Cartel de la película El bueno, el feo y el malo, estrenada en 1966, de Sergio Leone, quizás la máxima expresión del llamado spaguetti western, gracias en parte a la banda sonora de Ennio Morricone. Imagen: United Artists
– En el contexto artístico del fallecimiento del compositor italiano y universal, Ennio Morricone, autor de la música de fondo de más de cuatrocientas películas, como homenaje indirecto, Europa tomó una sólida medida.
La prohibición contundente de la Unión Europea (UE) para aceptar viajeros del resto del mundo se ha decidido simultáneamente con una opción colectiva: una apertura interna que cubre todo el territorio del Espacio de Schengen, una UE ampliada que incluye algunos no miembros especiales (Suiza, Noruega, Islandia, Liechtenstein y los microEstados).
Además, la UE parece favorecer algunos países que pertenecen a su anillo de protección de su inmediato vecindario: Argelia, Georgia, Túnez y Marruecos. Da también un voto de confianza a los candidatos de la inmediata ampliación: Serbia y Montenegro.
En la lejanía de Asia y África, reconoce la bondad de Ruanda y Tailandia. La UE se congratula, como excepción una vez más, en mostrar un retrato sólido.
La novedad de la prohibición es que la UE, replicando el título de una película de Sergio Leone, entre las más famosas películas con el aderezo musical de Morricone, envió un mensaje de no bienvenido a los “feos”, algunos pesos pesados (Rusia, Brasil).
Pero rotundamente señaló al “feo” clásico, Estados Unidos, que se ha ganado esa distinción estética gracias al lucimiento de Donald Trump.
Para más ignominia, Bruselas admite como “buenos” a importantes aliados y pares de Estados Unidos: Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Japón y Corea del Sur.
En el subcontinente latinoamericano, Europa se reservó otorgar una impresionante medalla individual, como si fuera un Nobel, al nuevo “bueno”: el pequeño Uruguay.
Ni siquiera bajo la esperanza de su precipitada visita a Trump, Andrés Manuel López Obrador (Amlo) se pudo librar de quedar etiquetado como “malo”.
Compruébese el sempiterno contraste con Canadá: México sigue tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos, tal como afirmó Porfirio Díaz. Canadá está igual de cerca de Washington, pero no le afecta la vecindad.
Los observadores de la escena latinoamericana se han apresurado a dar alguna explicación a esta aparente global decisión impactante. La clave para la evaluación contrastante, por una parte, de reconocimiento y, por otra, reacción, es muy simple y, al mismo tiempo, compleja.
Por un lado, se debe considerar el marco interno de la propia UE. En esta ocasión, el liderazgo de la UE no perdió una ocasión de oro para mostrar una cara colectiva sólida, muy a menudo ausente, convirtiéndose en objeto de crítica interna y desdén externo.
Siempre es muy difícil encontrar donde reside el “teléfono” de Europa, como el estadounidense Henry Kissinger reclamaba antaño.
Por lo tanto, Europa cierra sus puertas a los competidores más prominentes. Pero, hipócritamente propina una bienvenida condicionada a nadie menos que China.
No es cuestión de incomodar al gigante asiático, dejando la puerta entreabierta. Toma nota de que Wuhan es origen del virus (pero no tan descaradamente como repite Trump), aunque reconoce el poder dictatorial de Pekín en controlar los efectos.
El resultado del tratamiento de Washington será que Bruselas se convertirá en un nuevo objeto renovado de irritación por parte de Trump, si ya esa rabieta es alguna novedad.
Mientras, los demócratas norteamericanos liderados por Joe Biden ciertamente se alegrarán al recordarle al presidente su fallida estrategia frente a la covid-19. Simultáneamente, la selección del pequeño Uruguay, paladín del “bueno”, podrá presumir del control exitoso de la pandemia.
En contraste, el reparto de diplomas resaltará el ridículo del ominoso gigante del Brasil bajo Jair Bolsonaro, el Trump tropical. Incluso Chile, el país que, liderado por Sebastián Piñera, inicialmente parecía mostrar una estrategia positiva, ha quedado en el grupo de los “malos”.
Sin necesidad de decirlo explícitamente, dos “malos” quedan igualmente calificados así por Europa y Estados Unidos: Cuba y Venezuela. No tienen remedio. El presidente venezolano Nicolás Maduro está ya controlado por Colombia. Cuba se autoexcluye por su insularidad.
A pesar de todo este panorama, la Unión Europea, siempre tan tacaña y sinuosa, se ha reservado un especial “derecho de admisión”.
Nada tendría de extraño que algunos “malos” reaparecieran como “buenos”. Pero el “feo” por antonomasia deberá ponerse la mascarilla.
Queda, por fin, preguntarse acerca del escenario de vencedores y vencidos por la aplicación de esta medida, especialmente impactante en el continente americano.
En primer lugar, Europa puede salir perjudicada por la clausura a los viajeros norteamericanos, tan necesitados para el turismo en Europa. Los negocios de exportación y las líneas aéreas sufrirán el golpe, si la prohibición se mantiene.
En América Latina los perdedores serán “Los de abajo”, para seguir recordando la novela del mexicano Mariano Azuela, que verán mermadas sus tradicionales escapadas en la emigración y el consiguiente beneficio de las remesas.
Argentina, Brasil y México recordarán su débil posición en un entramado mundial que ya solamente los reconoce como gigantes de pies de barro.
Pero la UE se ha autoimpuesto una ampliación de los “malos”: Reino Unido, Francia y Alemania han restringido los viajes a España, profundizando el colapso del turismo.
Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. jroy@miami.edu
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