La tontuna angloestúpida

 

Una jornada de ‘catfishing’. Eso decía el papel presentado al alcalde -de un lugar del que no quiero acordarme- para que lo avalara y apoyara. Una fiesta de pesca del barbo, eso solicitaban. El regidor miró a los solicitantes, miembros de una asociación local de pescadores surgidos de un mundo campesino de una pequeña localidad de Extremadura (España), y les pidió que pusieran la cosa en castellano. No hubo manera.

Ninguno de los peticionarios sabía hablar ningún otro idioma, nada ajeno que llevarse a la boca; pero defendieron su ‘catfishing’ como si fuera caviar. El burgomaestre, resignado, avaló el evento con cara de asco. Así va Europa.

¿Por qué hay tragar cada día misiles y términos anglófonos incrustados en todos los idiomas europeos, variados y ricos en historia y que tienen una amplia gama de vocabulario para decir lo mismo? Es más que absurdo: es una herida mental y cultural que se auto inflige el público.

Mientras los expertos se esforzaron en probar los beneficios mentales del multilingüismo (incluso para prevenir el Alzheimer), una cierta manía ideológica, asociada a la ideología neoliberal más reaccionaria, ha impuesto su obsesión: resulta casi obligatorio decir los términos clave de todo en inglés. Ni siquiera se trata de hablar desde la diversidad o de escribir en inglés, que es una cultura múltiple, estupenda, rica y divertida, sino de salpicar los demás idiomas con gotitas de salsa supuestamente anglófílica.

En el mismo lugar del tontón ‘catfishing’, quienes pasean por aquellos montes -excursionistas, turistas de ocasión y amantes de pájaros- se describen a sí mismos como ‘explorers’, mientras otros salen a correr por allí diciéndonos que no corren sino que hacen ‘running’ (y ellos son ‘runners’ y no corredores) o señalan a unas cuantas aves diciendo que practican el “birding” (palabra inventada aquí, inexistente en los países de lengua inglesa, donde se dice ‘birdwatching’).

Cerca de donde vivo, una tienda de productos para mascotas se ha dado el nombre de Pet à Porter. Se supone que es un cruce del concepto ‘prêt-à-porter’ (francés) con la palabra inglesa “pet” (mascota o animal doméstico). Pero resulta que pet en francés quiere decir únicamente “pedo”. Así que una amiga francesa que paseaba conmigo por el lugar estalló de risa al ver el nombre de la tienda de marras. Tremendo, ¡pedos para llevar! Así vamos con la incrustación de palabros porque sí, por sus cojones.

Y en esto llegó Salvador Sobral

Y en esto llega la Rádio e Televisão de Portugal (RTP), un servicio público audiovisual de un país pequeño y hermoso, y presenta al más popular de los ritos europeos anuales a un cantante Salvador Sobral para que cante –sencillamente- en su idioma. Se trata de otra lengua más, pero el tiempo la hizo vieja y sabrosa. Sucedió a golpes, por la evolución del latín en el occidente ibérico. Luego, se enriqueció mucho con la ayuda de camponeses e marinheiros, de gentes como Luis de Camões, Fernando Pessoa, por el fado lisboeta, por tipos como Carlinhos Brown (el brasileño) o por los viejos rockeros de Xutos e Puntapés. Gracias Portugal. Cuando los portugueses llegaron a la India, antes que los demás europeos, nadie hablaba allí inglés. Dicen que se entendieron en español (castellano) con un morisco hispano que había llegado hasta aquellos lugares remotos. “Quem te trouxe a estoutro mundo, tão longe da tua patria Lusitana?”

Entre los que movieron las velas portuguesas y remaron hacia las costas de Malabar, pocos hablaban previamente el idioma de la mar. Casi todos eran gente del campo. Así quienes los daban órdenes, no decían ‘babor’ o ‘estribor’. Eso confundía a los campesinos recién convertidos en marineros. Los gritaban “ajos” (habían puesto ristras de ajos a babor) o “cebollas” (a estribor). Si hubieran gritado “toward the garlics” y “to the onions”, vete a saber si hubiéramos logrado abarcar el mundo. Hay que recordar que la primera globalización de verdad, de verdad, fue portuguesa. Lo recordaba Rui Veloso en su Auto da Pimenta, donde dice de qué se trataba (aparte de comerciar) de otro asunto más serio: “Complete-se o planisferio com todas as novas locais”.

De modo que bienvenido el triunfo de Salvador Sobral en el festival de Eurovisión. Como cantó aquel José Afonso que tanto quisimos, Quando un cão te morde a canela, o que faz falta é chamar a malta.

Es un toque a la tontuna que inventa un mal inglés y también lo destruye. Leo que Sobral se inspira tanto en Caetano Veloso como en Chet Baker, que fue Erasmus en tierras mallorquinas, donde debió apreciar aquella variante de la lengua catalana. Porque las gotas de anglofonía podrían tener gracia y enriquecer, pero han terminado imponiéndose como esa maldita ideología que nos llena de tontunas y desequilibrios.

El inglés no es el enemigo, pero lo convierten en arma cultural impuesta, incrustada en la lógica mental de todo discurso, de cualquier proceso mental. Es un proceso de imposición colonial, que ya describió Frantz Fanon al referirse al francés en los tiempos de la guerra de independencia argelina. Tras aquella imposición primera, y tras la independencia, se generó una sucesión de proyectos oficiales de arabización forzosa que siguen encontrando resistencia entre los hablantes nativos del beréber o del francés en la Argelia actual. Esa resistencia incluye también a los argelinos que hablan árabe en su casa, pero se niegan a utilizar el árabe clásico impuesto que es para ellos como nuestro latín eclesiástico.

Tampoco la tontuna angloestúpida es neutra. A veces es ignorancia, otras es agresión intencionada. Recuérdese cómo la macroindustria del cine (Hollywood) impuso –por contrato, obligatoriamente- que la cartelería de las películas tuviera los títulos en inglés, erradicando poco a poco toda versión en otros idiomas.

Y esto no tiene que ver con subtitular los productos culturales de otros (muy conveniente). En Portugal, lo hacen. Pero hacerlo en un idioma único es una especie de totalitarismo. Así que bienvenida la resistencia de los idiomas todos, del euskera y del albanés (minoritarios), de las hablas locales del sur de la Península Ibérica y del tagalo, del finés y del zulú, del judeoespañol y el quechua, de los idiomas gaélicos y del arameo, del bemba africano y las hablas aztecas.

No importa que no los entendamos todos. Lo que importa es nuestra actitud abierta hacia esa inmensa riqueza universal. “Las lenguas acompañan a los distintos grupos humanos”, dice Claude Hagège en su magnífico libro “Halte à la mort des langues”. Hagège denuncia que cada año se reduce el número de idiomas utilizados por la humanidad, que son parte de su biodiversidad cultural. Y todo empieza con la imposición de estúpidos ‘runners’ o con declaraciones voluntarias de monolingüismo ignorante (catfishing).

En el diario portugués Público, Luísa Sobral, compositora de Amar pelos dois y hermana del vencedor de Eurovisión, lo explica con sencillez: “Quando percebi que era para representar o país, pensei que só fazia sentido ser uma canção em português”, recuerda la compositora. Contudo, considera que não é preciso cantar-se sempre em português lá fora, ainda que também não seja peremptório cantar-se em inglês para que a mensagem seja percebida: “Eu que falo inglês fluentemente, não percebia o que é que eles estavam a dizer na maior parte das canções do festival”. “Nem eles próprios”, graceja Salvador. “Havia uma rapariga que cantava em inglês e não sabia falar inglês”, contextualiza a irmã”.

El inglés es un estorbo estúpido sólo si es el de los financieros que lo imponen o el de los tontos; si no, podemos considerar lo que escribió Walt Whitman: ‘Viewed freely, the English language is the accretion and growth of every dialect, race, and range of time, and is both the free and compacted composition of all’.

Por cierto, acabo de leer que la película americana (y en inglés) Catfish, que no he visto, trata de las apariencias y de la multiplicación actual de lo aparente y que al final resulta débil, falso y enfermo. En inglés argótico de algunos, ‘catfish’ figura como sinónimo de “persona que asume una identidad falsa”. El alcalde en cuestión lo vio claro y por eso se resistió a estampar su firma para apoyar aquel evento en un lugar remoto y desconocido. Querían pescar barbos, ¿no? ¿A qué puñetas viene lo de ‘catfishing’?

Y en esta época definida por el triunfo de un tal Donald Trump, es importante no confundir la pluralidad de veras con las apariencias y con la tontuna runner-explorer que nos salpica por todas partes. Tras el principio del Brexit, en las instituciones europeas, a las que se acusa de gastar en traducciones, parece que vuelven a reflexionar sobre el lado opuesto: los costes políticos, sociales y humanos del inglés monomaniaco que varios favorecieron durante años. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, reaccionó hace pocos días anunciando que -en sus ruedas de prensa- el inglés dejaría de ser preferente. Siguió hablando en francés. Como buen luxemburgués, Juncker puede expresarse en tres o cuatro idiomas europeos de manera casi indistinta.

Así que en lo que me corresponde como europeo: gracias de nuevo, Portugal.

 

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