María Blanco Prieto
Catedrática de la Facultad de Farmacia y Nutrición. Universidad de Navarra
Solo un 33,3% de los investigadores a nivel mundial son mujeres. Aunque muchos países han alcanzado la paridad de género en este ámbito, la desigualdad sigue siendo clara a muchos niveles. Los puestos de responsabilidad en investigación ocupados por mujeres constituyen una minoría y aún más, en puestos superiores de dirección. Se produce la llamada “gráfica de la tijera”, en la que conforme subes de categoría en la carrera científica el número de mujeres es cada vez menor.
El papel de la mujer en la ciencia siempre ha estado relegado a un segundo plano. De hecho, solo 22 científicas han recibido un premio Nobel en toda la historia. Y no solo porque haya sido un ámbito donde han destacado más los hombres, sino también porque muchos logros y descubrimientos cuya autoría correspondía a científicas les fueron atribuidos a ellos. El caso más conocido es el de la química británica Rosalind Franklin, a la que se negó durante mucho tiempo su papel en el descubrimiento de la estructura de doble hélice del ADN. Su investigación fue clave en el rompecabezas que les faltaba a sus colegas, Watson y Crick, para formular su hipótesis sobre la estructura del ADN. En 1962 estos dos científicos obtuvieron el Nobel, pero el nombre de Rosalind no se mencionó ni reconoció en este avance sin precedentes.
Otro dato significativo es que hasta el siglo XX no se permitió a las mujeres el acceso a instituciones científicas. Una de las mujeres más importantes de la historia y primera en recibir un Premio Nobel en 1903, Marie Curie, no fue admitida en la Academia de Ciencias de Francia por ser mujer. Más de medio siglo después, en 1962, una estudiante de doctorado del Instituto Curie, Marguerite Perey, fue la primera en ingresar en esta Academia.
Este veto a las mujeres en el ámbito de la ciencia lo vivió y denunció la neuróloga italiana Rita Levi-Montalcini, quien hizo patente que muchos de los hallazgos científicos atribuidos a hombres los hallaron en realidad mujeres. La científica, que descubrió el primer factor de crecimiento conocido en el sistema nervioso y obtuvo el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1986, junto con Stanley Cohen, siempre creyó que la desigual aportación de hombres y mujeres a la ciencia, y los mecanismos de desautorización femenina, se debieron a la mentalidad colectiva predominantemente tradicional.
En la actualidad, las desigualdades y los “robos” de méritos científicos a mujeres no son tan evidentes. El papel de la mujer en la ciencia está cambiando y se equipara al de los hombres, gracias al esfuerzo de muchas investigadoras y también a las políticas de igualdad. Tanto en los estudios universitarios, como en doctorado, postdoctorado y máster, la presencia de mujeres y hombres es equitativa, incluso en algunos ámbitos la primera es mayor. Pero a medida que pasa el tiempo, convertirse en líder de grupo o llegar a puestos de responsabilidad resulta más complicado. Entre los investigadores españoles más citados, por ejemplo, solo el 11,5% son mujeres. Pero esto no significa que las mujeres no publiquen, sino que no lideran estos trabajos, al no ser responsables de grupo o no poseer puestos de responsabilidad.
Afortunadamente, el techo de cristal se va resquebrajando poco a poco, pero sigue siendo crucial eliminar los sesgos de género y reivindicar el papel de la mujer en días como el que hoy conmemoramos (Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia). Hay que fomentar la participación de las mujeres en las convocatorias, en las financiaciones de los proyectos… y en este sentido se está avanzando. Asimismo, tenemos que seguir luchando y promoviendo políticas para que la conciliación, uno de los factores que más ha limitado hasta ahora este ascenso en la carrera científica de las mujeres, no continúe suponiendo una barrera. Un embarazo o compaginar vida familiar y laboral no debería entender de géneros.
Además de una lucha por la igualdad a todos los niveles, también es esencial una labor social que despierte vocaciones desde edades muy tempranas. Ofrecer referentes reales, que más allá de ejemplos del pasado, como Marie Curie, Rosalind Franklin o Rita Levi-Montalcini, sean académicas, catedráticas o científicas que lideren proyectos y equipos de investigación en la actualidad. El consejo para nuestras futuras científicas es esfuerzo, esfuerzo y esfuerzo. Pero no visto como sufrimiento, sino con una meta, la satisfacción de conseguir lo que se propongan.
Las investigadoras poseemos un papel importante: divulgar lo que hacemos, transmitir a las jóvenes que es posible alcanzar lo que quieran, que con esfuerzo todos podemos llegar donde soñemos, sin distinción de género. Porque cuantas más seamos, más fuertes seremos. Tenemos que apoyarnos, ser referentes vivos femeninos que ayuden a otras mujeres a seguir una carrera científica.
Nos encontramos en el buen camino. Cada vez existen más políticas conciliadoras, aunque debemos seguir impulsándolas para mejorar la representación de las mujeres en algunos ámbitos. Incluir a las mujeres en los equipos, no por ser mujer, por mera paridad, sino por su valía. Estamos cada vez más cerca de abrir la “gráfica de la tijera” y romper los techos de cristal, pero hay que continuar trabajando en esta línea para que las mujeres lleguen más lejos.