La ambrosía del infierno

 

Malcom Lowry estaba seguro que los muertos viven en las entrañas de los volcanes. Igual que el maestro Máximo Damián quien me confesó que los muertos no se van a ningún lado salvo a morar en justicia en las profundidades de las montañas y señalaba el nevado Corpuna que estaba imponente en un retrato en la sala de su casa. Y desde México se informa que el volcán Popocatépetl registró una nueva explosión que arrojó una columna de ceniza de tres kilómetros y lanzó fragmentos incandescentes a más de una legua. Está vivo, no hay duda, con todos los muertos en asamblea. Ahí figura seguramente, como en la tumba donde yace un amigo, el ex cónsul británico en Cuernavaca, México, Geoffrey Firmin, personaje de la novela Bajo el volcán, muerto ilustre un anochece del 1 de noviembre de 1938, “Día de los muertos”, persiguiendo su borrachera final, arruinado por los fantasmas de su mente y su sentimiento de culpabilidad que lo llevaron a la autodestrucción.

Lowry era adicto (Cheshire, 28 de julio de 1909 – 26 de junio de 1957) y Bajo el volcán es una novela adictiva. Está en la mesa de noche como una infinita resaca que se sospecha alguna vez se detenga. Y solo hay un trago para ello. El libro es aquel que se mete en uno como larvas de la holganza. En la edición de Tusquets de 1997, la novela tiene 415 páginas fuera del prólogo. Cada página es intensa y punzante, dolorida y atormentante. Cierto, existen relatos de 7 segundos como los de Tito Monterroso y otros, cual la misma eternidad como los de Tolstoi. Solo el Ulysses de James Joyce recorre un día completo en la vida de esa caterva de personajes de Dublín. En Bajo el volcán el cónsul Geoffrey Firmin agoniza en apenas doce horas –son también doce capítulos—donde el personaje ve sus fuerzas al interior de sí mismo y se asusta y sigue bebiendo y describe aquel remordimiento y su caída en una luz malva bajo el peso de su pasado. Terrible.

Pero Lowry siempre será noticia. Desde aquella vez que Margerie Bonner, la segunda esposa de Malcom Lowry, estrelló por enésima vez la botella de ginebra contra la pared del estudio del escritor. Y así, Lowry comprendió que ya no había razón para vivir y esa misma noche se murió ahogado de tristezas. Así, cuando se cumplía los cien años de su nacimiento, la señora Bonner permitió que la editorial Tusquets publique Piedra infernal (o Lunar caustic, su título original) como rescate de un libro sorprendente, breve y mítico –traducido por Juan de Sola–que Lowry jamás lo pudo terminar y que vendría a ser el hermano menor de Bajo el volcán. Y otra vez, texto genial, de escritura ebria, de personajes desequilibrados, harto delirium trements y de pasajes sin retorno, escalofriantes remates, en síntesis, un libro para leer con una sola mano y la otra con un buen trago.

En peruano, Bajo el volcán recorre el relato como una borrachera con Ron Pomalca rubio y puro. La lucidez viene ultrajada por los ‘diablos azules’. Hay subidas y caídas. Fijeza en la idea y vapor en el raciocinio. Hemingway,con el acento de sus mujeres, decía que no se podía escribir ebrio. Por ello se levantaba a la 5 de la mañana a domar su genio frente a una vieja máquina de escribir colocada en una repisa a la altura de su pecho cono quien le apuntaba a un león. Donald Goodwin, psiquiatra de la Washington University dice en su libro Alcohol and the Writer: “Escribir es una forma de exhibicionismo, el alcohol desinhibe y saca fuera ese exhibicionismo. Escribir implica imaginación, el alcohol promueve la fantasía. Escribir requiere confianza en uno mismo, el alcohol genera esa sensación. Escribir es un trabajo solitario, el alcohol mitiga la soledad. Escribir demanda una intensa concentración, el alcohol relaja”. Hay un detalle, estimado Goodwin, el alcohol desquicia y perturba. Solo Lowry fue un predestinado, Por ello su libro es un trago, un largo trago de 12 horas.

En la edición de Bajo el Volcán de noviembre de 1997 de Tusquets Editores, traducción de Raúl Ortiz y Ortiz, se lee: “Malcolm Lowry nació en Birkenhead, Gran Bretaña, en 1909, en una familia acomodada que nunca vio con buenos ojos su vocación de escritor”. Tenían toda la razón. Lowry, que había estudiado en la Law School y el Christ’s College de Cambrigde, sabía que por más pruebas y ensayos un escritor tiene un solo libro. Él que ya había publicado Ultramarina –su vida a los 18 años como aprendiz en el buque de carga Oedipus Tyrannus viajando por Bombay y Singapur en medio de una tripulación bronca y obscena, en travesía por bares y burdeles de los puertos chinos— su primera novela, buscó su obra mayor, la única, Bajo el Volcán. Ese libro que edifique la vida de un sujeto infeliz, que construya a un tipo de una infancia incomprendida para añadir un halo de patetismo a su biografía.

Lowry vivió persiguiendo ese único libro que empezó a escribir cuando tenía 26 años y tardó diez años en recién perfilarlo. Todo ese tramo es aciago. Al interior de este caos él construye a un personaje desagradable que arruinaba todo lo que estaba a su lado. Su primera mujer, sus amigos, su familia. Entonces apestaba literalmente como apestaba su presencia de uñas sucias y tufo infernal. Pero tenía su gracia. Tocaba el ukelele, una guitarra que sueña con ser guitarra pero apenas tiene 4 cuerdas y es popular solo en Hawái y la Polinesia. Y vaya uno a saber por qué diablos escogió ese instrumento que acompañaba sus jaranas. Si uno observa sus fotos observará que es un “colorado” simpático aunque descuidado. Uno no teme a las fotos. Pero sí a Lowry que era una persona desagradable con una ira de búfalo que lo iba consumiendo y que tras cada juerga donde padecía delirante, uno sospechaba que se iba a morir luego del siguiente trago.

En su prólogo a la edición francesa de Bajo el volcán de 1949 –traducción al español de Carmen Virgili— Lowry escribió: “En 1945 mi libro recibió por parte de una firma inglesa (que luego me hizo el honor de publicarlo) una acogida muy poco entusiasta. A pesar de que mi obra fue considerada por los editores como “importante e integra” se me sugería grandes correcciones que yo me resistí a llevar a cabo. Todos hubiesen reaccionado del mismo modo si un libro escrito hubiese atormentado durante largo tiempo y hubiese sido rechazado y reescrito varias veces”. Cierto, su novela fue rechazada por doce editoriales. Pero él jamás desmayó.

Ebrios y dipsómanos siempre existieron en la tradición literaria. Los judíos del Antiguo Testamento bebían para encontrarse con la verdad y el propio Noé, quien tuvo poder de convocatoria, sembraba viñas y fabricaba su propio vino. Los griegos ni que decir ,empezando con Dionisio que una vez borracho equivocó su nombre y en una redada dijo llamarse Baco. Aquello le dio fama y seguidores. De los chinos ni hablar comenzando con Li Po, gran poeta, quien quiso encontrar la luna en las profundidades del mar. En París, ya lo decía Hemingway, la fiesta era interminable y en el Perú tenemos nuestros ebrios gloriosos con el perdón de los presentes: A Martín Adán a quien le apestaba el genio y a Juan Gonzalo Rose, tan caro a nuestra amistad pero que perdía la cordura sin un buen trago y muy temprano.

Insisto en que el alcohol en sí mismo es también un personaje de la literatura. Hunter S. Thompson nos abre los whisky en cada capítulo de toda su literatura como antiguo, los piratas de La isla del Tesoro se ahogaban en ron y hasta Robinson Crusoe lleva su naufragio bien borracho y ni que decir de Raymond Chandler en El Largo adiós donde investiga, pelea y bebe. El argentino Horacio Oliveira de Rayuela de Cortázar quien en París y obsesionado con la Maga, se emborracha con el grupo de amigos que forman el Club de la Serpiente. Igual, el personaje de Lowry, perseguido por los demonios, durante doce capítulos en una novela endiabladamente genial, bebe y no deja de beber.

Leer a Lowry es remitirse a otros tantos libros, la biografía de Douglas Day de 1973 y Perseguido por los demonios de Gordon Bowker veinte años después. Lowry muestra entonces su atribulada vida que comenzó en 1909, en la región de Chesire, cosa curiosa, la misma zona de otro genial escritor, Lewis Carroll. Al recordado actor mexicano Emilio El Indio Fernández ¡Qué personaje! también le gustaba el mezcal y le fascinaba Lowry. Cuando John Houston termino la película fallida Bajo el volcán –soy injusto pero equitativo—en 1984, El Indio fue más que feliz. Ahí está en la historia junto a Albert Finney, en el papel de Firmin; Jacqueline Bisset, en la mujer del cónsul, y Katy Jurado como doña Gregoria e Ignacio López Tarso como el doctor Vigil. El Indio apenas fue un Diosdado segundón pero dichoso. Él sabía que cualquier intento de acercarse a Lowry era un fracaso. Tenía razón. Ya lo griegos aseguraban que la razón de lo perfecto es que es inmodificable. Lowry, borracho o no, era perfecto, perfectamente borracho, como se dice en ese descomunal libro sobre los ebrios. Finalmente, Lowry hizo de su tragedia un método escribal y no se privó de ninguna dolencia real ni imaginaria Así, en la montaña, terminó también oscuro como la tumba donde yace su amigo.

Últimas horas del Cónsul / Fragmento

“Al principio el Cónsul sintió un extraño alivio. Ahora se percataba de que habían disparado sobre él. Cayó sobre una rodilla y luego, gimiendo, boca abajo, cuan largo era sobre la hierba. – Dios – observó, perplejo-¡qué manera de morir!” “No se puede vivir sin amor”- dirían-, lo cual lo explicaría todo- y lo repitió en voz alta. ¿Cómo pudo haber juzgado con tanta dureza al mundo, cuando el auxilio estuvo al alcance de su mano? ¡Ah, Yvonne, perdóname!…Potentes manos lo alzaban pero no había nada ni cumbre, ni ascenso ni vida. Ni tampoco era ésta su cúspide, no era exactamente una cúspide… También esto, fuera lo que fuese, se desmoronaba, se desplomaba mientras él caía, caía en el interior del volcán, el ruido de lava insinuante crepitaba en sus oídos… Era una erupción, aunque, no, no era el volcán, era el mundo mismo lo que estallaba en negros chorros de ciudades lanzadas al espacio, con él, que caía en medio de todo, en el incontenible estrépito de un millón de tanques, en medio de las llamas…De pronto gritó y fue como si ese grito fuera proyectado de árbol en árbol, como si sus ecos regresasen y, entonces, como si los árboles se cerraran sobre su cabeza, apiñados, se cerrasen sobre su cuerpo, compadecidos…Alguien tiró tras él un perro muerto en la barranca. ¿LE GUSTA ESTE JARDÍN QUE ES SUYO? ¡EVITE QUE SUS HIJOS LO DESTRUYAN! / Bajo el volcán

LOS BORRACHOS / Poema de Lowry

El ruido de la muerte aquí en este bar desolado,

Donde la tranquilidad se sienta encorvada sobre su oración

Y la música sirve de concha al sueño del amante,

Pero cuando ninguna moneda introduce esta dura desesperación

Hasta aquí, el más solitario de los hogares

Y de todos los destinos el más solitario además,

Cuando ninguna música eléctrica rompe el batir

De corazones doblemente rotos pero ahora reunidos

Por el cirujano de paz en la astilla del desastre,

Penetra más profundamente que lo hicieran las trompetas

El movimiento de la mente dentro de ese entramado

Donde los desórdenes son simples como la tumba

Y la araña de la vida se asienta, duerme.

 

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