoliberales, a pesar de recurrir más al comercio exterior y a la inversión extranjera desde los años 80.
Las economías prósperas se volvieron más proteccionistas, especialmente tras la crisis financiera mundial de 2008. Pero a los países en desarrollo se les dijo que se abrieran aún más a pesar de la contracción de los mercados de exportación.
Sin embargo, con el fin de la globalización, ni siquiera Asia oriental puede confiar ya en el crecimiento de las exportaciones. Además, es difícil apartarse de la producción orientada a la exportación, sobre todo porque los compromisos de acuerdos comerciales anteriores no pueden repudiarse unilateralmente.
Como en América del Sur a principios de este siglo, la redistribución progresiva a menudo ha acelerado el crecimiento, en lugar de subvertirlo. Hay que reconsiderar críticamente las afirmaciones habituales de que dicha redistribución es mala para el crecimiento. Después de todo, la redistribución progresiva sostuvo el crecimiento en la Europa de posguerra.
Salir de la trampa
El argumento de la trampa de la renta media sostiene que los países de renta media no pueden mantener un progreso económico rápido. Las supuestas razones varían según los sesgos políticos e ideológicos, ya que las supuestas causas estructurales, culturales, políticas, de comportamiento o de gobernanza suelen reflejar tales prejuicios.
La retórica más reciente ha proclamado la necesidad de pasar de las actividades económicas secundarias a las terciarias. El crecimiento de los servicios contemporáneos es supuestamente necesario para mantener el progreso y convertirse en países de renta alta.
Otro argumento popular ha sido que la redistribución progresiva ha subvertido el crecimiento. Pero ahora es indiscutible que la redistribución progresiva fue crucial para sostener el crecimiento en la Europa de posguerra.
No cabe duda de que se ha abusado de los poderes discrecionales del Estado para el clientelismo político y el engrandecimiento personal. El clientelismo es una plaga en muchas sociedades, socavando el valor de las necesarias intervenciones estatales. Pero no debemos confundir el grano con la paja.
La historia sugiere que la mejor manera de superar la trampa de la renta media sería aplicar políticas adecuadas de inversión y tecnología. Se necesitan políticas selectivas para promover el crecimiento, no sólo de la industria manufacturera, sino también de los servicios de gama alta, así como el suministro de alimentos seguros, nutritivos y asequibles.
Pero todo esto no va a suceder espontáneamente. Las reformas deben elaborarse y secuenciarse deliberadamente a través de diversas intervenciones como parte de iniciativas bien diseñadas, coherentes y sostenidas.
T: MF / ED: EG
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