El recordatorio del Día del Trabajo que constituye un sentido homenaje a quienes ofrendaron sus vidas para conquistar la jornada de las ocho horas de labor manual e intelectual, ocho horas de recreación y ocho horas de descanso, significa en estos tiempos una valiosa oportunidad para reflexionar sobre el presente y proyectar el futuro de quienes participan activamente en la ardua tarea de tener, algún día, un país en donde la libertad, la igualdad y la fraternidad no signifiquen meras palabras ni declaraciones de oportunidad.
Sabemos que ese algún día llegará en su momento y que el hermoso concepto de patria alcanzará otra dimensión. Las banderas reivindicativas propias de una vida más digna y de un mundo mejor flamearán en lo más alto, al mismo tiempo que el pueblo cantará victoria sabiendo que se encuentra, entonces, formando parte de una nación sin discriminados, sin olvidados, sin ciudadanos de segunda clase.
Es evidente que la mundialización sigue un curso continuo y normal, provocado por el acercamiento de los hombres y de los lugares a causa de la abolición de las distancias y por la información generalizada. Pero, siendo esto así, la nación, en este siglo XXI, todavía sufre porque sigue imperando la exclusión social y económica y son miles de peruanos y peruanas, los que todavía no han sido contactados. La democracia y la justicia social, y con ellas la paz que tanto se anhela, están lejos de conquistarse, siguen siendo utopía pero al mismo tiempo una esperanza.
La Asociación Nacional de Periodistas del Perú (ANP) tiene esta visión, fruto de su convivencia y de su diálogo permanente con los sectores más oprimidos de la población. El trabajo periodístico lo permite. La información de los sucesos de interés público, la interpretación cabal de los hechos, la opinión orientadora distante de los intereses del poder político y del poder económico, son los instrumentos que le facilitan tener voz propia y autonomía suficiente para hablar con independencia y sin sometimientos de naturaleza alguna.
Consciente de esta realidad y en vísperas de un cambio de gobierno en donde la inmensidad de las reivindicaciones que demandan los trabajadores y trabajadoras, siguen en un estado de frustración, la ANP considera que esta es la oportunidad propicia para que la clase política, también, reflexione sobre la necesidad de una sociedad con valores éticos y espirituales. Ninguna civilización podría sobrevivir sin ellos. La supervivencia colectiva de todo un pueblo pasa por la acción honesta y responsable de cada individuo. Nadie es más que otro. La ética se expresa en todos los niveles de la vida, impone comportamientos y decisiones que respeten las personas, la naturaleza y un orden viviente lleno de armonía, de justicia y de paz.
Pero la reflexión que demanda nuestro gremio pretende llegar a todos y todas por igual. En consonancia con ello hace ver que la ley cínica por el lucro conduce a la deshumanización y al sometimiento del ser humano al poder y al dinero. Cuando el sistema, ahora impuesto globalmente, engendra coacciones de fondo contra natura, se produce una entropía destructiva, fuente de todas las violencias y de todos los caos. Y eso no debe continuar, en tanto que sí puede, mediante el diálogo civilizado, crear una corriente de opinión tanto para impulsar el bien común de todos los ciudadanos y ciudadanas como para la supervivencia del pueblo en su conjunto. Hace falta una ética que sirva de reposamiento determinante para normar la vida económica, social y política y que contenga en su matriz central el pleno respeto a la vida y a la persona humana.
Esa misma ética nos debe traer el inicio de una lucha determinante contra todas las formas de corrupción, de mentiras, de especulación y de olvidos interesados, que ahora predominan y que deben desaparecer para siempre. Esto ha de ocurrir y corresponde al pueblo trabajador, con convicción y fe, hacerlo realidad.
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