Los daños que vienen ocasionando los huaycos, en todas las regiones costeras del territorio nacional, son materiales y morales. Por un lado, las pérdidas de viviendas, muebles y otros enseres, sobre todo en hogares que sobreviven por milagro, y por otro, la ausencia de pesar ante el dolor ajeno, nos hace ver que somos parte de un país en donde la conmiseración es una palabra rara, extraña. No es el caso de la totalidad, pero si de seres e instituciones que están en buen pie dinerario y que, sin embargo, a la fecha han mostrado que son incapaces de expresar, en forma cierta, solidaridad con aquellos que, inclusive, carecen de un pan para calmar el hambre de cada día.
Esos seguramente no saben que la indiferencia es la peor enfermedad de la persona humana. Y como ellos podrían ser mayoría, tendría que concluir que
convivimos en un país subdesarrollado culturalmente. La indiferencia nos gana, tal como ha ocurrido desde tiempos inmemoriales, pese a las constantes catástrofes ocasionadas por la naturaleza y, también, por acción maquiavélica, insana o simplemente ignara supina, de los que han llevado a la Nación al sufrimiento de las peores desgracias. Habría que preguntar en estas circunstancias: ¿ Existe acaso, un instituto, ministerio, o algo que se asemeje, para planificar el futuro del Perú? En un moment dado, tal entidad existió, pero la soberbia, la vanidad, la venganza política, hizo que organizaciones como esa, integrada por personas especialmente preparada, dejará de funcionar. Los mueblos y quipos de trabajo, archivos, etc.,fueron distribuidos, sin ton ni son, entre las diferentes reparticiones ´públicas y los expertos, gran parte de los mismos con estudios de especialización en países más desarrollados, fueron dados de baja.
Esta, sin embargo, no es la hora de los lamentos. Aunque si de la reflexión seria y permanente. Los resultados de la desgracia que abate a pueblos y personas,están a la vista. Eso es más que suficiente para iniciar el camino que nos debe llevar con coherencia al logro de las condiciones necesarias para construir efectivamente el ideal perseguido.
En este como en otros episodios de la vida democrática, la auténtica vida democrática, la palabra la tiene la ciudadanía, esta ciudadaníaa que ya le ha dicho a los huéspedes de Palacio de Gobierno y del Palacio Congresal, que se vayan. No le hagan más daño a los habitantes del Perú. Y, por supuesto, es tiempo también que nuestra ciudadanái, aprenda a elegir a sus gobernantes, que no se deja llevar pro la propaganda, por las elocuencias de la demagogia, ni por intereses que ponen de lado las verdaderas necesidades de la población.
¿ Hasta cuando se va a vivir en las actuales condiciones? La solidaridad es una excelente palabra, pero esta debe estar acompañada de la emoción que surge del corazón y de la sabiduría que emana del conocimiento de la realidad nacional. No basta escuhar, hay que oir, no basta observar, hay que mirar el sufrimiento del pueblo entero. Es lo que pienso, es lo que opino.