Del plomo a la era digital

 

Cerca de cien años tenía ya de existencia la máquina de escribir cuando los de mi generación irrumpimos en las redacciones, con el ímpetu de los veinte años, para aprender a hacer buen periodismo.

Al comienzo era cosa de romper cuartillas y volver a empezar a cada momento otros nuevos “siete ensayos”, fatigando los dedos contra esas teclas durísimas, herramienta y testigo de nuestro trato noble y hasta afectuoso con el lenguaje escrito.

Al periodismo de esa generación, una de las primeras que había pasado por la universidad, y al de unas décadas más atrás, se les hubiese podido aplicar lo que hace poco se dijo del muy respetado maestro de periodistas Jesús de la Serna:
“Frente a la competitividad salvaje de este mundo desintermediado por el efecto de las tecnologías, él (de la Serna) representaba el buen juicio de quienes aspiran a vertebrar la opinión de la sociedad conforme a valores reconocibles y compartidos”.

Fuimos testigos y actores de muchos cambios, entre ellos Internet y la nueva tecnología. Mayor impacto iba a producir, a la larga, la modificación de paradigmas en el modo de hacer periodismo, y no fue un avance, no en cuanto a su efecto en la formación de opinión pública.

Hasta finales de la década de los 70 se utilizaba plomo para fundir los caracteres que alineados en columnas de texto formaban los lingotes. Era el linotipo, inventado en 1870 por el alemán Mergenthaller, pocos años después del nacimiento de la máquina de escribir. Esto terminó con el tedioso armado letra por letra, inimaginable hoy.

Hacia los inicios de los años 80 fue entrando la impresión en frío o fotocomposición, un simple cambio de tecnología por más que haya dejado nostalgia. Lo que se perdió con el tiempo fue el pluralismo como un valor “reconocible y compartido”, el equilibrio, el respeto al honor y la separación entre noticia y opinión.

Esos valores primaban en la que se puede llamar época de oro del periodismo, entre mediados del siglo XX hasta la aparición de la prensa chicha. Esta, como consecuencia de la corrupción política y la compra de medios por parte de quienes detentaban el poder, en los años 90.

El mundo que conocimos en nuestros inicios estaba sólidamente asentado sobre la cúspide de la pirámide invertida: el texto concreto, el término preciso, el adjetivo escaso. Claridad y corrección en el lenguaje para que pudieran entender y aprender quienes solo estudiaron hasta quinto año de primaria.

Nada es ni ha sido perfecto. Algunos diarios hacían trampa de vez en cuando para aumentar la circulación, como los titulares de tabloides que “informaban” de evidencias de pishtacos, monstruos y avistamientos, que le daban cuerda a la imaginación y vendían bastante, pero el morbo no se instalaba en los kioskos todavía.

El periodismo de los años que rememoramos hoy, respetaba las garantías procesales de los acusados, no sentenciaba ni presionaba, apenas especulaba, aunque sí se veía gran despliegue con motivo de los casos policiales importantes y de alto contenido dramático.

Ahora está de moda en el mundo debatir sobre las características esenciales del periodismo digital. ¿Qué es y qué no? ¿Es el soporte lo más importante o el modo de escribir y presentar los contenidos? ¿Están los medios ya adaptados al requerimiento del periodismo digital?.

Las respuestas son diversas como vemos en los foros de discusión, que abundan en las rede sociales. Se pueden encontrar cuentas de Twitter como Hangouts Periodismo, en las cuales intervienen personas de distintos países para opinar y discrepar, como en todo foro.

En lo que coinciden es en que el buen periodismo requiere absolutamente los mismos principios éticos y profesionales en cualquier tiempo y lugar, sea el de las carillas tipeadas a golpe de máquina Underwood y lingotes de plomo fundido, o en los medios digitales de hoy, con cualquier tecnología y en todos los soportes.

 

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