La eutanasia no es progresista, ni defiende la libertad ni respeta la dignidad humana. Su puesta en marcha institucional sucedió por primera vez en la Alemania nazi, con el conocido “Projekt Aktion T4” promovido por la Cancillería del Fuhrer bajo la supervisión de Philipp Bouhler, que generalizó la eliminación de lo que ya entonces se consideraron “Lebensunwerten Leben” (“vidas indignas de ser vividas”).
La aprobación de la Ley de Eutanasia en España incorpora todos los términos éticamente reprobables de otras leyes similares en el mundo: hacer legal el homicidio, proponerlo, asistirlo y sufragarlo. Pero además, en el caso español, se ahonda más en el desprecio a los derechos humanos, específicamente el derecho a la vida, como se expone a continuación:
- Se ha tramitado en plena pandemia de la Covid-19, sin realizar las pertinentes consultas a órganos jurídicos, comités de bioética, asociaciones de médicos u otros sanitarios, ni otros grupos de expertos, profesores, académicos y asociaciones profesionales relacionadas.
- Han sido ignoradas absolutamente las directrices señaladas por el Comité de Bioética de España, que se ha posicionado abiertamente en contra de esta propuesta.
- Se han despreciado las advertencias formuladas desde profesionales y académicos del Derecho sobre la violación de, al menos, seis artículos de la Constitución Española.
- La obligación del Estado de proveer la debida asistencia a los enfermos que sufren, sigue sin ser atendida en forma de cuidados paliativos de calidad y suficientes. En su lugar se opta por ofrecer la eliminación, gratuita eso sí, de aquellos que demandan estos recursos, que a fecha de hoy siguen sin plantearse debidamente. (En Francia, no solo no se ha aprobado la eutanasia, sino que se está promoviendo la extensión de los cuidados paliativos a toda la población que los requiera. Podría cundir el ejemplo).
- Se discrimina a los discapacitados, también los mentales, en algunos casos con dudosa capacidad de tomar decisiones autónomas y responsables, que son incluidos también en el proceso eutanásico.
- Limita la capacidad de los pacientes de retractarse de las voluntades anticipadas manifestadas previamente, pareciendo impulsar el proceso eutanásico más que respetar y preservar la vida.
- Pretende crear listados de objetores, aquellos profesionales que, en el ejercicio de la buena praxis, se emplean en curar, aliviar, acompañar o prevenir. La eutanasia no es un acto médico, sino que es propia de verdugos. A ningún sanitario debería proponérsele, como tal, la ejecución de un acto no médico, o mejor, un acto contrario al ejercicio de la medicina. Éstos, los que están dispuestos a traicionar su Juramento Hipocrático y terminar deliberadamente con la vida del enfermo en lugar de aplicarle los cuidados que necesita, son los que deberían inscribirse en estos siniestros listados, por el bien de sus pacientes potenciales.
- Por último, la legalización de la eutanasia inaugura la temida “pendiente resbaladiza” constatada en todos los países en los que se ha hecho: cada vez más eutanasias, a pacientes no terminales, a niños, enfermos mentales o ancianos, o simplemente personas cansadas de vivir, que, en un alarmante porcentaje en el caso de ancianos, han sido aplicadas sin la petición del paciente, o sea, de modo involuntario.
La eutanasia no es progresista, ni defiende la libertad ni respeta la dignidad humana. Su puesta en marcha institucional sucedió por primera vez en la Alemania nazi, con el conocido “Projekt Aktion T4” promovido por la Cancillería del Fuhrer bajo la supervisión de Philipp Bouhler, que generalizó la eliminación de lo que ya entonces se consideraron “Lebensunwerten Leben” (“vidas indignas de ser vividas”).
Lo progresista es cuidar, ayudar, paliar, tratar, acompañar, proteger. Nunca matar.
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