La muerte para muchos es un final, pero para los creyentes es un momento de plenitud. La verdad no estoy seguro qué religión profesaba Ingerborg Zwinkel, el verdadero nombre de la Gringa Inga, pero tratándose de una persona que dejaba escapar un “aroma” a paz, tranquilidad, sensibilidad humana para con los demás, uno puede imaginar que se fue directamente al cielo.
En otras palabras, hoy la Gringa Inga está en la “gloria”, por lo menos los peruanos queremos creerlo así. Se trataba de un personaje que solamente la televisión y un show tan inusual como Trampolín a la Fama pueden convertir en personalidad, y no en ese tipo de figurettis a los que no están acostumbrando fortuitamente, llenos de músculos de laboratorio, de curvas diseñadas por bisturí, y tan escasos de neuronas.
Digo que es producto de la casualidad que la Gringa Inga haya llegado a la pequeña pantalla pues sólo se explica por el “ojo descubridor” de Augusto Ferrando. Al hombre de la guayabera florida se le pueden discutir muchos méritos, pero nadie le puede negar esa capacidad de “descubrir estrellas” con sólo mirarlos actuar unos breves instantes. De la alemana, nacionalizada norteamericana, le gustó el desenvolvimiento con el que enredaba el castellano, y lo mezclaba con el inglés.
Al principio, la propia Gringa Inga admitía que no actuaba, de verdad se confundía con los idiomas. Después, claro que demostró su vena histriónica. A ella la fama no la nublaba, y vamos que era mucho más conocida y popular que todas esas Olindas y Greysis, no necesitaba tener un cuerpo de impacto para ganar simpatías. Y su vida personal la dedicaba a causas tan nobles como el trabajar con los presos, hasta alguna vez fue tomada como rehén.
Por eso, hoy el Perú le dice adiós de manera sentida, auténtica, a una mujer de 95 años de edad que todavía genera reacciones como ¿por qué se murió?, llegar a ser viejo y que la gente en general lamente tu partida es algo muy bonito. Es sinónimo de verdadero afecto, de haber llevado una vida trascendente. Adiós, Gringa Inga, disfruta de la gloria.
Otro peruano que vive un momento glorioso es nuestro tenor Juan Diego Flórez, pero en su caso es una gloria terrenal. Le acaban de dar una ovación de pie en la Scala de Milán, para muchos eso sería un hito, pero nuestro compatriota está acostumbrado a los reconocimientos del público de ese templo lírico italiano. Lo que rompe todas las expectativas es la duración del aplauso, cincuenta minutos sólo de palmas batidas, casi una hora, ningún otro artista lírico ha recibido tal homenaje: ni Plácido Domingo, ni Luciano Pavarotti, ni José Carreras. Sólo el peruano.
Juan Diego Flórez está en su apogeo profesional, y se trata de otro personaje que es querido. Basta recordar su multitudinaria boda, donde todo “hijo de vecino” se agolpó en las calles para darle una felicitación, los conciertos con localidades agotadas que da en el Perú, cuando se le oye (en mi humilde caso por videos) entonar La flor de la canela al lado de arias inmortales.
Grande Juan Diego, el Perú te quiere y te agradece por llevar al extranjero tan buenas nuevas, por recordarle a todos que en este país no sólo se dan bochornos, protagonizados por políticos y personajillos que han hecho una carrera en el exterior “vendiendo miserias” (sí, me refiero a la ahora mexicana Laura Bozzo), que nos tengan presentes por nuestras grandezas como el tenor, y más anónimamente también le damos un aplauso a una vida bien vivida, como la de la Gringa Inga.
Foto: La República