La grieta en clave peruana. El regreso a la libertad del expresidente Alberto Fujimori 15 años antes de que cumpla su condena no sólo abre interrogantes de cara al futuro en la clase política, atada a su figura, para bien o para mal en las últimas dos décadas, sino también en una sociedad polarizada frente a la imagen del “Chino”. No es casual que en las últimas dos elecciones haya triunfado el antifujimorismo, el “No a Keiko”, aglutinado alrededor de Ollanta Humala en 2011 y Pedro Pablo Kuczynski (PPK) en 2016.
Aunque la versión oficial dice que PPK indultó a Fujimori debido a su delicado estado de salud, parecen ser pocos en Perú los que creen en ella y los que imaginan al expresidente alejado de la política, en especial cuando se duda de la gravedad de su enfermedad. Las primeras dudas recaen sobre Fuerza Popular (FP), el partido de derecha populista que sigue el legado del expresidente, e incluso sobre la familia: es obvio, lo fue siempre, que el ex gobernante tiene preferencia por su hijo menor, el parlamentario Kenji. Y si siempre hubo esas preferencias, Kenji las supo cultivar. En los últimos años desarrolló una estrategia de aparente apertura que lo alejó de su hermana mayor Keiko, la líder de FP, y derrotada por Kuczynski en las presidenciales del años pasado.
Díscolo de adolescente y radicalizado de adulto, el parlamentario dio un giro y se convirtió en conciliador. No fueron pocos los antifujimoristas que advirtieron que esa actitud no era otra cosa que una estrategia con el único objetivo de liberar a su padre. Y lo consiguió con ayuda de un PPK, cuyo liderazgo se desploma cada día, pese a que el jueves, luego de haber logrado sobrevivir al pedido de destitución formulado por el Congreso, parecía que había logrado evitar que lo tapara el lodo de Odebrecht.
Pero los repetidos vaivenes de PPK pueden costarle caro. Llegó al poder abrazando la causa antifujimorista, apoyado por toda la izquierda y el centro democrático y repitió más de una vez que Fujimori tenía derecho a pedir su indulto, pero que él no estaba dispuesto a firmarlo. Y no sólo eso: el mismo jueves, su vicesegunda, Mercedes Aráoz, negó rotundamente un rumor que circulaba en Lima sobre el “canje” de indulto por absolución presidencial.
Ese jueves, Kenji Fujimori, el legislador más votado de todo el país en las últimas dos elecciones, jugó a fondo. Se opuso a su partido y a su hermana -quien había motorizado junto con la izquierda el pedido de “vacancia presidencial”- y evitó con su abstención y la de nueve compañeros que el “fujimorismo duro” lograra en el Congreso 87 votos para destituir a PPK. El favor venía con regalo de Navidad. Se dice, incluso, que el propio ex presidente condenado por graves violaciones a los derechos humanos llamó personalmente a varios de esos nueve díscolos para que acompañaran la decisión de Kenji, anunciada durante la tarde mediante un video en Youtube.
Durante años, Keiko trató de disminuir la influencia de su padre en Fuerza Popular, pero lo hizo de tal manera que terminó por representar el autoritarismo del que decía abjurar y se convirtió en una dirigente insensible, fría y calculadora, mientras su hermano jugaba a el papel de “hijo bueno”. Lo cierto es que ahora, la “línea sucesoria” del fujimorismo quedó abierta.
La izquierda, las organizaciones civiles y todos aquellos que durante casi 20 años combatieron al fujimorismo, están en pie de guerra y con capacidad para “tomar la calle” en contra del indulto. PPK puede haber salvado, por ahora, su gobierno. Pero semejante pacto de impunidad, lejos de “reconciliar” al país (tal la versión oficial), reabre una herida que permanecía dormida y que se activaba cada cinco años, cuando la mayoría de los peruanos se movilizaban para votar “no al fujimorismo”. También, y lo que parece ser más preocupante, inaugura un nuevo período de inestabilidad en la democracia peruana. (Pablo Biffi, Clarín de Argentina)
Foto: Joel Alonzo/Crónica Viva