BANGKOK.- Un minero ha muerto y decenas se encuentran desaparecidos tras el derrumbe de una mina de jade este miércoles en el norte de Birmania (Myanmar), donde se trabaja en condiciones extremadamente precarias.
El deslizamiento de tierra, que arrastró a los mineros informales mientras trabajan, se produjo a las 4.30 horas (22.00 GMT del martes) en la remota localidad de Hpakant, en el estado Kachin, donde se encuentra el complejo minero, el más grande del mundo dedicado al jade.
«Hasta ahora solo se ha encontrado un cuerpo», aseguró a Efe un miembro de los equipos de rescate que explicó que el número de desaparecidos no superará las 50 personas ya que esas horas de la mañana hace bastante frío y no había muchos mineros trabajando.
Los medios locales situaron la cifra de desaparecidos en más de 100.
Los equipos de rescate, que llegaron a las pocas horas del accidente, están teniendo muchos problemas para realizar sus labores ya que se trata de una mina vieja que se utiliza como vertedero, explicó la misma fuente.
En las fotos publicadas en Facebook por el servicio de bomberos de Birmania se puede ver a algunos miembros de los equipos de rescate en barcas en busca de cuerpos en las aguas de un lago cercano.
ACCIDENTES FRECUENTES
El pasado fin de semana se produjo otro accidente similar que dejó seis muertos en el mismo complejo minero, localizada a unos 800 kilómetros al norte de la capital, Naipyidó, informaron varios locales.
Miles de mineros sin licencia arriesgan sus vidas a diario para buscar trozos de jade entre las montañas de desechos de tierra amontonadas por las compañías mineras.
La inestabilidad de estos vertederos, generalmente ubicados cerca de precipicios o anexas a pequeños lagos, y las condiciones extremadamente precarias con las que trabajan estos mineros informales son algunos de los factores por las que los accidentes son comunes en Hpakant.
En julio de 2020 una avalancha sepultó a más de 160 mineros mientras estaban extrayendo el codiciado jade de las laderas excavadas en medio de una lluvia torrencial, y un año antes al menos 54 personas murieron a causa de un corrimiento de tierras en otro punto del complejo minero.
Estas minas se han convertido en un imán para miles de birmanos empobrecidos procedentes de todo el país, pero en la mayoría de los casos los beneficios son escasos y los riesgos son elevados.
A ello se suma el frecuente uso de drogas, como metanfetaminas, que se producen a escala industrial en el norte del país, para soportar las duras condiciones de trabajo y con las que a veces los mineros son pagados por sus empleadores en lugar de con dinero, lo que ha sido denunciado por organizaciones locales de defensa de los derechos humanos.
LA DEMANDA CHINA ALIMENTA EL NEGOCIO MILLONARIO
Las minas de jade, a las que la prensa extranjera tiene el acceso vedado, suelen estar controladas por opacas compañías con vínculos con el Ejército birmano o en zonas controladas por las guerrillas étnicas, según informes de la oenegé Global Witness.
Birmania es el mayor productor mundial de jadeíta, una preciada variedad de jade que se extrae principalmente en las montañas de Kachin y está especialmente codiciada en la vecina China, dónde van a parar la mayoría de las exportaciones.
La oenegé China Dialogue documentó en noviembre de 2020 los numerosos vínculos entre empresas y empresarios chinos con este negocio, reservado sobre el papel exclusivamente a compañías birmanas, y el constante tráfico ilegal del jade hacia el gigante asiático.
Aunque no existen datos oficiales fiables sobre este negocio, Global Witness estimó, en un informe de 2015, el valor total de la producción del jade birmano en 2014 en unos 31.000 millones de dólares (27.500 millones de euros), lo que equivalía al 48 % del producto interior bruto (PIB) oficial del país y era 46 veces mayor que el gasto total del Gobierno en sanidad.
A pesar de los exiguos intentos para reformar este sector durante el gobierno democrático de Aung San Suu Kyi, depuesta en el golpe de Estado militar del 1 de febrero, la situación continúa siendo dramática en Hpakang, donde unos pocos se embolsan la mayoría de las ganancias. EFE