Hemos ingresado al mes de julio que, con frecuencia, en algunos círculos se conoce como el mes de la patria. Esto en homenaje a quienes entregaron vida y bienes materiales que, desde los tiempos de José Gabriel Condorcanqui y Micaela Bastidas, hicieron los mayores esfuerzos para hacer del Perú una nación libre. Esfuerzos que fueron coronados con el memorable discurso de José de San Martín, en la Plaza de Armas de Lima y otras tantas de la ciudad capital.
Este mes tiene una especial singularidad. La nación se encuentra dividida tanto en lo político, como en lo social y económico. Muchos pensadores han tratado el tema, otros peruanos ilustres han entregado sus cuotas de talento y energía, mientras la gran mayoría, es decir el pueblo oprimido, no disfruta de tan gran anhelo.
Resulta trascendente la lectura de la Historia del Perú Contemporáneo, obra magistral de Carlos Contreras y Marcos Cueto, que, en su cuarta edición, expresa lo siguiente: «Entre los historiadores peruanos ha habido un fuerte debate acerca del significado que tuvo la independencia en la historia peruana… Una corriente cuestionó que ella realmente implicara una transformación de las estructuras sociales y económicas del país. Únicamente habría significado un cambio político formal, que no hizo más que convertir una antiguo colonia española en una «neocolonia» británica. La situación de marginación de los indígenas se mantuvo, así como la naturaleza dependiente de la economía»
¿Qué podemos reflexionar sobre esta afirmación, a la luz de los tiempos actuales? Más aún cuando los investigadores académicos nos dicen: «En años recientes se ha revisado esta tesis, proponiendo que, aunque la independencia no realizará todas las promesas de libertad e igualdad que generó, si trajo como consecuencia profundos cambios económicos, sociales y político».
¿Estamos de acuerdo con ello? En lo personal creo que la profundidad de lo dicho por Contreras y Cueto no ha sido suficiente. En el orden político, la reciente experiencia electoral, nos revela que no existe una clase política capacitada para asumir los destinos de la nación. En todo caso se encuentra inmadura y existe una incertidumbre en la ciudadanía al respecto. En lo económico, existe evidencias del profundo malestar entre quienes menos tienen o no tienen nada. El Estado no ha podido a la fecha administrar los recursos fiscales de manera decorosa. Al contrario, los encargados de la administración se han sumergido en el fracaso y la mayoría de ellos tienen cuentas pendientes con la justicia. De ese gran problema económico sobreviene la crisis social. El número de marginados y de olvidados crece de manera indetenible y constituyen el reflejo de un país subdesarrollado. ¿Es acaso esto una exageración? No lo creo. Pero de todas maneras no dejemos de lado el camino de las esperanzas.