Adiós, San Marcos querida…

 

Con una sencilla, austera, impuntual, pero significativa ceremonia (un clásico sanmarquino), un centenar de sentenciados por la Sunedu fuimos despedidos por la Universidad de San Marcos, otorgándonos un merecido agradecimiento, un diploma, una medalla y una tarjeta de Wong por 500 soles. (“No, no hubo panetón” expliqué en familia)

Fue una grata reunión en la que los homenajeados debíamos trepar seis escalones que parecían un test de esfuerzo porque la mayoría requirió ayuda aunque había una rampa sabia que conducía a quienes cuya vejiga no soportó las dos interminables horas que estuvimos allí.

Muchos discursos, elogios, promesas, el mejor, claro, del doctor Fausto Garmendia y el más corto el de Felipe San Martín, el vicerrector que se limitó a saludar, felicitar y agradecer. Dos minutos. Y no faltó alguien que aludió que pasábamos a descansar, casi a mejor vida, provocando la alarma general.

¿Y de qué hablábamos mientras esperábamos al Rector Cachay, que padece de impuntualidad crónica?

Hacíamos recuerdos. Por ejemplo alguien conmemoró aquel día de mayo de 1995 en que los soldados entraron a la Universidad y nos desalojaron a balazos. Y también que hace apenas un mes que murió el Rector Manuel Paredes Manrique, nombrado por Fujimori y que se quedó atornillado por varios años, con la fiel asistencia de neo-fujimoristas y la simpática Martha Martina, que varios recordaron por su amabilidad y capacidad de decisión.

¿”Y Sendero?” recordó otro. “Hacíamos clase con lámpara petromax” dijo otro. “Sonaban balazos toda la noche, y petardos…y los soldados robaban lo que podían” se añadió.

El tema principal era la pensión jubilatoria: ¿”Estás en la 20530… en la 19990”?

Pero la historia que me impresionó fue la del distinguido maestro al que llamaron de la Oficina de Recursos Humanos para decirle que estaba en la corta lista de profes que por sus méritos y títulos, podía seguir trabajando, autorizado por la Sunedu. Le mostraron la Resolución, las firmas, le pidieron que firmara…. pero más tarde no apareció su nombre en la lista de privilegiados.

“Lo sentimos profesor, su expediente ha desaparecido” le confesó un compungido burócrata. O sea, que alguien sustrajo sus papeles y los reemplazó por otro. ¿Por quién? No me quiso decir, pero puedo asegurar que es un hijo de puta que debe estar orgulloso de su vara y destreza.

Fue un triste adiós a San Marcos. De los 120 de la ceremonia yo era el que menos había trabajado allí pues solo estuve treinta años…

Pero agradezco que, por fin, me dieran las gracias por los servicios prestados a la Nación.

 

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