La mitad de los estudiantes latinoamericanos de educación básica no aprende lo mínimo para contar con herramientas que los ayuden a desarrollar su vida adulta y la única manera de contrarrestar ese presente y futuro desolador es la inversión en la primera infancia, la docencia y la gestión educativa.
Esa es la apuesta del Banco Mundial que, a través de su economista principal de la Práctica Global de Educación para América Latina, el mexicano Rafael de Hoyos, defiende para que los Estados de la región reduzcan los índices de bajo o nulo aprendizaje.
Más de 79,6 millones de estudiantes escolarizados «no aprenden, de acuerdo a las pruebas estandarizadas», como el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA), sobre todo porque «tenemos sistemas educativos que no solo reproducen la desigualdad del ingreso, sino que la exacerban», advierte De Hoyos en entrevista con Efe.
A pesar de que en las últimas décadas la región ha visto un aumento de la cobertura a prácticamente la totalidad, «no se tomó en cuenta la calidad de los docentes, que son el actor más importante del sistema educativo», advierte el economista.
A ese contexto se suma que los sistemas educativos de Latinoamérica «no cumplen con funciones sociales básicas, como la promoción de la movilidad social», además de la falta de atención de los Gobiernos a la primera infancia, los primeros 1.000 días de vida que son fundamentales.
De ahí que más de 79,6 millones de estudiantes no puedan comprender un texto, no sepan organizar ideas de manera escrita ni operaciones básicas de matemáticas para resolver operaciones cotidianas, lo cual es «tristísimo», porque «si hay una bola de cristal que me pueda ayudar a ver el futuro, esa sería la actualidad del sistema educativo».
Esa «desatención», «si lo vemos desde un punto de vista de contrato social, es un gran fraude», advierte De Hoyos, pues mientras los contribuyentes pagan sus impuestos el Estado debería «proveer servicios básicos, como la educación y los sistemas educativos deben hacer que los jóvenes aprendan».
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Todo comienza con el drama de las zonas rurales y de extrema pobreza, pues ahí «la madre no va a revisiones, el niño nace con una desventaja de sus potencialidades, no recibe alimentación adecuada ni estimulación temprana y todo eso genera que en sus primeros 1.000 días no consiga el desarrollo adecuado».
En contraste a ese niño, narra De Hoyos, está la familia con posibilidades económicas, que tiene consciencia de la alimentación adecuada, de la estimulación, de la lectura y el apoyo emocional.
A eso se suma el tipo de educación que recibirán ambos, en contexto privado y público, «con docentes preparados» o «en condiciones deplorables», dando como resultado la «exacerbación de las brechas de aprendizaje».
Aunque De Hoyos reconoce que entre los casi 80 millones de estudiantes que no aprenden hay públicos y privados, asegura que se trata de «una anomalía» cuando hay alumnos que vienen de contextos con todas las posibilidades de desarrollo, pues «la relación entre los logros de aprendizaje con aquellos que tuvieron todas las condiciones es altísima».
La falta de aprendizaje, apunta el economista del Banco Mundial, es la causa principal del abandono escolar que se refleja en un total de 20 millones de «Ninis» o jóvenes que ni estudian ni trabajan, a quienes algunos Gobiernos, como el mexicano ha apostado por becarlos y eso «es un error garrafal».
«Si se va a la escuela y no se sabe sumar, restar, multiplicar y dividir y toca entrarle al álgebra, el estudiante está frito», describe De Hoyos, quien critica las becas que el presidente Andrés Manuel López Obrador instituyó, pues, «ni con un millón de dólares podría ayudarle a ese estudiante a aprender álgebra», asegura.
Según De Hoyos, no se trata solo de atender «la falta de recursos», porque ahí «la solución sí sería solo la transferencia de recursos», pero es necesario instruir «programas focalizados» que traten de «reducir la brecha educativa», como los refuerzos a las habilidades cognitivas y las habilidades socioemocionales.
Pero, lo más importante, acota, es la voluntad política, la continuidad y la inversión en los tres rubros más determinantes: primera infancia, docentes y gestión educativa.
En promedio, dice, «nuestros países la educación media y superior es el gran cuello de botella, mientras que en Guatemala es la secundaria o ciclo básico». Pero Chile, que es el gran ejemplo latinoamericano, «tiene tasa de graduación del 80 por ciento en el grado 12» y todo por la continuidad a la inversión de la educación primaria.
Y la fórmula es «atender el flujo y el ‘stock’ (inventario o cantidad), pues los Ninis ahí van a estar y hay que saber de dónde vienen. Es como una alberca que está llena de agua; para vaciarla tenemos antes que darnos cuenta de la pipa que la está alimentando. Hay que parar el flujo y abordar el ‘stock'».
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El flujo «es la deserción escolar», mientras que el «stock» «es la combinación de fortalecimiento de habilidades socioemocionales y fortalecimiento de habilidades cognitivas, además de la formación de competencias profesionales», afirma De Hoyos, quien añade que otro problema es que para atender a los Ninis hay que «hacer trajes a la medida».
Sin embargo, es posible reducir la brecha y ese número dramático de la mitad de estudiantes que no aprenden «concentrando la política de primera infancia en hogares que tienen niños de 0 a 3 años y que están por debajo de la línea de la pobreza y enviar a los mejores profesores donde hay mayores índices de deserción», concluye.
EFE