Intelectuales cristianos del siglo I y una buena historia

 

Daniel Tirapu

Los primeros catorce intelectuales cristianos estaban tan escondidos que ni ellos mismos se conocían y se habrían reído si alguien los hubiera llamado «intelectuales». Algunos de ellos se dedicaban al pésimo negocio de la pesca en Galilea. Uno —con más ojo para los negocios— se había hecho recaudador de impuestos. Otro era un ladrón que acabó ahorcándose. Mi preferido, san Matías, ganó el título y el carisma de «intelectual cristiano» en una suerte de lotería. Hubo uno —el último de todos— que dedicó no pocas de sus energías a intentar acabar con los demás hasta que una especie de luz lo dejó ciego. Sabemos poco de ellos y, hoy en día, la muerte de un futbolista genera más comentarios entre los intelectuales que, por ejemplo, la fiesta de de San Pedro y san Pablo. 

San Pedro, el primero de los catorce primeros intelectuales cristianos —a quien se suele suele presentar como a un cateto— fue quien dejó escrito para edificación y guía de los intelectuales de todos los tiempos: «estad dispuestos a dar razón de vuestra esperanza».

San Pablo, el último de los catorce primeros intelectuales cristianos, ganó en Atenas una batalla de la que salió personalmente maltrecho. En su discurso hizo notar a los griegos que la piedad griega, tan razonable, había erigido un templo «al Dios desconocido» y que esa razonable piedad los había hecho merecedores de conocer a Cristo.

Un niño subió solo en un avión para viajar a Nueva York. Llamando la atención de todos, boleto en mano, busca su asiento y se sentó al lado de la señora que lo cuenta.

Se veía un niño educado, seguro e inteligente. Después de mirarla, sonrió, sacó un libro y comenzó a dibujar, pintar y colorear. A pesar de su corta edad, acaso unos 8 años, no presentaba rasgos de ansiedad ni nerviosismo al despegar el avión.

El vuelo no fue muy bueno, hubo tormenta y mucha turbulencia. De momento una sacudida fuerte, y todos estaban muy nerviosos, pero el niño mantuvo su calma y serenidad en todo momento ¿Cómo lo hacía?, ¿Por qué su calma? Hasta que una mujer frenética le preguntó;- Niño: ¿no tienes miedo?- «No señora”, contestó el niño y mirando su libro de pintar le dice:- ”Mi padre es el piloto”…

Que cada uno se vea a sí mismo.

Fuente: https://www.ideasclaras.org/

 

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