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La duda es una característica esencial del avance científico que consiste en una constante reevaluación de hipótesis. Esa constante duda y propuesta de nuevas hipótesis lleva con frecuencia al colectivo investigador a la controversia y el conflicto. Y este es el marco que propicia el desarrollo de las apuestas entre científicos, que se plantean con cierta frecuencia. En la mayoría de los casos contribuyen a visualizar problemas de calado a los que la ciencia se enfrenta y por ello merece la pena detenerse en alguna de ellas.
La apuesta sobre el cerebro y la conciencia que sigue en pie
El pasado mes de junio tuvo lugar una multitudinaria reunión de la Asociación para el Estudio Científico de la Conciencia (ASSC) en Nueva York, donde más de 800 neurocientíficos, filósofos y curiosos abarrotaron un auditorio. Acudieron para conocer los primeros resultados de una ambiciosa investigación sobre una cuestión profunda: ¿Qué es la conciencia? En la reunión se dirimía el resultado de una apuesta cruzada entre el neurocientífico Christof Koch y el filósofo David Chalmers.
En junio de 1998, habían asistido a una conferencia en Bremen (Alemania) y acabaron hablando hasta altas horas de la noche en un bar local sobre la naturaleza de la conciencia. Koch retó a Chalmers a que antes de 2023 alguien descubriría el mecanismo por el que las neuronas del cerebro producen la conciencia. El Dr. Chalmers, que mantenía lo contrario, aceptó la apuesta. El premio serían unas cuantas botellas de buen vino.
En los 25 años transcurridos se han desarrollado potentes herramientas para sondear el cerebro y realizado numerosos experimentos para conocer el origen de la conciencia[1]. En la reunión de Nueva York se trataba de exponer los resultados de un experimento para medir la predictibilidad de dos de las principales hipótesis sobre las bases neuronales de la conciencia: la teoría de la información integrada (IIT) y la teoría del espacio de trabajo de la red global (GNWT). Estas teorías se supone que permiten cierta verificación sometiendo a individuos a determinados estímulos, observando las reacciones del cerebro.
Seis laboratorios independientes llevaron a cabo el experimento contradictorio entre las dos teorías, siguiendo un protocolo preestablecido y utilizando diversos métodos complementarios para medir la actividad cerebral. Pidieron a 256 voluntarios que miraran una serie de caras, letras y formas y luego pulsaran un botón en determinadas condiciones. Los resultados no fueron concluyentes, no permitiendo validar ninguna de ellas, confirmando que no se ha encontrado un correlato neuronal claro de la conciencia. El Dr. Koch terminó la velada llevando al escenario una caja de madera llena de vino. Sacó una botella de Madeira de 1978 y se la dio al Dr. Chalmers. Luego retó a su amigo a una nueva apuesta, esta vez doble o nada: un marcador cerebral de la conciencia para 2048. El Dr. Chalmers aceptó la apuesta al instante, añadiendo “espero perder, pero sospecho que ganaré”[2].
Una apuesta que propicia grandes resultados
Las apuestas entre científicos no son ninguna novedad. Vienen de antiguo. Una de las obras científicas más importantes de la historia, el Principia de Isaac Newton, surgió como respuesta a una apuesta.
Nos remontamos al año 1684 en el que tres celebridades se reunían a comer para tratar sus puntos de vista sobre el movimiento de los planetas. Se trataba de Christopher Wren, el arquitecto que había reconstruido medio Londres, incluida la catedral de San Pablo y más de 50 iglesias y que tenía gran afición por la astronomía; Robert Hooke, físico que había descubierto la ley que rige los resortes y que lleva su nombre; y Edmund Halley, el astrónomo que había calculado la órbita del cometa que nos visita cada 76 años y al que se bautizó con su nombre. Kepler había enunciado las leyes que rigen el movimiento de los planetas basándose exclusivamente en observaciones, por lo que representaban simplemente un hecho. Ellos pretendían relacionar matemáticamente las leyes de Kepler con una ley de fuerza inversa al cuadrado. Ante la dificultad que se les presentaba, Wren decidió lanzar un reto: 40 chelines (algo menos de 2.000 dólares actuales) a quien pudiera demostrar matemáticamente la naturaleza de esa fuerza invisible que atraía a los planetas, para lo que estableció un plazo de dos meses. Ni Hooke, ni Halley fueron capaces de abordar la cuestión. Pero Halley, que se había obsesionado con el problema, tuvo la feliz idea de recurrir a Isaac Newton del que sabía que era un ser extraño y excéntrico al tiempo que un matemático extraordinario.
Cuando Halley se reunió con Newton y le preguntó qué tipo de curva describirían los planetas suponiendo que la fuerza de atracción hacia el Sol fuera proporcional a la inversa de la distancia al cuadrado, la respuesta fue inmediata, una elipse. Hace tiempo que lo tengo calculado. Newton no pudo aportar la solución escrita, porque muy probablemente no la tenía completa. El caso es que Halley, obsesionado como estaba con el asunto, le conminó a trabajar en ello. Newton, por su parte, se encerró en su estudio trabajando día y noche y al cabo de tres meses pudo enviarle a Halley unas notas, en las cuales presentaba su Ley de la Gravitación Universal y exponía sistemáticamente las reglas que rigen todos los cuerpos en movimiento. Pero Halley siguió presionando a Newton para que publicara su teoría en la que continuó trabajando con el mismo ahínco durante dos años. El resultado fue el innovador Principia Mathematica, tres tomos en los que no sólo propuso la ley de la gravedad y las tres leyes del movimiento, sino que también contribuyó a la creación del cálculo, estableciendo los fundamentos de la mecánica clásica.
Newton quedó tan extenuado con este trabajo que nunca más volvió a ocuparse en matemáticas o física. Puesto que la intención de Newton no parece que fuera la de publicar sus primeros trabajos, ni tampoco la de continuarlos, la apuesta de estos tres personajes y el consecuente empeño de Halley pudieron ser decisivos para este paso histórico en la ciencia. En cuanto a la recompensa ofrecida por Wren, no hubo lugar puesto que se sobrepasó en mucho el plazo impuesto en la misma.
Las apuestas científicas han proliferado en la segunda mitad del siglo XX
El fenómeno de las apuestas sobre el resultado de cuestiones científicas ha proliferado en el siglo XX sin que se conozca una razón concreta, aunque cabe pensar que esta costumbre diga algo sobre la investigación en sí misma. El filósofo de la ciencia de la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook, Robert P. Crease, afirma: «Las apuestas son interesantes, porque revelan la cualidad de juego con la que los científicos suelen abordar su trabajo».[3]
El caso es que en determinadas instituciones dedicadas a la investigación han llegado a establecerse como mecanismo habitual de incentivación. En el acelerador lineal de Stanford en California conservan un libro con el título “Registro oficial de apuestas del Grupo de Teoría del SLAC” que contiene 28 páginas de apuestas que datan de 1984. Así mismo, en los antiguos Laboratorios Bell, durante décadas hubo un «libro» de apuestas en la sala de té, donde los científicos se reunían para debatir todos los días a las 4 de la tarde.[4]
Las apuestas de Hawking
El científico, sin duda el más mediático de finales del siglo XX, Stephen Hawking, también es famoso por haber apostado repetidas veces, pero sobre todo por haber perdido todas sus apuestas.
Un agujero negro es un objeto astronómico con una fuerza gravitatoria tan fuerte que nada, ni siquiera la luz, puede escapar de él. Su existencia se deduce de las ecuaciones de campo de Einstein, pero éste nunca llegó a aceptar su existencia real en el universo. Fué Lemaître en 1933 la primera persona en comprender la naturaleza del horizonte de un agujero negro, mucho antes de que se le llamara agujero negro[5]. Pero a principios de los años setenta, cuando todavía eran los agujeros negros objetos muy desconocidos, se descubrió una potente fuente de rayos X en la constelación del Cisne y los científicos comenzaron a elucubrar que podía tratarse de un agujero negro. Ello dio pie a su primera, sonada, apuesta. Fue a finales de 1974 cuando apostó con el físico de Caltech Kip Thorne a que no había ningún agujero negro en el centro de la fuente de rayos X conocida como Cygnus X-1. Se firmó el acuerdo ante testigos y el documento quedó enmarcado en el despacho de Thorne. Pero unos años más tarde, a pesar de que los astrónomos aún no estaban seguros de que Cygnus X-1 fuera un agujero negro, Hawking cedió. Según relata Thorne, «A última hora de una noche de junio de 1990, mientras yo estaba en Moscú trabajando en una investigación con colegas soviéticos, Stephen y un séquito de familiares, enfermeras y amigos irrumpieron en mi despacho de Caltech, encontraron la apuesta enmarcada y escribieron en ella una nota de concesión con la huella del pulgar de Stephen.»[6] Y pagó el premio pactado, un año de suscripción a la revista Penthouse.
Unos años más tarde en 1997 Stephen Hawking y Kip Thorne se unieron en una apuesta contra el físico cuántico del Caltech John Preskill en relación con la llamada paradoja de la información de los agujeros negros. Los primeros afirmaban que la información se pierde por completo cuando algo cae en un agujero negro, mientras que John Preskill decía que eso no tenía sentido, ya que existe un requisito de la mecánica cuántica según el cual la información no puede destruirse.
En 2004, Hawking anunció que cedía en su apuesta y que ahora creía que los horizontes de los agujeros negros debían fluctuar y filtrar información. En 2013, parafraseando a Albert Einstein, afirmó que esa apuesta fue la mayor “metedura de pata” de su carrera. Hawking recompensó al ganador con una enciclopedia sobre béisbol, en cumplimiento de lo pactado.
No tardó mucho en volver a apostar. Así explicó el director del Instituto Perimeter, Neil Turok, cómo Hawking le retó en una nueva apuesta. «En 2001, di una charla proponiendo una nueva teoría del big bang según la cual el big bang era sólo el último de una serie infinita de big bangs, y el universo sería un universo cíclico.[7] Stephen, de forma típica, al final de la charla, dijo: «me apuesto lo que quieras a que el satélite Planck descubrirá la señal de ondas gravitacionales de la inflación, lo que refutaría inmediatamente tu teoría», porque la predicción de nuestra teoría era que no habría señal de ondas gravitacionales».[8] En 2014 un equipo de investigación de Harvard, BICEP2 con sede en la Antártida anunció la detección de determinadas huellas de ondas gravitacionales primordiales y aunque en medios científicos se plantearon dudas sobre ese resultado, Hawking se apresuró a declararse vencedor de la apuesta. Pero unos meses más tarde el equipo BICEP2 reconoció que las señales captadas no correspondían a ondas gravitacionales primordiales. De hecho, seguimos sin detectarlas.
La última derrota de Hawking ha sido a manos de Gordon Kane, físico teórico de la Universidad de Michigan en relación con el descubrimiento del bosón de Higgs. Este bosón, es una partícula elemental que tiene un papel fundamental en el mecanismo por el que se origina la masa en el Universo. A principios de este siglo era la única partícula predicha por el Modelo Estándar de Física de Partículas que aún no había sido detectada y su descubrimiento era esencial para dar sentido a todo lo que sabemos sobre el comportamiento de la materia en sus niveles más elementales. Y por ello se estaban haciendo los máximos esfuerzos por verificar su existencia.
El 4 de julio de 2012, en una emocionante sesión, el CERN anunció la detección del bosón de Higgs. Hawking lo celebró con estas palabras en la BBC : «Parece que acabo de perder 100 dólares»[9]
Efectivamente, una década antes, en una reunión en Corea en la que estaban debatiendo en la misma mesa tanto Kane como Hawking junto con otros cuatro o cinco científicos, según relata Kane, «Stephen me interrumpió y me dijo que le gustaría apostar conmigo a que no existía el bosón de Higgs»[10], y allí mismo se formalizó la apuesta con un premio de 100 dólares.
El historial perdedor de Hawking ha llevado al comentarista científico de la BBC a bromear: La única apuesta que estoy seguro que Hawking ha ganado es la mano de póquer que jugó en «Star Trek: The Next Generation«[11].
Una apuesta multitudinaria
La simetría está en el corazón de las leyes de la naturaleza. La simetría en los sistemas físicos es un concepto más general que las simetrías que podemos observar en el aspecto de una mariposa. La simetría se refiere a todos los rasgos de un sistema físico que bajo ciertas transformaciones resultan invariantes. Emil Noether, al relacionar las simetrías con el principio de conservación ha permitido la construcción del Modelo Estándar de partículas, con el que se ha logrado un progreso asombroso en la simplificación del mundo con unos pocos ingredientes importantes y un pequeño conjunto de leyes naturales codificadas en simetrías.[12]
Durante las últimas cinco décadas, los físicos se han centrado en construir teorías que abarcan simetrías más grandes. El eje de este proceso lo constituye la supersimetría, denominada normalmente por su abreviatura SUSY, la teoría matemática que sugirió la existencia de una “superpartícula” asociada para cada partícula conocida, un concepto considerado elegante y que debía resolver algunos otros problemas teóricos, como por ejemplo la existencia de la materia oscura, que se supone es el constituyente fundamental del cosmos. Se trata de una idea hipotética que con el paso del tiempo va perdiendo adeptos.
En el año 2000 se hizo una apuesta multitudinaria sobre la existencia de la supersimetría. Y en agosto de 2016, 44 físicos se reunieron en Copenhague, en la Academia Internacional Niels Bohr para resolver la apuesta hecha 16 años antes. Veinte habían apostado a que, para entonces, el Gran Colisionador de Hadrones habría detectado pruebas de supersimetría; 24 apostaron en contra. Ganó el bando del no, en el verano de 2016 no había indicios de superpartículas. Cada uno de los ganadores recibió el premio consistente en una botella de buen cognac de un precio superior a 100 dólares.
Una apuesta divertida
El multiverso es una idea especulativa según la cual nuestro universo no es más que uno entre los innumerables existentes, cada uno de los cuales está controlado por diferentes parámetros en las leyes de la naturaleza. A esta idea se llega mediante varios modelos científicos diferentes. Resulta ser una idea popular en la física moderna, y aunque no se encuentran pruebas experimentales, continúa siendo objeto permanente de investigación y debate científico.
En un panel de discusión en la Universidad de Stanford en la que estaban presentes Andrei Linde, conocido por su teoría de la inflación cósmica, y Martin Rees, astrónomo y rector del Trinity College de Cambridge, un oyente les preguntó cuánto apostarían por el concepto del multiverso. A lo que Rees de manera imaginativa respondió que en una escala en la que situaría su pez dorado, su perro y su propia vida, apostaría por su perro. Andrei Linde, que llevaba 25 años defendiendo la inflación eterna, dijo que casi apostaría su vida.[13]
Pocos días después, el premio Nobel Steven Weinberg dio una conferencia en el Trinity College que cerró con estas palabras: “En el aeropuerto de Austin, de camino a esta reunión, vi a la venta el número de octubre de una revista llamada Astronomy, que tenía en portada el titular «Por qué usted vive en universos múltiples». En su interior encontré un reportaje sobre una discusión en una conferencia en Stanford, en la que Martin Rees dijo que tenía suficiente confianza en el multiverso como para apostar la vida de su perro por ello, mientras que Andrei Linde dijo que apostaría su propia vida. En cuanto a mí, tengo la suficiente confianza sobre el multiverso como para apostar las vidas tanto de Andrei Linde como del perro de Martin Rees.”[14]
Manuel Ribes
Instituto Ciencias de la Vida
Universidad Católica de Valencia
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