“La única forma de mantenerse saludable es comer lo que uno no quiere comer, beber lo que a uno no le gusta y hacer lo que preferiría no hacer”. Mark Twain hizo esta observación hace años, al compartir con humor su filosofía acerca de lo que se requiere para permanecer saludable. Obviamente, sus expectativas de tener una salud perdurable no eran muchas.
Hoy en día estamos expuestos a un mensaje similar, que nos es presentado por diversas fuentes que consideran que una vida libre de enfermedad es prácticamente imposible sin dietas, medicamentos, rutinas de ejercicios, terapias y demás. Junto con el constante bombardeo de los medios de comunicación de “hacer tal cosa para mantenerse saludable” estamos aceptando el sutil y persistente mensaje subliminal de que la enfermedad es inevitable.
¿Cuáles son sus perspectivas de salud? Esta es una pregunta importante. Si vivimos con una mentalidad del tipo “Ley de Murphy”, básicamente estamos anticipando que algo malo nos sucederá en algún momento, contribuyendo así a una vida ya repleta de dudas y ansiedades.
Por el contrario, consentir en vivir una vida basada en principios espirituales que nos guían y que reemplazan las incertidumbres respecto a la salud nos faculta para ser expresiones del bienestar. Hay autoridad bíblica para tener esta clase de perspectiva. “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”.
No puede caber ninguna duda respecto a la influencia que nuestras expectativas tienen en nuestra vida diaria. Por ejemplo: ¿toma usted café? Un informe publicado por la Universidad de East London sugiere que una parte significativa de la energía que obtenemos del café cafeinado no procede de la cafeína, sino de la expectativa del estímulo. Según la investigación, “tanto la cafeína como la expectativa de haber consumido cafeína mejoran la atención y la velocidad psicomotora”. El informe señala la influencia mental que la expectativa tiene sobre el cuerpo.
Otro ejemplo de la influencia de nuestras expectativas son los placebos. Los científicos se han preguntado durante mucho tiempo por qué los placebos hacen lo que hacen, cuando desde la perspectiva de los investigadores un placebo no debe tener poder para producir la influencia saludable que se observa. Los placebos son meramente sustancia inerte. Parecen romper las reglas.
En su época Mary Baker Eddy estudió el fenómeno de los placebos. Ella documentó los efectos saludables de “las píldoras no medicinales” mientras investigaba los orígenes de la salud y el bienestar. Concluyó que lo que estaba observando era el efecto poderoso del pensamiento del paciente sobre su salud corporal. Hay una relación directa entre el pensamiento y la experiencia. Ella llegó a descubrir “la influencia sanadora del Espíritu [Dios]” sobre la mente y el cuerpo humanos, que otras personas continúan demostrando hoy.
Durante el siglo pasado los lineamientos de la salud y la curación se basaron decididamente en la causalidad física. Últimamente se está prestando mucha más atención a la causalidad mental y las influencias espirituales. El Dr. Harold Koenig, Director del Centro para la Espiritualidad, la Teología y la Salud de la Universidad de Duke ha estudiado los vínculos entre la salud y la espiritualidad durante más de 30 años. Ha catalogado miles de estudios cuantitativos que confirman la existencia de una conexión positiva entre ambas.
No aceptar las posibilidades de deterioro de nuestra salud de las que oímos hablar a diario promueve en gran manera nuestro bienestar. La expectativa de tener una buena salud puede tener una influencia positiva y promover resultados saludables en cada uno de nosotros. Las expectativas son poderosas. Como lo expresa el libro de Proverbios: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”.
(Escribe: Steven Salt, redacta artículos que exploran la relación entre la salud, la espiritualidad y el pensamiento como Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana.
Publicado originalmente en inglés en Cleveland Plain Dealer).