De hecho, aquí no solo hay un patrimonio arqueológico inestimable, sino también una riqueza incalculable para el porvenir: ¡son los jóvenes!
Hay viajes y visitas a otros pueblos y naciones del mundo que dejen en tu memoria recuerdos y enseñanzas que resultan imborrables por motivos que pueden ser de carácter cultural, arquitectónico, histórico o religioso. Desde la Capilla de San Pablo situada en el interior de una de las dos puertas de la murallas de Damasco, al lago de Genesaret, las ruinas de Palmira o un encuentro interconfesional con representantes del cristianismo y del Islam en la ciudad sirio-cristiana de Malula, donde aun se reza en arameo, fueron todo un reguero de emotivas sensaciones que se acumularon en mi memoria, al contemplar las imágenes de la visita del Papa Francisco a Irak.
Vaya por delante mi denuncia pública por el uso indecente y sectario, que de los impuestos y dinero público de los españoles hace RTVE, al omitir la retransmisión de alguno de los momentos claves del viaje del Papa Francisco a Irak. Según el CIS, en diciembre de 2020 un 61,7% de la población española se definió como católica y según la Conferencia Episcopal Española han sido 8,5 millones de contribuyentes los que han elegido con libertad, destinar a la Iglesia el 0,7 de sus impuestos, es decir un porcentaje que se calcula del 32,15 % del total. En cualquier caso es de agradecer el esfuerzo que 13TV ha hecho para mantenernos informados a todos los espectadores, sean católicos o no, de los momentos estelares de esta histórica visita papal.
Solo me referiré a los dos encuentros más relevantes desde mi óptica personal. El primero de ellos fue en la catedral siro-católica de Bagdad donde sus firmes columnas y sus paredes testimonian el sufrimiento al que fueron sometidos hace once años, los 150 hombres, mujeres y niños que se encontraban en su interior. Los militantes terroristas de Al Qaeda, los atacaron con crueldad asesinando a 48, entre los que se encontraban dos sacerdotes e hiriendo a 80 de ellos. El Papa reconoció también a nueve personas de religión islámica que eran, sobretodo, policías y agentes de seguridad.
En la Catedral Siro-Católica de Bagdad
Para quienes conocemos las costumbres y la idiosincrasia del pueblo árabe fue especialmente emotiva la entrada del Sumo Pontífice en la Catedral entre banderas de Irak, cánticos y el “zagruda” o trino de la mujer árabe. El distanciamiento social impuesto por el coronavirus impidió la cercanía o proximidad a quienes deseaban simplemente tocarlo o abrazarlo. Las dificultades físicas que sufre el Papa, añaden un plus de emotividad y reconocimiento a las dificultades de un viaje no exento de riesgos.
El Papa Francisco hizo referencia a estos mártires del siglo XXI: “Que el recuerdo de su sacrificio nos inspire para renovar nuestra confianza en la fuerza de la Cruz y de su mensaje de perdón, reconciliación y resurrección.” El Papa con su presencia física en un lugar sagrado donde el fanatismo religioso ha inflingido tanto dolor, ha querido recordar a toda la Iglesia universal que frente al odio y al daño que causa, solo cabe la confianza en la fuerza de la Cruz, aunque algunos estén empeñados en enterrarla o hacerla infructuosamente desaparecer.
No podía olvidarse tampoco el Papa de los difíciles momentos que atraviesa la humanidad como consecuencia de la pandemia que hoy sufrimos. Hay un virus que es aún más dañino que el Covid-19, que es el virus del desaliento: “El Señor nos ha dado una vacuna eficaz contra este terrible virus, que es la esperanza”, dijo. Comprendo que para un agnóstico o un ateo estas palabras no sean suficientes, pero para los creyentes sean de la religión que sea, acudir a Dios cuando a nuestro alrededor o en el seno de nuestra familia, hace acto de presencia el sufrimiento o incluso la muerte, es una vacuna tan necesaria como las preparadas para generar inmunidad.
Finalmente tuvo unas palabras muy especiales para los jóvenes que asisten aterrorizados al azote que el mal del fanatismo infringe a su milenaria civilización: “De hecho, aquí no solo hay un patrimonio arqueológico inestimable, sino también una riqueza incalculable para el porvenir: ¡son los jóvenes!… nos toca a nosotros cultivarlos para el bien y regarlos con la esperanza”, como si de un árbol se tratara.
Y no quiso dejar pasar la ocasión para recordar una vez más la incompatibilidad del odio y la violencia con la religión: “la muerte de los mártires nos recuerda con fuerza que la incitación a la guerra, las actitudes de odio, la violencia y el derramamiento de sangre son incompatibles con las enseñanzas religiosas”
En la ciudad de Qaraqosh (Iglesia de la Inmaculada Concepción)
Fue muy impactante también, el encuentro que el Papa mantuvo con la comunidad cristiana más importante de Irak y la más castigada por el terrorismo yihadista de Al Qaeda. En la Iglesia de la Inmaculada Concepción, arrasada y destruida sacrílegamente por el Isis que dinamitó hasta el campanario, el Papa pronunció estas profundas palabras: “Nuestro encuentro demuestra que el terrorismo y la muerte nunca tiene la última palabra. La última palabra pertenece a Dios y a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte.” El 6 de Agosto de 2014, 50.000 cristianos de la ciudad de Qaraqosh tuvieron que huir de la noche a la mañana y se calcula que solo un 42%, y no sin temor, ha podido regresar a sus hogares para reconstruir una ciudad fantasmagórica y recuperar la convivencia perdida.
Muy significativa fue esta alusión que, con determinación y valentía, hizo a la mujer: “Y quisiera agradecer de corazón a todas las madres y las mujeres de este país, mujeres valientes que siguen dando vida, a pesar de los abusos y las heridas. ¡Qué las mujeres sean respetadas y defendidas! ¡Que se les brinde cuidado y oportunidades!”
La insensatez y la maldad del terrorismo que él mismo ha podido comprobar y denunciar, la llamada a la paz, el perdón y la misericordia y el respeto a la dignidad que merece la mujer según sus firmes y valientes palabras, demuestran la oportunidad de la presencia del Vicario de Cristo en una tierra que nos acerca desde su lengua, su cultura y su sufrimiento a los orígenes del cristianismo.
Jorge Hernández Mollar