Escrito por Mario Arroyo.
Con periódica cadencia, el calendario no falla, llegamos al mes de junio, en el cual se nos recordará, por activa y por pasiva, que se trata del mes del orgullo gay.
Con periódica cadencia, el calendario no falla, llegamos al mes de junio, en el cual se nos recordará, por activa y por pasiva, que se trata del mes del orgullo gay. Ello invita a realizar una somera reflexión al respecto, porque, querámoslo o no, nos toca vivirlo.
Desde una perspectiva sociológica, me parece que las personas con inclinación sexual homosexual sí tienen bastante que celebrar. En un lapso de pocos decenios, han pasado de ser proscritos socialmente a estar de moda. De ser recriminados a ser intocables. Eso, nadie lo puede negar, es un triunfo social para estas personas, pero no solo para ellas. La sociedad entera se beneficia de eso, porque sus normas se han flexibilizado, y nadie se ve orillado a simular lo que no es, a aparentar una realidad ficticia. Ahora las personas con inclinación homosexual no tienen por qué esconderse o disimular su condición, sino que con orgullo la pueden manifestar públicamente. Esto solo constituye un ejercicio de sinceridad social importante: lo que cuenta es la realidad, no guardar las apariencias.
En este sentido, el reconocimiento a las personas con inclinación homosexual es análogo al que han tenido las personas de color o las mujeres, con la diferencia de que ni las personas de color ni las mujeres tienen todo un mes para recordárnoslos a los demás. Y quizá ese sea el pecado del “mes del orgullo”, que muy probablemente, sin quererlo seguramente, llega a atosigar, a cansar, por su repetitiva e insistente cadencia. Es decir, “ok, te has beneficiado de un reconocido ascenso social, celébralo como se merece”; pero, podríamos agregar “un día nada más, o dos, como las mujeres, pero, ¡¿todo el mes?!”
No es, por tanto, el contenido de la celebración, sino su omnipresencia, su ubicuidad, la que llega a cansar a amplios sectores de la sociedad que, ya sea por oportunismo o por miedo, no se atreven a expresarlo abiertamente. El segundo “pecado” del “orgullo” está en la forma en la que se celebra. Y es un pecado que afecta a las personas con inclinación homosexual, pues muchas de ellas, la mayoría me atrevería a decir, buscarían una forma más sobria y discreta de celebrar. Sucede que los desfiles del orgullo suelen estar, ¿cómo decirlo sin agraviar?, muy estereotipados. Frecuentemente pecan de impúdicos, soeces y a veces agresivos, particularmente con la religión, que ningún mal les ha hecho. Es decir, perdón por ser tan explícito, pero ver personas en la calle desfilando semidesnudas o incluso teniendo sexo en la vía pública, no tiene por qué ser la forma de celebrar civilizadamente.
Y ese sería el tercer pecado del mes del orgullo que, en aras de la celebración, suelen saltarse las normas que rigen en la vida normal de la sociedad, pareciera que como manifestación de desafío y prepotencia. Sucede algo análogo a lo que pasa los días de la mujer, donde muchas de ellas se consideran eximidas de respetar la vía pública y la propiedad privada, haciendo destrozos, ante la mirada pasiva y cómplice de la autoridad competente. Si cualquier ciudadano de a pie hiciera lo mismo, sería rápidamente detenido, si en otro contexto alguien circulara en la calle con la escasa ropa de algunos participantes en el desfile del orgullo, sería detenido, pero ese día parece que las leyes se suspenden y por un día “todo se vale”.
El cuarto pecado es el de la exclusión. El temor a no entrar en la fiesta. Todas las empresas, todas las instituciones, todas las autoridades, todas las iglesias, deben ser “gay friendly” o atenerse a las consecuencias. Eso infla desproporcionadamente la dimensión de la celebración, pues gobiernos enteros se someten a tal servidumbre, dando la impresión de una enorme burbuja, la cual tarde o temprano, se tendrá que pichar, no por otro motivo, sino por exagerada, y falsa en último término. La autenticidad que se ganó con la conmemoración del orgullo, se perdió al celebrarse desmesuradamente. Las cosas, espero que más pronto que tarde, deben volver a su equilibrio, a la normalidad, a no ser una consigna que arbitrariamente se impone desde Disney hasta el Gobierno de los Estados Unidos. Solo de esa manera el “día del orgullo” será motivo de orgullo, sin apisonar al resto de la sociedad.
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