El Carnaval dominicano desborda estos días las calles del país con su rica mezcla de personajes, tambores, máscaras, trajes y alegría sin límites que recogen la amplia diversidad cultural y creatividad de sus pueblos.
Esa reunión de antifaces y serpentinas que celebraba en los albores del siglo XVI los colonizadores españoles, ha devenido en la gran mezcla de manifestaciones que han significado las raíces históricas de los dominicanos con el sincretismo mágico-religioso.
Así, las culturas taína, europea y africana están presentes en esa explosión de música, baile y color innovadores que atrapa a los dominicanos en campos y ciudades, que los lleva a pintarse el cuerpo y el alma.
No es casual que el folclorista y gestor cultural Roldán Mármol asegure que el carnaval local es dueño de una «riqueza y diversidad interminable» que lo hace «único» en el mundo.
Se refiere a creaciones vernáculas como «Califé», personaje vestido de negro que satiriza a la clase elite; o «Roba la gallina», hombre disfrazado de mujer de trasero y busto enormes que danza y sonría incansablemente mientras sostiene una sombrilla.
«Nuestro carnaval continúa innovando, creciendo, como lo muestra el fenómeno de los Alí Baba, que a finales del siglo pasado y principios del actual se adueñó de los barrios populares con sus redoblantes, trompetas, bombos y hasta botellas», dice a Efe el cantante y compositor.
Este domingo se celebra el Desfile Nacional del Carnaval en el malecón de la capital, donde se reúnen carrozas, comparsas y figuras individuales de toda la nación.
El escenario, al que cada año asisten miles de personas, mostrará el ingenio de las diferentes poblaciones, sus costumbres, sus reclamos, sus críticas y posturas sobre la actualidad.
La cita también es aprovechada por comerciantes callejeros y por aquellos desinhibidos que prefieren despojarse de casi todo su atuendo en honor a la «fiesta de la carne».
Las máscaras y disfraces tienen gran protagonismo en el Carnaval dominicano.
Los «macaraos» o «taimácaros», como se denominan en particular a los de Puerto Plata (norte), se manifiestan en los «diablos cojuelos» de La Vega (centro) y Santiago (norte), que complementan vistosos y coloridos trajes cuyos portadores están armados de una vejiga llena de aire con la cual golpean a los espectadores.
De acuerdo con Mármol, las expresiones carnavalescas tomaron espacio público con la propia Independencia de la República Dominicana, en 1844, y con la Restauración, en 1865.
«Pero fue a la llegada al poder del Partido Revolucionario Dominicano, en 1978, que gestores como Dagoberto Tejeda y (la exvicepresidenta del país) Milagros Ortiz Bosch, dieron apertura al carnaval con la institucionalización del Desfile Nacional y con ello los barrios pasaron a sumarse de lleno al carnaval», refiere.
A partir de ahí creció y creció el Carnaval dominicano. Se enriqueció con participaciones como la del teatro bailado «Cocolo», traído al país en el siglo XIX por inmigrantes de las islas inglesas caribeñas.
Este baile fue declarado por la Unesco en 2005 como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, y es interpretado por «los guloyas», originarios de San Pedro de Macorís (este), que danzan con vestimentas coloridas al compás de la flauta, tambores y campanas.
Las celebraciones carnavalescas locales más conocidas corresponden a las provincias de La Vega, Santiago, Puerto Plata, Monseñor Nouel (centro), Sánchez Ramírez (noreste), Samaná y el reciente pero concurrido que celebra el enclave turístico de Punta Cana (este). EFE