La lección de «El Niño Costero» y el diluvio en la Amazonía

 

Curiosa, irónica y extrañamente el descrédito del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski y el desplome de su aprobación acaban de detenerse, aunque no se puede prever hasta cuándo: el desastre provocado por “El Niño” en Lima y principalmente en el Norte del país, en Trujillo, Chiclayo y Piura, ha realizado el “milagro” de detener esta caída porque el pueblo peruano ha visto y calificado con simpatía el accionar del presidente y sus ministros, además de militares, policías y voluntarios, apoyando a las miles de víctimas de la catástrofe.

Aunque para ser objetivos, hay que decir que en el Perú las tragedias están a la orden del día. Veamos las
dos catástrofes más graves que están castigando a la mayoría de los peruanos, especialmente a los más pobres.

En los primeros meses de este 2017 el Perú está siendo golpeado por dos catástrofes. Una de ellas, moral y política, ocasionada por la repulsiva y escandalosa corrupción de la compañía brasileña “Odebrecht” que ha desnudado la precariedad moral y cívica de la clase política peruana y de la tecnocracia y, la otra, los trágicos desastres a causa de los huaicos y desbordes de los ríos con pérdidas de vidas humanas y destrucción de bienes materiales de la población más pobre del país y originados por “El Niño Costero”.

Resulta cruelmente irónico que sea “El Niño Costero” que revele, que ponga al descubierto, que exhiba, la enorme vulnerabilidad de un país de cultura milenaria que ha perdido todo indicio de una fundamental cultura de la previsión. Un país, además, que ha hecho de los ríos letrinas y basureros y donde un extractivismo desenfrenado y obsceno, con mínimas regulaciones y casi siempre convertidas en letra muerta por las empresas, está provocando severos e irreversibles impactos en la naturaleza, en la Madre Naturaleza.

Porque el fondo del problema, entre otros, es la atávica subcultura de la imprevisión. Además de la corrupción. Si los organismos del Estado, los gobiernos regionales y municipales, hubieran cumplido su tarea de limpiar los cauces de los ríos, descolmatar los lechos más profundos, reforestar y conservar las cabeceras, prohibir que se conviertan en basureros, entre otras medidas, las aguas hubieran discurrido normalmente por estos cauces.

Porque la Madre Naturaleza no es, como dice el novelista Mario Vargas Llosa, desde una visión eurocéntrica, “ciega y cruel” y tampoco, como expresa Verónika Mendoza, desde una concepción racionalista, que “no podemos controlar la naturaleza”.

A la Madre Naturaleza no hay que dominarla, como exigía Francis Bacon, el padre de la ciencia moderna ni controlarla como plantean los materialistas y extractivistas. Con la naturaleza hay que coexistir y convivir armoniosamente.

Viviendo en las áreas de riesgo irreversible

Los organismos de evaluación están señalando que sólo en Lima hay 250 mil personas que viven en “áreas de riesgo irreversible”, es decir, en el cauce de los ríos, en las laderas inestables de los cerros y en tierras bajas e inundables. Si estas personas, por su estado de pobreza, imprudencia y por ser víctimas de los traficantes de tierras y las mafias no pudieron elegir un lugar seguro para instalar sus viviendas, para eso están los municipios, los gobiernos regionales, el Ministerio de Vivienda, para orientarlos y planificar su asentamiento.

La endémica corrupción es otra de las causas de esta tragedia nacional. Todas o la mayoría de las obras de infraestructura construidas en las zonas destruidas por las inundaciones-puentes, canales, pistas, defensas, etc.-han sido mal diseñadas y han utilizado materiales de baja calidad por un acuerdo entre la empresa constructora y los funcionarios del Estado o municipales para tener más utilidades para las coimas. Hay pruebas irrebatibles al respecto.

Incluso algunas municipalidades, dando muestras de total irresponsabilidad y movidos por intereses corruptos, han otorgado títulos de propiedad en estas áreas y zonas de “riesgo irreversible”.

Diluvio en la Amazonía

Con relación a las inundaciones en la Amazonía y sus graves impactos en las poblaciones, las causas son las mismas que en el resto del país. Cada día se arrojan al río Amazonas, en Iquitos, 200 toneladas métricas de aguas servidas. La alta tasa de deforestación en todas las cuencas, provoca con las lluvias la erosión de los suelos que son arrastrados al fondo de los lechos fluviales donde se colmatan y hacen elevar el nivel del lecho de los ríos. Un río que antes tenía una profundidad de 50 metros, ahora tiene sólo 30. La misma precipitación pluvial de antes hoy ocasiona una inundación diluvial como está ocurriendo ahora en la Amazonía, impactada también drásticamente por el cambio climático.

El cambio climático en la Amazonía

El cambio climático ya ha llegado a la Amazonía para no retornar. Y a nivel global, el proceso parece indetenible. Las cifras al respecto son alucinantes. De los recursos naturales, 1/3 ya han sido a dilapidados, saqueados y consumidos. El 80 por ciento de los bosques del planeta Tierra ya han desaparecido por la tala, los incendios y su uso irracional. Se emplea un total de 100 mil productos químicos que contaminan el ambiente para la producción industrial. Los productos que compramos en seis meses son basura porque tienen una “obsolescencia programada” para durar poco y convertirse en desechos.

Las aguas del Amazonas son vitales para mantener el equilibrio ecológico planetario. Sin embargo, tal como hemos señalado, estas aguas están disminuyendo a causa del calentamiento climático y el deshielo de los glaciares que proveen de agua a los ríos y alimentan la napa freática.

El Perú posee el entre el 71 y 74 por ciento de los glaciares andinos, Bolivia tiene el 20 por ciento, Ecuador el 4 y Colombia también el 4 por ciento. En el último cuarto de siglo se han perdido entre el 15 y 30 de los glaciares por el calentamiento atmosférico.

El agua, el recurso natural irremplazable, es cada día más escaso. Según un reciente estudio de las Naciones Unidas, al año 2030, la oferta de agua sólo cubrirá el 40 por ciento de la demanda mundial del
recurso más valioso de la Tierra.

De acuerdo a los expertos, los impactos más severos y que modificarán todo el sistema de vida en la Amazonía son, en primer lugar, los cambios en el sistema hidrológico. El río Amazonas, el río más largo y extenso del mundo, con más de mil tributarios, está disminuyendo sus aguas. De los 275 mil metros cúbicos por segundo que arrojaba al Atlántico, ahora su flujo llega a los 225 mil metros cúbicos. En los años 2005 y 2010, una pavorosa sequía en toda la cuenca amazónica estuvo a punto de hacer colapsar todo el sistema de navegación fluvial.

Los científicos señalan que ya se inició un proceso de sabanización del trópico amazónico a causa de la masiva tala del bosque y el uso irracional de sus suelos y bosques, por la minería, la ganadería extensiva, la instalación de megalatifundios para la producción de palma aceitera, el piñón y otros monocultivos.
Se está produciendo asimismo una pérdida de la rentabilidad económica del sistema forestal porque se está modificando aceleradamente el ciclo biológico y productivo. Estos son sólo algunos de los múltiples impactos.

Sin embargo, pese a estos onerosos costos ambientales, las acciones de mitigación, adaptación, conservación de bosques y transferencia tecnológica que el Estado peruano debe ejecutar por acuerdos en las COPs 20, 21 y 22 están en cero o, en el mejor de los casos, con poco o mínimo avance.

Por estas y otros razones la agenda más importante de la Amazonía con relación al cambio climático debe ser la modificación del sistema extractivo mercantil o modelo primario exportador, un rediseño y reingeniería de las políticas de inversión y distribución presupuestal, entre otras medidas.

El Perú es uno de los países de más baja emisión de dióxido de carbono. Emitimos sólo el 0.1 por ciento del CO2 mundial, pero al mismo tiempo somos el tercer país más vulnerable al cambio climático después de Bangladesh y Honduras.

La doble reconstrucción del Perú

Tanto los voceros del gobierno, como los políticos y expertos empiezan a debatir sobre la reconstrucción. Se afirma que ésta tiene que ser a largo plazo, que se debe proceder a una renovación urbana, que la Autoridad Nacional del Agua (ANA) debe definir los límites de los cauces de los ríos, límites de las laderas y zonas donde no se pueden construir ni puentes ni viviendas. Ernesto Ráez Luna, un notable experto ha dicho, inteligentemente, que “debemos a convivir con “El Niño” y que la reconstrucción tiene que “adaptativa y preventiva”.

Pero todo eso y mucho más. La reconstrucción no sólo debe ser física y material. Debe haber una reconstrucción de la memoria histórica, de la cultura de la prevención, de la ética política.

El Perú no sólo debe ser físicamente reconstruido. Debe ser refundada como Nación o, como señala Nelson Rubio Candamo, nuevamente fundada.

 

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