“A batallas de amor campo de plumas”, la célebre línea final del poema de Góngora Soledad Primera, es una frase feliz y nada más, por ahora. Conociendo a Góngora fácil es sospechar que el autor buscó en ella el lucimiento del lenguaje y no necesariamente del mensaje.
En esta su primera Soledad (hubo dos) Góngora sembró una idea cuya relevancia aumenta de siglo en siglo: el valor de lo auténtico como solo puede ser saboreado en la naturaleza; la superioridad de la vida rural frente a la urbana, la mayor nobleza de la gente sencilla frente a los amanerados afanes de la corte.
No confundir con la oda a la vida retirada de Fray Luis de León, (1527-1591). La de Góngora no es literatura ascética; es bien terrenal, ensalza los bienes materiales, les añade algunos destellos del eros vital y pinceladas de picardía. No huye del mundanal ruido.
Góngora en este poema desprecia la guerra y condena las empresas de conquista, en las que no ve otra cosa que ambición mal disfrazada de epopeya.
Es simple el argumento de su poema, aunque extenso: abarca bastante más de mil versos. Los críticos del Siglo de Oro lo tildaron de simplón: se trata de que un joven que naufraga (¿un refugiado de hoy?) es acogido sin recelo por una comunidad de pastores de cabras, quienes lo llevan como invitado a una boda. Punto.
Pero acá viene lo esencial, leer el poema es cualquier cosa menos simple; la presunta pobreza del argumento se desvanece desde el arranque en sus primeras líneas: “Era del año la estación florida /cuando el mentido robador de Europa”, que alguna vez cuando estudiantes hemos repetido en la clase de literatura del siglo de oro, muchos lectores lo recordarán.
Reivindicado que fue Góngora por la generación del 27 (del siglo pasado reciente), un análisis libre de prejuicios nos muestra que en la aparente confusión motivada por decenas y decenas de alusiones mitológicas, las metáforas y la “sintaxis llena de hipérbatos” (Carlos Ivorra, Universidad de Valencia), destaca prístina la idea de que esta comunidad de cabreros practica virtudes que de ser universales harían del nuestro un mundo mejor.
El valor del trabajo expresado en la dedicación al cuidado atento de los rebaños; el de la amistad, en la acogida sin recelos brindada al extraño y en cómo después de ser socorrido, él les devuelve el gesto adaptándose a los aldeanos como un igual siendo en cambio, noble y refinado, un niño rico diríamos hoy.
Para asistir a la boda los aldeanos recorren a pie un camino fatigoso que les toma varios días; hay torneos, baile, música; las aldeanas cantan mejor aún que las aves, nos dice Góngora y sus cabelleras del color del trigo compiten en color con el del sol.
La boda culmina con un banquete ofrecido por el padre de la novia, costumbre que perdura y que, no por rústico en sus elementos, tiene algo que envidiar a un banquete propio de la gran ciudad.
Es cierto que no siempre se puede entender un poema de Góngora en la primera lectura, salvo que uno tenga conocimiento total de la mitología greco-romana y conozca de cerca a los poetas latinos que, como Virgilio, también meten su cuchara en este poema, vía la pluma de Luis de Góngora y Argote, el culterano.
Aun así, el mensaje de la Primera Soledad queda claro: la riqueza excesiva es un mal para la sociedad y el bienestar moderado, cuando es fruto del trabajo honesto lleva a la felicidad plena.
Cuando por fin los novios se casan, los invitados los acompañan a su nueva morada, y como es de esperarse los dejan al fin solos deseándoles una reproducción feliz, en niños y niñas por igual y también en cabras, de pasada.
Y al dejarlos solos, Góngora escribe su celebrada frase “A batallas de amor campo de plumas” esperando que sean dichosos también en su vida amorosa. Final feliz como en los cuentos de hadas solo que en este caso la magia proviene del trabajo, la honestidad y de aceptar la diversidad humana sin reservas.
Para leer este poema y otros de Góngora no es indispensable saber de mitología. Se puede recurrir a sitios como la Universidad de Valencia en cuya web hay un análisis erudito aunque accesible sobre el autor y su obra, entre otros temas, del profesor Carlos Ivorra. La dirección es: www.uv.es/ivorra/gongora/gongora.htm