Macron no lo tiene fácil, los demás tampoco

 

Enmanuel Macron ha sido elegido Presidente de la República (casi el 66 por ciento de los votos). Unos dos tercios de los votantes se han opuesto en las urnas a las incertidumbres que representaba Marine Le Pen (quien obtuvo un 34%, eso sí). Macron ha sido ambiguo en su campaña en muchos temas, pero nada en lo que se refiere a su defensa del euro y de la Unión Europea. No pocos han premiado esa claridad.

Por el contrario, Marine Le Pen fue entre dura y ambigüa. Oportunista. Y eso se vio en el debate decisivo entre ambos, en el que la dirigente del Frente Nacional (FN) se mostró también insegura, dubitativa e inexperta en temas económicos.

Claro que el número de ausentes y otros escépticos –ni peste, ni cólera- ha sido  asimismo muy elevado. Quizá un voto de protesta mayor –aunque menos visible- que el que respaldó a la candidata del neofascista Frente Nacional. Así lo declaró de inmediato el candidato de ‘los insumisos’, Jean-Luc Mélanchon: “Marine Le Pen ha sido tercera en esta segunda vuelta, tras Emmanuel Macron, las abstenciones, los votos en blanco y los nulos”.

Sin respiro para nadie, la batalla de las legislativas ha comenzado. ¿Guarda alguna sorpresa Macron para lograr reunir en torno a su presidencia a una mayoría parlamentaria de nuevo tipo? A la vista de los respaldos que se presentaban anoche en los platós de la televisión francesa, no. Había apoyos a su persona entre personalidades de la derecha y del centro-derecha tradicionales (François Bayrou, Corinne Lepage, Dominique de Villepin, por ejemplo), lo mismo que personalidades que siguen –teóricamente, al menos- en el Partido Socialista Francés (Ségolène Royal, por ejemplo). Si esa confluencia parece nueva, quienes la asumían en la noche de la victoria macronista pertenecen a las clases políticas de las décadas recientes. Su confluencia es nueva; para nada sus discursos.

¿Es posible que Macron movilice, y obtenga un mínimo éxito, con una generación más joven, como él, en tres meses? Es dudoso. También lo es que los componentes de su programa más gratos a los neoliberales consigan apaciguar a la contestación que representa el voto (o no voto) del que habla Mélanchon.

Ahora bien, éste tampoco ha logrado “federar” a todos los que deberían haber seguido su no-recomendación de voto para la segunda vuelta. Eso puede tener su impacto ahora, en las legislativas y en la contestación popular posterior. Hay que recordar que el Partido Comunista Francés pidió el voto para Macron, con el fin de detener los avances de Marine Le Pen; pero prometiendo a la vez oponerse a toda hipotética política de austeridad que pueda venir o que huela a padrinazgo de lo más neoliberal de la Unión Europea.

El Partido Socialista, por su parte, ha mostrado casi todas sus divisiones. Hay una parte de su militancia que puede confluir con los insumisos, o que tiene puntos en común con ellos. Podrán ir juntos en luchas sindicales o cívicas (enseñanza, medio ambiente, etcétera); pero hasta ayer, la mayor parte de sus barones y jefes territoriales apostaron en público –o a media voz- por Macron. Y éste no es militante, ni lo ha sido nunca, del PSF. Un equilibrio difícil a tres meses de las elecciones.

A tener en cuenta, eso sí, que las elecciones legislativas franceses tienen lugar por circunscripciones, que no hay listas bloqueadas como en España, y que el aparato dirigente tiene que pactar con los candidatos locales o –peor- oponerles uno con más o menos arraigo. También que en la segunda vuelta puede haber “triangulares” o incluso “cuadriangulares”, es decir, que pueden permanecer más de dos candidatos si obtienen porcentaje suficiente (más del 12,5% de los votantes inscritos en el censo electoral de la circunscripción de que se trate).

El FN podrá mantener candidatos sin posibilidades de victoria en la segunda vuelta, para castigar a esa derecha que se niega a obedecer las consignas del frente lepenista o las ideas del aparato ideológico frontista. Lo mismo podrían hacer otros en la izquierda, melanchonista o fiel a lo que quede del PSF. Las legislativas son menos una opción blanco-negro que las presidenciales. Puede resultar una cámara distinta a todas las anteriores y muy variada. Pregunta inmediata, ¿con cuántos macronistas de verdad? Puede haber no una, sino varias posibilidades de la llamada “cohabitación”. Interesante.

En ese escenario, la recomposición parece que será forzada y generalizada para todos. ¿Qué harán Los Republicanos ante su propio desastre, del que pueden culpar tanto a su candidato Fillon como a Nicolás Sarkozy, todavía presidente de LR, el partido que él refundó?

Nos queda el Frente Nacional. Marine Le Pen puede presumir de que ha subido un cierto porcentaje en la segunda vuelta, de sus dimensiones históricas. No hay que hacer mucho caso. El nuevo FN es un aluvión de gentes distintas, movidas por rabias personales y protestas dispersas. No es una fuerza coherente. En cierto modo, es más débil que nunca.

El electorado ha castigado también –sin duda- el discurso dubitativo e incoherente de Marine Le Pen, que pasaba del extremismo clásico de un día a una cierta aceptación de que el euro no es del todo inútil unas jornadas más tarde. ¿Va a seguir siendo un partido monarquizado, siempre liderado por alguien de la misma familia?

Y no faltan dirigentes que apuntan a una noche de cuchillos largos internos. En las declaraciones de la diputada-sobrina, Marion Maréchal-Le Pen, no falta la música del afilador agazapado. No es la única. El gran patriarca, Jean-Marie Le Pen, todavía da zarpazos, incluso a los miembros de su familia si hace falta. Por otro lado, aunque el Frente Nacional cambie de nombre -como se anuncia-, sus disputas internas y sus contradicciones persistirán. La corrosión seguirá por dentro.

Felicidades, pues, Emmanuel Macron, nuevo presidente de los franceses. Los franceses han rechazado la manipulación, la corrupción y la mentira. Pero usted es consciente de que ahora lo tiene complicado: cómo reformar el sistema social, las pensiones, la fiscalidad; cómo cambiar poco a poco la educación sin provocar la multiplicación de las protestas de los enseñantes, muy airados, que contemplan el deterioro de sus condiciones laborales y de la enseñanza pública; cómo establecer un código del trabajo que rectifique las imposiciones de la pasada legislatura. Ahí queda su papel como ministro, que –para muchos franceses- representó lo más negativo del período Hollande. Cómo desmontar los privilegios de la llamada “bourgeoisie d’État” (la burguesía del Estado, es decir, la casta, que dicen a este lado de los Pirineos), con la que se le identifica ya, con razón o sin ella. Sí, esa clase que culpó a François Fillon sin que sus críticos se despegaran de esas prácticas (la corrupción familiar institucionalizada) que serían ilegales y corruptas en otros países, como España (uf, qué comparación), Italia (con peor fama) o Alemania (el país en el que se denuncian los plagios de los dirigentes), pero que en Francia llevan décadas considerándose como parte de la ‘normalidad’ republicana.

Desde el punto de vista europeísta, que no es necesariamente neoliberal -aunque lo haya parecido en los últimos años- nos felicitamos. También porque en el Frente Nacional no faltan síntomas de principio de descomposición y suena una cierta música. La música de los cuchillos y de las discrepancias internas irreductibles.

A pesar de todos los pesares, en la victoria de Macron hay una cierta reivindicación de François Hollande y del ‘hollandismo’, cierto también. Pero, ¿y si el mayor éxito de Emmanuel Macron hubiera sido descubrir el techo verdadero del FN, ahora enfrentado a sus propias, intensas, tensiones internas?

Francia, y su debate político, vuelve a ser muy interesante.

 

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