CARACAS – Una madrugada a principios de noviembre, Ernesto, de 50 años, ingirió varios vasos de un coctel de fármacos y alcohol en el apartamento donde vivía solo, en la capital de Venezuela, y puso fin a una vida atormentada por una salud menguante y falta de recursos para encararla como hubiera querido.
En el último mensaje a sus familiares, que estos mostraron a IPS, escribió que “no soporto los ojos, no puedo pagar un oftalmólogo, se están cayendo mis muelas, me duele al comer, no puedo pagar un odontólogo después de años teniendo cómo pagar mis gastos, ahora se van sueños, planes, objetivos…”.
Años atrás Ernesto, un nombre ficticio a pedido de su familia, fue un exitoso vendedor en diversos ramos, sostén de familiares, apoyo de causas que encontraba justas. En su última nota, más que escribir, garabateó: “Hice lo que pude, por mi familia y mi país, pero no voy a seguir muerto en vida”.
La cascada de crisis que colocó a Venezuela en una situación de emergencia humanitaria compleja multiplicó dramas como el de Ernesto y se reflejó en aumento de los suicidios, especialmente en los sectores más vulnerables a la falta de recursos, a la incertidumbre y a la desesperanza.
La tasa de suicidios “se duplicó entre 2018 y 2022 con relación a 2015, y es muy probable que la emergencia humanitaria compleja haya sido un factor determinante en el incremento”, dijo a IPS el demógrafo Gustavo Páez, del no gubernamental Observatorio Venezolano de Violencia (OVV).
Este país de algo más de 28 millones de habitantes pasó de una tasa de 3,8 suicidios por cada 100 000 personas a otra de 9,3 en 2018, con leves descensos desde 8,2 en 2019 hasta 7,7 en 2022, según el OVV.
La media anual de casos registrados en los últimos cuatro años es de 2260.
“La tasa de suicidios fluctúa al ritmo de la emergencia humanitaria compleja. Al deteriorarse la economía macro lo hace también la de la familia, la de su capacidad para proveerse de alimentación, servicios, recreación y medicina. Eso lleva a trastornos mentales asociados a conductas suicidas”: Gustavo Páez.
Rossana García Mujica, sicóloga clínica y docente de la pública Universidad Central de Venezuela, advirtió a IPS que esas tasas, aunque inferiores a la media mundial (10,5 por 100 000 habitantes), y bajas en relación a otros países de la región, pueden sin embargo ocultar un subregistro.
Señaló la experta que “aunado al hecho de nuestra crisis humanitaria compleja, el último anuario oficial (sobre la materia) corresponde al año 2014”, y agregó que el descenso en la tasa “pudo deberse a la mejoría económica aparente, pero 2023 ha sido un año difícil y muy probablemente no se mantendrán estas cifras”.
Emergencia humanitaria
La plataforma HumVenezuela, de decenas de organizaciones civiles, considera que la crisis en el país calza con la noción de emergencia humanitaria compleja al erosionarse de manera combinada las estructuras económicas, institucionales y sociales que garantizan la vida, seguridad, libertades y bienestar de la población.
Venezuela padeció desde 2013 ocho años seguidos de profunda recesión que costaron cuatro quintas partes de su producto interno bruto (PIB), más de dos años de hiperinflación, el valor de su moneda se licuó, colapsaron los sistemas de salarios, de salud y los servicios básicos en gran parte del país.
La crisis multidimensional provocó, además, la migración de más de siete millones de sus habitantes, según datos de las Naciones Unidas.
En 2021 y 2022 hubo una ligera recuperación de la economía, especialmente en el consumo, en parte debida a la inyección de remesas de cientos de miles de migrantes, que se paralizó este año.
La tasa de suicidios “fluctúa al ritmo de la emergencia humanitaria compleja”, dijo Páez, porque “al deteriorarse la economía macro lo hace también la de la familia, la de su capacidad para proveerse de alimentación, servicios, recreación y medicina. Eso lleva a trastornos mentales asociados a conductas suicidas”.
R. era una mujer joven y pobre que grabó un vídeo para redes sociales. Vivía en el interior del país, venía todos los meses a Caracas para buscar el tratamiento de quimioterapia en unos bancos de medicinas dispuestos por el gobierno. Relató que la última vez, como otras, “me enviaron de un extremo a otro de la ciudad”.
“Entregaban la quimio hasta las tres de la tarde. Llegué 15 minutos después. No me la dieron. Fui a dormir a casa de un pariente. Subí como 200 escalones (las barriadas pobres llenan empinadas colinas). Estoy muy cansada, me duelen las piernas, me doy por vencida, no quiero luchar más”, dijo con una voz ya muy queda.
Páez sostiene que otra razón que puede influir en la frustración y depresión que llevan a conductas de autoagresión es el duelo en las familias por la migración, asociada a la emergencia humanitaria y que impacta a millones de familias.
Las edades y las redes
En Venezuela “el tema económico, para los mayores de 30 años y sobre todo para hombres entre los 40 y 50, es determinante”, dijo a IPS la sicóloga Yorelis Acosta, que trabaja con grupos e individuos vulnerables a la depresión y al miedo.
La también docente de la UCV indica que “las autolesiones o la decisión de quitarse la vida están muy relacionadas a ‘no tengo trabajo’, ‘me quedé sin trabajo’, o ‘tengo una enfermedad y no puedo costear mi tratamiento’”.
“Durante las crisis económicas, los suicidios suben”, resumió.
García Mujica dice que “cuando nos detenemos a observar cuáles son nuestros grupos más vulnerables, los hombres entre 30 y 64 años y los jóvenes de entre 15 y 24, llevan la delantera”.
“En mi consulta he observado un aumento subjetivo de trastornos de ansiedad y depresión en los adultos, ambos trastornos muy asociados a conductas de autólisis (suicidio), y de autolesiones en los jóvenes, junto con los trastornos de la conducta alimentaria y de la ingesta de alimentos”, indicó García Mujica.
Junto con el suicidio “las autolesiones son una forma de afrontar el dolor emocional, la tristeza, la ira y el estrés que podrían tener que ver con una intolerancia a la frustración y la inmediatez asociada a las redes sociales”, expuso la especialista.
“En mi opinión, a parte de nuestra crisis humanitaria compleja, no escapamos de los problemas también inherentes a la globalización y tenemos un problema muy severo a nivel familiar de comunicación presencial”, agregó.
En ese aspecto, detalló que “pareciera que la vida de la familia transcurre más en el teléfono que en vivo, dejando el campo abierto para que los adolescentes se nutran más de las redes sociales que de las interacciones reales”.
Entre 2019 y 2022, de los casos de suicidios conocidos en medios de comunicación 81 % fueron de hombres y 19 % de mujeres, según el OVV; entre 50 y 57 % correspondieron a adultos entre 30 y 64 años.
El suicidio de adolescentes se ha incrementado: 20 casos en 2020, 34 en 2021 y 49 en 2022. Y 17 de las víctimas han sido de menos de 12 años.
Suicidio en la montaña
Una particularidad en Venezuela es que Mérida, uno de sus 23 estados, situado en los Andes del suroeste, con abundante agricultura y unos 900 000 habitantes, presenta desde hace 20 años las mayores tasas de suicidio, incluso llegó al pico de 22 por 100 000 en el año 2018.
“Una de las razones puede estar en la forma de ser de los merideños, sobre todo en la zona rural, andinos, introvertidos, sosegados, les cuesta drenar, se guardan mucho los sentimientos y pensamientos negativos o los conflictos familiares”, dijo Páez.
Menciona además como causales probables el extendido consumo de alcohol, y “en este estado especializado en agricultura, el fácil acceso a los agroquímicos, a menudo empleados para el suicidio”, indicó Páez, coordinador del OVV en Mérida.
En el país 86 % de los suicidios registrados el último año por el OVV se efectuaron mediante ahorcamiento, envenenamiento o dispararse con un arma de fuego.
Mérida se mantiene con la mayor tasa, 8,3 por 100 000 habitantes, seguido del Distrito Capital (oeste de Caracas) con 7,6, y Táchira, otro estado andino, con 6,9.
En el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) se registran al menos 700 000 muertes por suicidio al año, y los territorios más afectados son la isla danesa de Groenlandia (53,3 por 100 000 habitantes), Lesoto (42,2) y Guyana (32,6).
En América los países con tasas más altas, después de Guyana, son Suriname (24,1), Uruguay (21,2), Cuba (14,5), Estados Unidos (14,1), Canadá (10,7), Haití (9,6), Chile (9,0) y Argentina; y con las más bajas están en los pequeños Estados caribeños de Antigua y Barbuda, Barbados y Granada (0,4 a 0,7 por 100 000 habitantes).
Esperando al Estado
Los expertos consultados coinciden en que para frenar el auge del suicidio es preciso reforzar los sistemas públicos de salud -“están en crisis, si llamas para pedir una cita, te la dan para dentro de varios meses”, dijo Acosta- , desarrollar programas de prevención e identificar con mayor precisión a los grupos o personas vulnerables.
Páez agrega la necesidad de que el Estado produzca y mantenga estadísticas “actualizadas y pertinentes, desglosadas nacional y regionalmente, por edad, sexo y demás datos que identifiquen a los grupos y áreas vulnerables”, y más educación “para que el tema deje de ser estigmatizado y tabú”.
García Mujica apuntó que “necesitamos dirigir nuestros recursos a rescatar los valores familiares y evitar la violencia doméstica para proteger a uno de los grupos más vulnerables, que son los jóvenes”.
“Es vital tomar en cuenta cualquier comentario referente a quitarse la vida y referirlo a un especialista. Adicionalmente, necesitamos formar a más personas en primeros auxilios psicológicos, para que la población esté atenta a los signos tempranos previos a las conductas suicidas”, agregó García Mujica.
Tras esos signos tempranos pueden llegar los que ya resultan tardíos mensajes de despedida, un trozo de papel o un vídeo, apenas rastros de una crisis humanitaria.
ED: EG
Cortesía ipsnoticias.net