En los últimos tiempos vemos una tendencia un tanto contradictoria, pero explicable. Resulta que ahora es el padre quien juega con los niños, quien los mima, quizá porque está muy poco tiempo con ellos. Y es la madre quien tiene que exigir, quien tiene que ponerse firme en el día a día para mantener el orden. Y el padre colabora poco. Quizá es lo que Ana Iris, en “Feria”, llama el hombre blandengue. “Yo de todas formas siempre he detestado al hombre blandengue. El hombre blandengue, no sé.. Y además también he podido analizar que la mujer tampoco admite al hombre blandengue. (…) Pero la mujer es granujilla y se aprovecha mucho del hombre blandengue. No sé si se aprovecha o se aburre, y entonces le da capones y todo. Porque es verdad. Por eso digo que el hombre tiene que estar en su sitio y la mujer en el suyo, no cabe duda”.
Pero para educar hay que dedicar algo del tiempo normal en que los niños están en la casa, y entonces será el padre y será la madre, cada cual con sus cualidades. Pero el padre tiene que ser fuerte, si quiere lo mejor para los hijos. “Ofrecer al mundo personas sanas, alegres, honestas, autónomas, razonables, cultas, responsables, sociales y capaces de amar, exige además un gran espíritu de sacrificio”. O sea, para educar bien como padre: exigencia, carácter, fortaleza.
Domingo Martínez Madrid