Francia vivió en los años setenta un apasionado debate en torno a la aprobación de la ley del aborto. En esa coyuntura, el médico Lejeune fue seguramente el más decidido e influyente defensor de la vida y de los no nacidos en el debate público. En el debate, una mujer que hacía de teórica moderadora, se levantó y declaró: “Nosotros queremos destruir la civilización judeocristiana. Para ello debemos destruir primero la familia. Para destruirla debemos atacar su punto más débil, que es el niño todavía no nacido. En consecuencia, estamos a favor del aborto”.
Como resulta comprensible, esas palabras, y especialmente las de Lejeune, tuvieron un gran impacto, como ocurre siempre que alguien se olvida de los eufemismos impuestos por la corrección política y llama a las cosas por su nombre. En medio de un silencio embarazoso, uno de los ponentes preguntó su nombre a la mujer, que se negó a contestar. Se sentó y no volvió a tomar la palabra.
En las crónicas publicadas ningún periodista se hizo eco de esa intervención. Las actas de esa Jornada omiten tanto las palabras de la mujer como la intervención de Lejeune (“La intervención del profesor Lejeune se publicará más adelante”. Hasta hoy). No es novedad: el ocultismo y el pacto de silencio acechan siempre a los que se enfrentan a la cultura de la muerte. Parece que a Lejeune le impresionó vivamente lo ocurrido, pues lo contó en diversas ocasiones, de palabra y por escrito. Por ejemplo, en el discurso pronunciado el 8 de octubre de 1987 en el sínodo de los obispos, publicado con el título “La ciencia sola no puede salvar el mundo” en “L’Osservatore Romano” (20 de octubre de 1987).
Quien dispara a la civilización judeocristiana apunta en última instancia a Dios mismo, fundamento de esa cultura. El odio a la vida esconde al final el odio a Dios, autor de la vida: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron”, leemos en el Evangelio de San Juan. El combate entre la luz y las tinieblas es permanente, empezó antes de la creación del mundo y durará hasta su final y busca sitio tanto en la sociedad como en el corazón de cada cual.
JD Mez Madrid
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