Durante cuatro días, representantes de cinco países a América Latina y el Caribe participamos en Quetzaltenango – Guatemala, en una reunión de la Red Latinoamericana de Economía Social y Solidaria, para evaluar los avances en la construcción de organizaciones, que bajo los principios del cooperativismo y la ayuda mutua, se vienen constituyendo en cada uno de nuestros países la economía social y solidaria.
Pero, ¿qué es la Economía Social y Solidaria?
Parece paradójico. La persona humana, que debería ser el centro de la economía, es un recurso más en la producción de bienes y en la prestación de servicios. Y en muchos casos, el recurso que se desecha en primer lugar, generando desocupación con sus consecuencias de pobreza y malestar social.
Bajo esta lógica funciona la economía moderna, porque en el centro del proceso económico se ha colocado al capital, cuyo objetivo es el lucro y no el bienestar del trabajador y de la sociedad. Frente a esta realidad, desde el nacimiento del capitalismo, en el siglo XIX, surgieron propuestas desde distintas corrientes del pensamiento económico y político, buscando cambiar el sistema en unos casos o mejorarlo en otros. Una de ellas fue la Economía Social y Solidaria.
Fue en el siglo XX, a la caída del imperio de los zares, que se hizo realidad uno de los modelos propuestos en el siglo XIX, por Carlos Marx: el socialismo bajo la dictadura del proletariado, el mismo que se expandió y generó en muchas generaciones la utopía de la sociedad igualitaria, hasta su fracaso a fines del mismo siglo XX.
En cambio, la economía social y solidaria, cuyos orígenes se encuentran en las mutuales de ayuda, que organizaban los artesanos y en las cooperativas del siglo XIX, como formas embrionarias de un nuevo orden económico social, sigue siendo una realidad. Y, se diferencia del capitalismo, porque la persona humana vuelve a ser el centro de la economía y por tanto, el bienestar material y moral, es la principal preocupación de la empresa.
Se trata de una propuesta reconocida en estos tiempos, como una alternativa válida frente a la lógica del capitalismo, especialmente el actual. Hay por supuesto, experiencias truncas, como sucedió en el Perú, luego de la Reforma agraria: las tierras expropiadas fueron entregadas a los campesinos, organizados en cooperativas o en Sociedades Agrarias de Interés Social. Casi todas fracasaron, y se culpó del fracaso a la incapacidad de los trabajadores para administrar una empresa, capacidad que supuestamente si la tienen los empresarios, dueños del capital.
Pero otras experiencias exitosas y más avanzadas en el mundo, son aquéllas donde estas cooperativas de producción se constituyen voluntariamente, es decir, no se impone desde el Estado. Para esto se requiere el mayor compromiso de todos los trabajadores, conscientes de que son a la vez propietarios de la empresa, y que el éxito o fracaso depende de ellos, motivados con su participación e involucrados en las tareas de dirección en los niveles en que se desempeñan.
Esta forma de economía social y solidaria recoge entonces lo mejor que tienen las personas cuando trabajan: la identidad con la empresa donde laboran, porque es suya; y, la satisfacción de saber que lo que producen, está destinado al beneficio de todos y no al enriquecimiento de quien pone el capital.
Las experiencias de estas formas de organización asociativa, donde el interés común prima sobre el individual, pero que se desarrolla respetando, además, los criterios básicos de democracia, reconociendo las capacidades individuales y responsabilidades, están surgiendo en los países como una alternativa frente a los problemas que enfrenta la sociedad de hoy.
Lo que falta, es dar a conocer su existencia. Y las encontramos entre nosotros, muchas veces sin percibirlas en su real dimensión como parte de la economía social y solidaria. Cooperativas, mutuales y formas asociativas informales de organización de pequeños productores. Lo que se necesita es irlos a buscar y darles el mensaje de la Economía Social y Solidaria como una alternativa frente al gran capital.