Perú es uno de los países de América Latina, soñada por los precursores y próceres como una verdadera república, que se encuentra en el observatorio político de la región, debido a las dudas que hay sobre el impacto positivo de la democracia en la vida ciudadana. Esto explica porqué una comisión del más nivel de la Organización de Estados Americanos, evaluará, en términos diplomáticos, cuáles son las causas de este desapego por el diálogo y la concertación entre los políticos de estos tiempos y, por lo tanto, responsables al unísono de la crisis social y económica que hoy afrontamos.
¿Quiénes son más o menos culpables? es un asunto por desentrañar. Es tarea que la posteridad se encargará de señalar. Pero que no me limita a observar que la colectividad peruana vive condicionada por un determinado marco socio-político-cultural y sostenido por sus clases dirigentes detentadoras del poder tradicional y de los privilegios. La pugna existente entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, sobre todo, es una muestra escandalosa de lo que ocurre en estos momentos.
Las leyes que se imponen en este marco y que ciertamente reducen las posibilidades de participación ciudadana en las más importantes decisiones, han tratado y tratan de modelar y generalizar un cierto tipo de organización social que no responde a la realidad de cada una de las regiones naturales del territorio peruano.
Menuda labor que le espera a la Comisión de la OEA relacionada con los principios y valores que justifican la existencia de tan trascendental foro. Compleja, también, porque no se puede desconocer que, en este país, existe una subcultura juridicial alimentada por las propias clases dominantes, que determina estados de conciencia y de comportamiento que obligan a aceptar en modo mecánico, rutinario, resignado, nada crítico, todo lo que las leyes establecen en materia de convivencia realmente humana.