El pasado 16 de abril se cumplió el 130 aniversario del nacimiento de Charles Spencer. Nadie, creo, se acordó en esa fecha de este ciudadano británico, hijo de una familia judía conformada por Charles Spencer y Hannah Hili. Ambos de ascendencia judía. Y eso a pesar de su grandeza artística. Es comprensible que así haya ocurrido, Charles Spencer, en realidad, fue conocido mundialmente como Charles Chaplin, el hombre que personificó al tierno y humanísimo Charlot.
Han transcurrido 42 años de su desaparición física, la misma que se produjo el 25 de diciembre de 1977, en Corsier-sur-Vevey, Suiza. Pese al paso del tiempo, sin embargo, su nombre todavía está presente en el recuerdo de los cineastas y de los cinéfilos. Es que Charles Chaplin, está considerado como uno de los grandes genios de la historia del sétimo arte. Su trayectoria marcó las tres primeras décadas del siglo XX, época en que se produjo el nacimiento y esplendor del cine mudo y aparición de grandes actores, productores y directores que alcanzaron una inmensa popularidad. Aunque ninguno de ellos se pudo empinar por encima del reconocimiento que el público y la crítica le dispensó a Charlot.
Es evidente que el ADN heredado de sus padres influyeron en su vena artística. Era hijo de cantantes y actores de variedades que se asomaron a las luminarias de la popularidad. Sobre todo Hannah, pequeña, graciosa y con una voz encantadora. Ella dio a luz a las ocho de la noche a este genio de la cinematografía, en su hogar ubicado en la calle East Lane, Walworth, Londres.
Al recordar a Chaplin, quien se podría imaginar que alguna vez concursó en San Francisco, Estados Unidos, en un evento de imitadores de Charlot y… fue eliminado por el jurado que consideró que era el más mediocre de todos. Este hecho nos dice mucho sobre la épica de los grandes personajes, quienes algunas veces alcanzan la cima del halago popular y otras quedan aplastados por la incomprensión, de quienes realmente no los conocen.
Chaplin no solamente caricaturizaba a los ajenos, igualmente sabía reírse de él mismo. La historia recuerda la película “El gran dictador”. ¿Quién era este? Nada menos que Adolfo Hitler, de quien decía que le había copiado el bigote de su personaje Charlot.
La vida lo trató bien y mal. Por ejemplo, en cuanto a la parte buena, allá por el año 1918 fue un artista al que había que pagarle no menos de 1 millón de dólares. Cifra fabulosa que corrió por cuenta del contrato suscrito con la First National. Conoció de los grandes placeres. Alguna vez se encontró en una reunión con el científico Albert Einstein y este no dudo en manifestar su admiración, expresando: “Lo que he admirado siempre de usted es que su arte es universal. Todo el mundo le comprende y le admira”. Chaplin contestó: “Lo suyo es mucho más digno de respeto, todo el mundo le admira y prácticamente nadie le comprende”. En este recordatorio podríamos citar como su rostro engalanó la portada de la revista “Times” y luego en la tira cómica “Pa`s Imported-Son in Law”. Fue la primera vez que ocurrió eso en la legendaria revista.
En cuanto a los hechos malos, podríamos citar lo ocurrido cuando, a los dos meses de su muerte, su tumba fue profanada y el cadáver robado del cementerio ubicado en Sur le Crêt 3, 1804 Corsier-sur-Vevey, Suiza. Los delincuentes exigían un rescate. Oona O’Neill con quien formó pareja en 1943, se negó rotundamente. Dos meses después fueron identificados y capturados. Los restos mortales del gran Charlot estaban enterrados en un campo de maíz. Otro tanto podríamos decir, el triste episodio registrado en Suiza, donde falleció la navidad de 1977. Sufría de demencia senil, no hablaba, ni podía caminar. En setiembre de ese año, la familia lo llevó a espectar un espectáculo circense. Los payasos le regalaron sus narices rojas, en medio de los ojos llorosos del público que aún lo recordaba como un artista inimitable. Esa fue su última aparición pública.
Esta es a grandes episodios, algo de lo que ocurrió con Chaplin, el pequeño que ante el drama protagonizado de su madre, quien perdió la voz en plena función, se posesionó del escenario, imitó la voz de su primogénita y hasta terminó la actuación, incluyendo el momento final de la tragedia. Chaplin tenía cinco años de edad. Ese fue su debut artístico. Luego siguió su carrera triunfal. A los doce años asumió el rol principal de la obra “The Romance of a Cockney”. En 1906 firmó su primer contrato en el Casey Court Circus, en la que también actuaban Stan Laurel y Fred Karno. Charles Chaplin llegó a Holywood en 1913, para comenzar una nueva etapa y triunfar en su carrera artística, con éxitos realmente arrolladores.