Cuando un producto funciona, sea de cualquier ámbito empresarial, uno debe medir muy bien los cambios a los que lo sometes. Es importante no dejarlo como un ente inamovible, pues en algún momento perderá la calidad de novedoso, pero tampoco hacerle tantas variaciones que termines desnaturalizando la idea original, esa que les gustó a los consumidores. Algo así sucede con la serie de HBO True Detective.
La primera temporada de True Detective impactó en los televidentes por su guión atrevido, las brillantes actuaciones de dos actores provenientes del formato cinematográfico, la persecución de un serial killer (que siempre atrae a los espectadores), una suma de factores que convirtió a la producción de corte policial en todo un hito televisivo.
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Pero, desde el final del primer ciclo, el creador Nic Pizzolatto adelantó que cada temporada sería una historia completamente nueva, cambiando íntegramente el elenco y manteniendo únicamente la premisa de abordar investigaciones de policías de carne y hueso, con vicios, problemas y vínculos criminales.
Después del éxito de la primera etapa, nadie se animó a discutirle nada a Nic Pizzolatto, y ahora tras haber visto la mayoría de la segunda temporada de True Detective, propios y extraños han empezado a cuestionar la continuidad de la serie. A pesar que HBO ha asegurado estar interesados en una tercera sesión.
Volvemos a lo planteado en el inicio de esta columna, los cambios fueron demasiado radicales. Tras la excelente presencia de un Matthew McConaughey (que ese mismo año se ganó el Oscar por El club de los desahuciados), además de un cumplidor Woody Harrelson. Ahora ingresaron Colin Farrell, Rachel McAdams y Vince Vaughn, y no lo hacen mal, pero la teleaudiencia se había acostumbrado a la dupla inicial.
De perseguir a un asesino en serie, se pasó a investigar un homicidio donde se entrecruza la mafia, la ambición empresarial, las diferencias sociales y el poder político. Todas temáticas muy interesantes pero que son abordadas profusamente tanto en el cine como en la televisión contemporánea.
Eso sí, no podemos restarle méritos a True Detective en su segunda temporada, sigue siendo bastante superior a producciones de corte policial que ya resultan seriamente desgastantes como las franquicias de CSI o los derivados de la arquetípica La Ley y el Orden. Pero para disfrutarla mejor, hay que hacer el esfuerzo de no compararla con su primera etapa.
Es decir, resulta más sano pensar en True Detective del 2014 como una serie totalmente independiente del True Detective del 2015. Aquí prima aquello que “las comparaciones son odiosas”. Más aún si ya piensan en True Detective versión 2016.