BUENOS AIRES.- Uno de los más crueles represores de la dictadura, Alfredo Astiz, conocido como el “Ángel de la Muerte» declaró al tribunal que no se arrepiente de sus crímenes y “nunca voy a pedir perdón por defender a mi patria”.
El genocida de 67 años es procesado por su enésimo crimen, esta vez el asesinato de la adolescente sueca Dagmar Hagelin, perpetrado hace 40 años por quien se se infiltró en las Madres de Plaza de Mayo para asesinar a sus fundadoras.
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Con una crueldad que alimentó su leyenda, aprovechó su cara angelical de veinteañero rubio de ojos azules –por eso lo llamaron el ángel de la muerte- para infiltrarse en el incipiente grupo de las madres de Plaza de Mayo y colaborar en 1977 en el asesinato de su primera líder, Azuzena Villaflor, y otras 11 personas de su entorno, entre ellas dos monjas francesas.
Todos murieron en los llamados vuelos de la muerte, arrojados vivos al Río de la Plata y se endcuenatra en la cárcel desde el 2003 tras se condenado a cadena perpetua.
El día definido para el secuestro, a la salida de la iglesia, Astiz fue abrazando a las fundadoras del grupo para marcar a los militares que observaban la escena desde lejos quién debía ser apresado.
Argentina ha dado un ejemplo al mundo con sus juicios de lesa humanidad. Más de 500 represores siguen en la cárcel y los procesos no se detienen, hay nuevas condenas con frecuencia.
Lo que no cambia es la actitud de los condenados, que no solo se niegan a colaborar con la justicia o a admitir sus crímenes sino que ni siquiera aceptan pedir perdón a las víctimas. Tampoco han colaborado en desvelar dónde están las fosas comunes en las que acabaron muchos desaparecidos. (ECHA- Agencias)