La eliminación de Brasil en cuartos de final del Mundial de Rusia 2018 tuvo sabor amargo para todo amante del jogo bonito con la añoranza sempiterna en la creencia que el Scratch por añadidura acuña su candidatura para estar metido en la pelea por el título.
Bélgica se encargó de hacer caer la venda para desnudar las costuras con hendiduras de un Brasil desnutrido, vulnerable y vacío. No fue el Brasil que el griterío mundial exigía más de un equipo que no daba la talla.
Los belgas no le dieron a los brasileños concesiones. Se plantó bien para realzar a Lukaku y desdibujar a Neymar. Hacer que los temerosos fuera el favorito y de ese modo fabricar un triunfo a todas luces merecido.
Brasil de Romario, Ronaldinho, Bebeto, Zico, Ronaldo y Sócrates es ajeno a lo que hoy dirige Tite como una sombra que no crece en el atardecer de su propia mediocridad.
Se fue Brasil y acaso ya no duele tanto porque la canarinha se queda últimamente en deuda, sin crédito para ser solvente y de ese modo roza la delgada línea del éxito al fracaso.
Brasil se comporta como un motor averiado. No encuentra la mano que solucione sus problemas mecánicos y de ese modo camina con el freno de mano. Avanza y en cualquier momento se planta. Como le ha vuelto a suceder en Rusia.
Como le sucedió el 2014 en que le fue peor con el 7-1 de Alemania, una herida que se creía estaba curada pero no hay bálsamo para su sanación y cuerpo que ya no aguanta.
La jornada sabatina despojó a Sudamérica de representantes al ser eliminada por Francia de Matuidi, Dembele, Umtiti, Griezmann, Kylian Mbappé y el arquero Hugo Lloris.
Uruguay aflojó en el partido que se reclamaba más grandeza. La ausencia de Cavani se hizo notoria pero tampoco estuvo Luis Suárez pese a que estaba en la cancha del estadio Nizhny Nóvgorod.
Aun así, Uruguay fue más que Brasil aunque poco consuelo a esta altura del Mundial. (Hugo Laredo Medina).
Foto: EFE