Vivimos un nuevo ciberataque cuando las llamas del anterior no se han extinguido por completo. El mundo no se ha detenido ni se ha producido el tantas veces anunciado colapso de la civilización, pero hay algo tremendamente asfixiante en estas amenazas informáticas.
El problema no son tanto las pérdidas económicas que provocan, por grandes que estas sean, o incluso que se ponga en riesgo la seguridad de las personas. Este martes mismo se supo que las mediciones de radiación de la central nuclear de Chernóbil se estaban realizando de forma manual. Los ordenadores con los que se hacen habitualmente habían sido infectados por este nuevo ransomware.
Lo peor de todo es que nos invade una tremenda sensación de impotencia. Motivada principalmente por el anonimato de los que ejecutan los ataques. Algunos expertos dicen que será casi imposible saber quién ha difundido este nuevo software malicioso. Evidentemente, hay teorías para todos los gustos sobre la autoría: Rusia, Estados Unidos (concretamente la NSA), una banda de estafadores, etcétera.
Pero también inquieta otra pregunta: ¿por qué se lanzan estos ataques? Esta cuestión es casi más siniestra por la ausencia de respuestas claras. Aunque en apariencia el beneficio económico es la razón del ataque, lo cierto es que los creadores de WannaCry apenas recaudaron con su infección global unos pocos miles de dólares. Así que el móvil del dinero parece débil.
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Sí, siempre cabe la posibilidad de que unos tipos que resultan ser unos genios escribiendo código hayan sido demasiado optimistas al calcular el dinero que podrían obtener secuestrando discos duros. Pero, la verdad es que esta teoría parece un tanto absurda. Sobre todo en este segundo ataque. Aunque, ojo, no es totalmente descartable.
En momentos de zozobra como el actual es casi imprescindible escuchar lo que cuenta Bruce Schneier, experto en seguridad informática, en el vídeo de la charla TED que acompaña a estas líneas. De entre todas las ideas que apunta, hay una que merece especialmente la pena resaltar: la sensación de seguridad es algo subjetivo. Puede ser más sencillo tener un accidente en casa que en un viaje, pero a pesar de ello nos sentimos más seguros en nuestra vivienda.
Sin querer caer en teorías de la conspiración, algo que por otra parte es bastante fácil cuando hablas de un enemigo invisible, todo lo que está sucediendo desde hace un tiempo con la seguridad informática recuerda a la técnica militar soviética maskirovka, que viene a traducirse del ruso como ocultación.
Esta vieja táctica parece triunfar en estos tiempos. En este artículo de la BBC se explica cómo la utilizó Vladimir Putin para arrebatar Crimea a Ucrania. Los hombres que tomaron ese territorio llegaron sin uniformes rusos y nadie tenía claro quiénes eran ni lo que estaban haciendo. Aunque casi todo el mundo lo sospechaba.
Con esto no quiero decir que los ciberataques hayan sido planificados por Rusia, aunque lo cierto es que se acumulan las pruebas de que este país está utilizando internet como arma estratégica. Lo que sí parece probable es que una o varias manos invisibles están buscando sembrar la inquietud.
En definitiva, alguien, o probablemente una multitud de actores, parece intentar que vivamos en esa sociedad sin esperanza en el futuro de la que hablaba Reinhart Koselleck en su libro Retropía. Pero hay motivos para creer en un futuro mucho mejor, empezando por el asunto de la seguridad informática.
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Los avances en computación cuántica prometen sistemas para proteger la información digital infinitamente más seguros. Con esa tecnología sería casi imposible descifrar la información que circula por las redes o la que almacenamos en un dispositivo. Aunque esto quizá también de pie a crear nuevos escenarios de ocultación de información. Quién sabe.
¿Podemos entonces usar hoy nuestros ordenadores y dispositivos electrónicos sin miedo? Claro que sí. Para lograrlo es buena idea tomar más en serio las máquinas con las que trabajamos y adquirir una cierta formación en seguridad informática. Una vez hecho esto nuestro nivel de alerta descenderá drásticamente.
Recordemos que hace no tanto internet se veía sobre todo como un espacio de libertad. En gran medida lo sigue siendo. Aunque los periodistas tengamos cierta debilidad por amplificar las alarmas, muchos políticos caigan en la inercia de intentar controlar la red con cualquier excusa burda y las peleas dialécticas que se producen en Twitter se confundan con el ambiente que se respira en la calle.
lavanguardia.com/ Ramón Peco