SAN MIGUEL – Cabizbajo, parado a la orilla del pastizal convertido en pantano por lluvias de este mes, el salvadoreño Leónidas Díaz observaba a su ganado comer de un pasto seguramente ya contaminado por la inmundicia que arrastró en su recorrido el río Grande de San Miguel, cuyas aguas se desbordaron y anegaron el caserío donde él vive.
“Ese pasto y esa agua ya están contaminados, el río arrastra toda clase de contaminación, hasta desechos de hospitales de la ciudad… algunas de esas vacas que beben esa agua y comen ese pasto van a terminar muriendo de enfermedades”, afirmó a IPS el ganadero Díaz, residente en el caserío Casa Mota, del municipio de San Miguel, en el este de El Salvador.
Alrededor de 200 familias viven en esta aldea, dedicadas a la agricultura y ganadería de subsistencia, afectadas año con año por las lluvias.
Díaz es una de las miles de personas del sector agropecuario afectadas, en todo el país y en el resto de América Central, por un aguacero que duró una semana, entre el 14 y 21 de junio, y que marcó con ímpetu el inicio de la época lluviosa en el istmo, de mayo a noviembre.
América Central, una región de 50 millones de habitantes, y una de las más vulnerables del planeta ante los fenómenos climáticos, sufre casi año con año del embate de lluvias extremas o sequías prolongadas, las dos caras de la variabilidad climática extrema.
Esos fenómenos climáticos terminan arruinando cosechas, ganado y otros medios de vida de las familias, generalmente las más pobres, con lo cual se pone en riesgo la seguridad y soberanía alimentaria de la población.
Además de El Salvador, las lluvias de junio afectaron sobre todo zonas vulnerables en Guatemala, Honduras y Nicaragua.
“Casi siempre nos pasa esto. No tendré maíz ni para el consumo, para alimentarnos tendremos que comprar el maíz”: Marcos Álvarez.
“El año pasado perdí 25 cabezas de ganado, por la misma situación de lluvias”, acotó Díaz, de 63 años. Su hato se ha ido reduciendo debido a fenómenos climáticos: en pocos años ha pasado de tener 150 reses, a 40.
Debido a las inundaciones anuales, generadas aquí por el desbordamiento del río Grande de San Miguel, él dejó de sembrar maíz, porque cada año era perderlo. Lo único que cultivó este 2024 fue sorgo, pero va a perder esta cosecha también, aseguró Díaz, porque el agua retenida por varios días en los cultivos se calienta y afecta el normal desarrollo de la planta.
En otras zonas del país fueron otros ríos los que se desbordaron y, a nivel nacional, las lluvias provocaron deslizamientos de tierra y colapsos de muros sobre casas, entre otras emergencias. Unas 19 personas fallecieron en El Salvador, 10 en Guatemala y una en Honduras.
Solo en El Salvador, las autoridades reportaron pérdidas en 36,2 % de los cultivos de frutas, hortalizas y granos básicos.
Golpe a la alimentación
Se sabe que el cambio climático está agudizando la variabilidad climática en el mundo y, para el caso, en América Central, una región rica en ecosistemas, que alberga 7% de la biodiversidad del planeta Tierra.
Pero la vulnerabilidad ambiental que la región vive desde hace décadas, pone en riesgo la vida misma de las familias y, también, sus medios de vida.
“Estos eventos climáticos ocasionan deslizamientos de suelo, generando centenas de muertos, destrucción de infraestructura y medios de vida de miles de familias campesinas y daños en zonas urbanas”, señala un reporte sobre los efectos del cambio climático en el istmo, elaborado por la división centroamericana de la alemana Fundación Friedrich Ebert.
El informe añade que la vulnerabilidad se traduce en eventos meteorológicos extremos como sequías e inundaciones. Un ejemplo claro, continúa, son los dos huracanes consecutivos, Eta e Iota, ocurridos en noviembre de 2020, que dejaron a su paso más de seis millones de personas afectadas directamente.
El cambio climático y su impacto en las familias se percibe claramente en la producción de alimentos, destacó el ambientalista Ricardo Navarro, director del Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada (Cesta), la filial local de la internacional Amigos de la Tierra.
“El cambio climático presenta muchas caras, pero la más dañina es la del hambre, el impacto en la producción de alimentos, porque cuando se altera el régimen de lluvias las cosechas sufren”, sostuvo Navarro a IPS.
En Casa Mota, el caserío de San Miguel, Marcos Álvarez perdió el sembradío de maíz que había cultivado en una parcela de una hectárea. Ese grano es básico en la dieta alimenticia de su familia y de la población centroamericana en general.
Álvarez había sembrado 20 días antes del aguacero, y luego de una semana de incesantes lluvias, la parcela se inundó y las plantitas de maíz sucumbieron.
“Sembré pensando que todo iba a salir bien, pero fue al revés, nos salió mal todo, pero qué le vamos a hacer”, dijo Álvarez, descorazonado, caminando por entre los plantitas echadas a perder. Calculó que por lo menos perdió 600 dólares, lo invertido en la siembra.
“Casi siempre nos pasa esto. No tendré maíz ni para el consumo, para alimentarnos tendremos que comprar el maíz”, subrayó el campesino, cuya familia se compone de su compañera de vida, una hijita de siete años y un adolescente de 14.
Sequías también impactan
En Guatemala, el agricultor Juan Yaxcal también tendrá que comprar el maíz, pues perdió su sembradío de dos hectáreas no por exceso de lluvia sino por una sequía, a finales del 2023, al cierre de la época lluviosa.
Esas últimas tormentas, que no cayeron, iban a proveer del agua necesaria para la segunda siembra de maíz, entre octubre y noviembre de 2023, para cosechar el grano en verano, en enero y febrero de 2024. Pero esa agua no llegó y las tierras no pudieron mantener la humedad, contó Yaxcal a IPS por teléfono.
Este agricultor guatemalteco vive en la aldea Nueva Esperanza, una comunidad de 200 familias del pueblo maya quekchí, en el municipio de Sayaxché, en el departamento de Petén, en el norte de Guatemala.
“Por la falta de humedad no creció el maíz, también afectó a la yuca, camote (Batata) y macal (tubérculo similar a la yuca, Xanthosoma violaceum)”, afirmó Yaxcal, de 65 años, miembro de la cooperativa El Sembrador Ecológico. Y acotó: “No solo me impactó a mí, sino que a toda la comunidad”.
Agregó que su aldea no fue golpeada por los aguaceros de mediados de junio, porque se localiza en una zona montañosa, alejada de las inundaciones de las zonas bajas. Pero sí afectaron cultivos en Sayaxché, comentó, donde sí hubo perdidas en maíz y otros cultivos.
Ahora, para alimentar a su familia, compuesta por siete miembros, Yaxcal dijo que tendrá que comprar el maíz a productores de otras aldeas, con el costo económico que ello implica.
“Los que perdimos maíz podemos comprarlo a otros que lograron cosechar algo o tienen guardado de la cosecha anterior”, sostuvo.
Indiferencia gubernamental
En Casa Mota, se vive una sensación de abandono gubernamental histórico: ningún gobierno, en las últimas tres décadas, ha intentado atajar el problema del desbordamiento del Río Grande de San Miguel y de otros en el país, y eso incluye también la actual administración de Nayib Bukele, dijeron los entrevistados.
Fenómenos climáticos extremos siempre habrá, pero pudieran implementarse acciones para mitigar el impacto, como la construcción de una borda bien hecha, que mantenga a raya el cauce del río, insistió el ganadero Díaz.
“Lo ideal sería tener una borda bien hecha, en 2006 hicimos las gestiones para que se construyera, pero no nos escucharon”, indicó Díaz, en referencia al reforzamiento de puntos críticos de los márgenes de los cursos fluviales, para evitar los desbordamientos.
Actualmente hay dos tramos de bordas, en la zona de Casa Mota, pero como son estructuras edificadas sin mucha ingeniería, consistentes nada más en promontorios de tierra de unos tres metros de altura que se extienden por un par de kilómetros, fácilmente ceden ante la fuerza del río.
“Necesitamos que el gobierno, o un país amigo con recursos, nos ayude a construir una buena borda”, insistió Díaz. “También requerimos de programas de apoyo a la productividad agropecuaria, para ir recuperando todo lo perdido”, añadió.
La poca atención institucional al tema de la mitigación tiene a la base el desinterés estatal por el medio ambiente y por la agricultura, aseguró Mateo Rendón, coordinador nacional de la Mesa Agropecuaria Rural e Indígena, que aglutina a 182 000 agricultores en todo el país.
“Es un problema eterno, en los últimos 20 años venimos sufriendo esta calamidad incrementada por el cambio climático, y seguimos sin ponerle atención”, manifestó Rendón.
Y añadió: “pareciera que el gobierno tiene dinero para cosas no prioritarias, como el concurso Miss Universo, pero no para la agricultura”, en referencia al certamen de belleza celebrado en El Salvador, en noviembre de 2023.
Rendón dijo que, para enfrentar el cambio climático, su organización ha buscado, sin éxito, que la unicameral Asamblea Legislativa elimine el impuesto al valor agregado (IVA) a los insumos agrícolas para abaratar los costos de producción, y que exista un seguro agrícola que cubra un porcentaje de las pérdidas en las cosechas.
En ese mismo sentido, Navarro, del Cesta, aseguró que han propuesto la creación de reservas estratégicas de granos básicos, “para cuando vengan los días de las vacas flacas” y evitar que se disparen los precios. Pero tampoco han sido escuchados.
ED: EG
Cortesía ipsnoticias.net