La virtud se opone al vicio, pero también a la exageración anti vicio
Uno de los temas más populares de los libros sobre moral son los siete pecados capitales.
Este recuento de vicios, enumerados por primera vez por los monjes cristianos orientales, constituye tal cuidadoso modo de diagnosticar el comportamiento humano, que personas de todos los siglos y credos lo han tomado como base (positiva y negativa) para hablar de ello.
Pero yo he decidido hacer algo diferente.
Adopté algo que encontré en la forma en que santo Tomás trató estos males. Sí, él hablaba del pecado, y de la “virtud opuesta”.
Pero como buen aristotélico, sabía que el razonamiento moral no es una línea unidimensional que va de derecha a izquierda, con el pecado en un extremo y la virtud en el otro.
En cambio, el veía un triángulo, con un tipo de vicio en un extremo, un vicio contrario en el lado opuesto (o lo que en nuestros días llamaríamos una “neurosis”), y por encima de ellos, en la parte de arriba de la pirámide, la virtud que corona como la “medalla de oro”.
Cada pecado capital incluye el abuso o el uso perverso de una cosa buena hecha por Dios.
Pero hay más de una forma de abusar de algo, y en general hay una forma clara para que cada uno de nosotros (dependiendo de nuestro estado de vida) utilice bien ese algo.
Lujuria-castidad-frigidez
Por ejemplo, hablando de uno de los ejemplos que más le gusta a la gente, el sexo: uno podría caer en el pecado capital de la lujuria, y participar y u obsesionarse con el sexo ilícito.
Pero si logras vivir la castidad, colocarás el sexo en su contexto adecuado: el matrimonio.
O –y esto es lo bueno– si estás dominado por el miedo al pecado o por el desprecio a la creación carnal, podrías desarrollar una fobia hacia algo bueno que Dios ha hecho, y caer en la neurosis de la frigidez.
Los matrimonios sin sexo que terminan en divorcio surgen de este particular vicio. El célibe que mira con desprecio a los casados es igualmente culpable.
Lo mismo se puede aplicar a cada uno de los otros seis pecados capitales:
Avaricia-generosidad-despilfarro
El avaro tiene un apego demasiado fuerte a las cosas buenas que vienen del trabajo duro y la administración prudente.
El generoso ama la riqueza en su justa medida, y han dominado el arte de compartirla.
El manirroto, por su parte, trata la riqueza con desdén cansado y la desperdicia despreocupadamente, seguro de que de alguna le caerá aún más del cielo.
Gula-templanza-abstinencia desordenada
El glotón se harta de darse a sí mismo placeres carnales, como alimento o bebida, en cantidades erróneas o de forma equivocada, y no importa si eres fanático de la cantidad o de la calidad.
Una templanza sana mantiene los apetitos bajo el gobierno de la razón y del dominio de sí.
Pero la abstinencia de los gnósticos enseña a ver la comida como unidad nutricional intercambiable, y el vino como algo malo en sí mismo.
Ira-paciencia-servilismo
En el polo opuesto de la ira mortal no sólo está la santa paciencia, sino el servilismo masoquista, que nos enseña a dejar que gane el agresor y que triunfe el matón, a costa de la próxima víctima que se atreva a cruzarse en su camino.
Pereza-diligencia-fanatismo
La pereza no es tanto un pecado de dejadez, sino más bien de apatía, de la suerte que puede llevar a la desesperación.
El diligente aprende cómo dedicarse a algo con sana renuncia y con una apreciación realista de sus limitaciones y debilidades.
Y el fanático se lanza de cabeza contra la pared, atormentando a la gente que le quiere, y si no se autoinmolan, al final se queman y se hunden en… la apatía.
Orgullo-humildad-escrupulosidad
La vanagloria enseña a la gente a adorarse a sí misma y a estar orgullosa de cosas irreales, o de cosas de las que no tienen ningún mérito, como el que está orgulloso de ser guapo, o blanco, o alto.
Se puede contrarrestar este vicio mediante la práctica crudamente honrada de la humildad, que admite francamente sus méritos y sus deméritos.
O bien, puede entrar en pánico ante la posible perspectiva, aunque fuese remota, de estar orgulloso de algo, y aprender a despreciarse a sí mismo, haciéndose trizas mediante la escrupulosidad (ese fue el pecado que incitó a Martin Luther para dejar el sacerdocio).
Envidia-magnanimidad-pusilanimidad
Lo opuesto de la envidia, el pecado del diablo que odia el bien por ser bueno, no es la magnanimidad de las grandes almas, sino ese tímido y vacuo pecado llamado pusilanimidad, ese tipo de actitud que lleva al siervo a enterrar el tesoro de su amo en el jardín.
Por ello, lo opuesto al crudamente feo arte religioso moderno es el también feo arte devocional empalagoso.
El buen arte religioso logra encontrar la belleza en nuestro estado caído y trasciende a ambos, ya que sus creadores han elevado sus almas y perfeccionado sus técnicas.
Reacciones exageradas para sentirse seguros
Gran parte de los problemas y de las neurosis que encontramos en los círculos religiosos de la gente no vienen tanto de personas que hayan caído en pecados capitales –aunque también hay una parte de ello–.
Más bien vienen de personas bien intencionadas que sin darse cuenta han reaccionado de forma exagerada a un pecado abrazando el vicio opuesto, sólo por estar en el lado seguro (por poner ver un ejemplo aleccionador, recordemos cómo el Padre de la Iglesia Orígenes trató de acabar con la lujuria «cortando» el pecado en su raíz… extirpándose el miembro viril).
Tal vez la razón por la que vemos tanta mediocridad y murmuración neurótica en los círculos cristianos fieles es que hemos perdido de vista a santo Tomás, y su conciencia de que la virtud es compleja, frágil, y normalmente activa.
Tenemos que trabajar para formarnos adecuadamente, orar para tener una buena orientación, y utilizar la mente que Dios nos dio para averiguar -a la luz de la razón- lo que Dios realmente quiere de nosotros.
Puede que no sea exactamente lo que esperas. Dios está lleno de sorpresas.
Por John Zmirak