Periodistas en Somalia: testigos frágiles de una difícil reconstrucción

 

Hace pocos días, casi a finales de octubre de 2017, el periodista radiofónico Jafar Ali Mohamed, murió -junto a una docena de civiles más- en un intercambio de fuego entre tropas de la African Union Mission in Somalia (AMISOM, una fuerza de paz amparada por la Unión Africana y también por la ONU) y yihadistas del grupo Al Shabaab.

Ese reportero somalí sucedía en la lista de periodistas muertos en el ejercicio de su profesión a Ali Nur Siad-Ahmed quien falleció el 14 de octubre de 2017 cuando un camión cargado de explosivos mató a unas 400 personas en Mogadiscio, la capital de Somalia.

Somalia fue durante años algo más que eso que llamamos “estado fallido”. País independiente en 1960, Somalia mantuvo una larga guerra con Etiopía en el último tercio del siglo XX; después sufrió una interminable serie de conflictos internos. El país quedó fracturado y dividido entre grupos armados y distintos señores de la guerra.

Podemos considerar al pueblo somalí como una de las mayores víctimas de los conflictos colaterales derivados de la guerra fría. Porque tras la destrucción llegó una especie de olvido (o convicción diplomática -planetaria generalizada) de que era un Estado roto y sin solución posible.

Ese caos profundo tuvo un reflejo impactante en la película Black Hawk Down, dirigida por Ridlley Scott, quien trataba de ilustrar el laberinto somalí a través de un incidente bélico en el que se vieron implicadas tropas estadounidenses. Los estadounidenses quedaron traumatizados ante la cifra de 19 soldados muertos y 73 heridos, tras ser atrapados en el entorno hostil de Mogadiscio. Pero se olvida con frecuencia que el número de somalíes que perecieron allí fue diez veces mayor que el de los norteamericanos. Aquel choque tuvo lugar en octubre de 1993, hace casi un cuarto de siglo.

Somalia permaneció hundida en una guerra civil múltiple, dividida en mini-estados, sin un poder claro, sin verdadero gobierno. En 2004, un acuerdo de todas las facciones enfrentadas dio esperanzas de recuperación. En 2012, se aprobó una Constitución unitaria. Y ha habido una cierta recuperación, pero desgraciadamente el grupo terrorista yihadista Al Shabab (“La Juventud”) sigue recordándonos que allí la vida no ha vuelto a ser completamente normal.

En febrero de 2017, Mohamed Abdullahi Mohamed asumió el cargo de presidente. Aumentar la seguridad y acabar con Al Shabab ha sido uno de sus propósitos, con el apoyo de la comunidad internacional. Pero se mantienen esas áreas que los expertos estadounidenses designan como “zonas abiertamente hostiles”, lugares donde derribar “un halcón negro” es casi lo de menos. En Hollywood, aquel derribo es mítico; en Somalia, es anecdótico.

Los Estados Unidos mantienen en Somalia a unos 400 soldados, la mayoría dedicados a golpear a Al Shabab. Se trata de golpear objetivos precisos o también recoger información sobre los miembros y las actividades de la organización. Tienen asimismo la tarea de desarmar a otros, acostumbrados a llevar armas. En Somalia, claro, se ha multiplicado el fenómeno de la privatización armada de la seguridad. Desarmar a todos allí es tarea muy complicada. Y seguramente el poder nocivo de los antiguos señores de la guerra no ha desaparecido del todo.

Al Shabab, aunque sin la presencia ni la potencia de otros tiempos, sigue golpeando indiscriminadamente. Son golpes para quebrar los avances hacia la reunificación completa del país bajo una autoridad aceptada como institución central por todos los somalíes, un objetivo político muy difícil.

El 14 de octubre, los controles militares y de seguridad no impidieron la explosión de un camión cargado de explosivos que causó cientos de muertos y un nivel pavoroso de destrucción, incluso según los estándares históricos de Mogadiscio.

El fotoperiodista somalí Mohamed Abdiwahab, testigo del terrible atentado, lo ha descrito así:

“He visto cientos de atentados en mis ocho años como fotorreportero, menores y mayores. Nunca había visto algo de esa magnitud. Al menos 276 muertos (serían unos 400 al final) y unos 300 heridos. El atentado más mortífero de nuestra historia, según el gobierno. No quiero volver a ver algo de este tipo. No he vuelto a dormir bien. Tengo pesadillas todas las noches”.

El reportaje fotográfico y el texto escrito por Mohamed Abdiwahab estremece. Lo publicó la Agencia France Presse con el título “Gone forever”.

Ahí está una descripción minuciosa de su jornada profesional y familiar, con sus hijos camino de una excursión, hasta que explota el camión muy cerca de la familia. Es notable la reacción inmediata de Mohamed Abdiwahab para cumplir con su tarea de periodista y fotógrafo. Impresionante.

Un mes antes de ese brutal atentado, pasó por Madrid Omar Faruk Osman, secretario general del Sindicato Nacional de Periodistas Somalíes (NSUOJ, según sus siglas en inglés). Lo que sigue es un extracto de nuestra conversación con él:

Paco Audije: ¿Funcionan los medios de comunicación en Somalia? ¿Cuáles, de qué tipo?

Omar Faruk Osman: En Somalia, la radio es el medio más importante. También el de mayor efecto porque Somalia es una sociedad acostumbrada a comunicarse –sobre todo- oralmente. La radio es imprescindible, incluso para quienes pueden leer medios escritos. Es el medio favorito de la mayoría. En todo el país, tenemos 39 emisoras de radio. Antes hubo muchas más. También tenemos un canal de televisión público y seis televisiones privadas. Entre los pocos diarios impresos, Ogaal, es el más respetado. Su editor jefe es miembro de la directiva del NSUOJ. Es un diario crítico con Al Shabab, aunque también con el Gobierno.

PA: ¿Hasta qué punto ha mejorado la situación en Somalia?

OFO: Ha habido mejoras en la seguridad y en la estabilidad política. Sobre todo desde que los terroristas de Al Shabab fueron expulsados de Mogadiscio y de otras zonas del país por las tropas de la AMISOM. Siguen cometiendo atentados, pero Al Shabab ya no tiene una presencia permanente en Mogadiscio. Claro que es imposible detener a los suicidas. Es muy difícil detener a gente dispuesta a llevar explosivos en su propio cuerpo, incluso en su estómago. Son individuos preparados para asumir que tras esa operación preparatoria no vivirán más de una hora. Es imposible evitar atentados así. Pero lo fundamental es que Al Shabab ya no controla ni la capital, ni otras zonas que controlaron antes. Hay una recuperación de la vida, del sector económico privado. Eso se debe también a los 22 000 soldados africanos de la AMISOM que hay en Somalia. Este año, en febrero, tuvimos elecciones.. Tenemos un nuevo gobierno y –desde febrero- un nuevo presidente, Mohamed Abdullahi Mohamed. Algo ha cambiado, aunque otras cosas sigan igual. Sigue habiendo una pobreza abyecta que empuja a muchos a salir de Somalia. La mayoría de ellos no salen para pedir asilo, sino sólo para procurarse un modo de vida. Otros huyen de la pobreza uniéndose a Al Shabab, que les da una paga para luego lavarlos el cerebro, claro.

PA: Esa mejora de la que nos hablas, ¿es lo bastante grande como para que quienes se marcharon tengan la tentación del regreso?

OFO: Sí, una parte de nuestra diáspora está regresando. Pero a la democratización del país le queda mucho camino por delante. La reconstrucción de las instituciones y de un sistema constitucional apenas acaba de empezar. Tenemos un bajo nivel de respeto a los derechos humanos. Sigue habiendo mucha intimidación de la gente, acoso a los periodistas, violaciones de derechos, corrupción. Y formas de censura en los medios, que llegan en forma de estigmatización y amenazas de violencia. Si un periodista critica al gobierno, es acusado de no defender los intereses del país, de oponerse a la reconstrucción de Somalia.

PA: ¿Qué puedes decirnos de la perspectiva exterior?

OFO: La comunidad internacional se preocupa por una única cosa: la seguridad y el terrorismo. Y desde fuera, se justifica cualquier cosa que sucede en Somalia con el pretexto del terrorismo y de “la seguridad”.

PA: ¿En qué condiciones se hace periodismo en Somalia?

OFO: En los años recientes, más de media docena de periodistas fueron asesinados (tres en 2017). Eso es muchísimo en un país en el que apenas hay 800 periodistas. Es casi el uno por ciento de los profesionales de los medios. El segundo problema mayor es el intento del gobierno de manipular a todos los medios más o menos independientes. A veces, favoreciéndolos de un modo u otro. También tenemos el problema de la corrupción de periodistas, otros son “cooptados” por elementos del gobierno. Y tenemos otro problema de la profesión: no hay ningún tipo de formación para los periodistas. La profesión es abierta, sin más. No hay ni una sola escuela de periodismo en Somalia. Sería necesario, importante.

PA: Pero en esas condiciones, ¿los periodistas resultan incómodos para el poder?

OFO: Los periodistas somalíes, en general, como grupo, terminan publicando verdades incómodas para el poder. Y diversos sectores pueden decidir asesinar a algún periodista simplemente para enviar el mensaje de que son poderosos. Deben tener cuidado. Con Al Shabab también. Lo hacen para indicar que siguen siendo efectivos, que siguen existiendo. Y así amenazan de nuevo con el caos social. Para ellos, matar a cualquier periodista es barato y efectivo para sus propósitos.

 

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