Este es un artículo de opinión de Anis Chowdhury y Jomo Kwame Sundaram. Chowdhury fue profesor de economía de la Universidad Occidental de Sídney y ocupó altos cargos en la ONU entre 2008 y 2015 en Nueva York y Bangkok. Kwame Sundaram fue profesor de economía y secretario general adjunto de la ONU para el Desarrollo Económico.
SÍDNEY / KUALA LUMPUR – La pandemia está haciendo retroceder a los países más pobres del mundo y con menos recursos para financiar la recuperación económica y las medidas para contener los contagios. Sin la solidaridad internacional, las brechas económicas volverán a crecer mientras la covid amenazará a la humanidad durante más años.
Los menos desarrollados
Aunque ha aportado algunas concesiones, la designación de los países menos desarrollados (PMD) introducida hace cinco décadas no ha generado los cambios necesarios para acelerar el desarrollo sostenible para todos.
La Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) creó la categoría de PMD para su Segundo Decenio del Desarrollo (1971-1980). Su resolución buscaba el apoyo especial a sus 25 Estados miembros más pobres, con Sikkim excluida tras la anexión de India en 1975.
Con la incorporación de muchos otros, la lista de PMD aumentó a 49 en 2001. Medio siglo después, solo tres se han graduado, vale decir, han salido de la lista, según diferentes organismos de la ONU, tras cumplir los criterios de ingresos, capital humano y vulnerabilidad económica y medioambiental, y los 46 PMD que se mantienen en la lista cuentan con 14% de la población mundial.
Con más de dos tercios de esos países en África subsahariana, los PMD cuentan con más de la mitad de los pobres extremos del mundo, que sobreviven con menos de 1,9 dólares diarios. Los PMA son 27 % más vulnerables que otros países en desarrollo y 12 % son extremadamente pobres.
Los criterios de los PMD difieren de los parámetros de los países de ingresos bajos del Banco Mundial para poder acceder a los préstamos en condiciones favorables. Algunos PMD, especialmente los menos precarios en recursos, son países de ingreso mediano bajo que no pueden optar a esa graduación por otros elementos.
La mayoría de los PMD del llamado Sur global dependen en gran medida de la ayuda. A pesar de las declaraciones grandilocuentes, solo seis de los 29 socios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que aglutina a economías ricas, han cumplido sus promesas de destinar al menos 0,15 % de sus ingresos nacionales a la ayuda a los PMD.
¿Persiguiendo espejismos?
Desde entonces, la ONU ha organizado conferencias cada década para revisar los avances y los programas de acción para los gobiernos de los PMD y los participantes en la ayuda al desarrollo. La primera en París fue en 1981, mientras que la quinta será en Doha en enero de 2022.
La conferencia de Estambul de 2011 se propuso ambiciosamente graduar al menos a la mitad de los PMD para 2020. Pero solo lo han hecho Samoa (2014), Guinea Ecuatorial (2017) y Vanuatu (2020). Y lo que es peor, la mayoría de los antiguos PMD han tenido dificultades para mantener el desarrollo tras su graduación.
Durante las décadas de los 80 y los 90, muchos países en desarrollo aplicaron políticas de estabilización macroeconómica y ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, con sede en Washington.
Esas políticas impusieron la liberalización, la privatización y la austeridad de forma generalizada, incluidos muchos PMD. No es de extrañar que la mayor parte de África y América Latina vivieran “décadas pérdidas” de desarrollo por esas imposiciones de los organismos crediticios multilaterales, concentradas en pagar sus deudas externas.
La maldición de Midas
Botswana, el primer graduado de la lista de PMD, en 1994, es ahora un país de ingreso mediano alto. Su auge de los diamantes permitió un crecimiento medio anual de 13,5 % durante el periodo 1968-1990. No es de extrañar que la buena gobernanza, las instituciones y las políticas macroeconómicas prudentes de Botwana hayan sido aclamadas como parte de esta historia de éxito africana.
Sin embargo, los elogios no le han sentado bien. Botwuana, rica en minerales, sigue siendo vulnerable. Justo después de la graduación, el crecimiento medio cayó bruscamente hasta 4,7 % durante 1995-2005, y nunca ha superado 4,5 % desde 2008.
El porcentaje de la industria manufacturera en el PIB cayó a 5,2 % en 2019, tras pasar del 5,6 % en 2000 a 6 ,4% en 2010. Casi 60 % de su población tiene menos del umbral de pobreza del Banco Mundial, de 5,50 dólares diarios.
Botswana sigue siendo muy desigual. Durante el periodo 1986-2002, la esperanza de vida descendió 11 años, principalmente debido al VIH/sida. Cuando el gobierno adoptó la austeridad, su ya débil sistema sanitario sufrió una desastrosa fuga de cerebros.
La independencia política es crucial
Aunque todavía no se han graduado, varios PMD han empezado a diversificar sus economías con éxito. Sus iniciativas políticas ofrecen importantes lecciones para otros.
Ni Bangladesh ni Etiopía podrían considerarse modelos de buena gobernanza según los criterios que en su día tanto apreciaron el Banco Mundial y la OCDE. En cambio, han intervenido con éxito para resolver los cuellos de botella del desarrollo.
Bangladesh, que en su día fue considerado un caso perdido, es ahora un país de ingreso mediano bajo. Diversificando deliberadamente su estrategia, en lugar de seguir las políticas de Washington, se ha convertido en un país bastante resistente, con una media de crecimiento de 6 % durante más de una década, a pesar de la crisis financiera mundial de 2008-2009 y la actual pandemia.
Bangladesh vio el potencial de exportar mano de obra para ganar valiosas divisas y experiencia laboral. En 1976, aceptó proporcionar mano de obra para el boom de Arabia Saudí, financiado por el petróleo.
Del mismo modo, como las economías recién industrializadas ya no tenían derecho a un acceso privilegiado al mercado del Acuerdo Multifibras, Dhaka colaboró con Seúl a partir de 1978 para hacerse cargo de las exportaciones de ropa de Corea del Sur.
Bangladesh es también el único PMD que ha aprovechado la política de medicamentos esenciales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 1982. Su Política Nacional de Medicamentos bloquea las importaciones y ventas de medicamentos no esenciales. Así ha surgido su ahora vibrante industria farmacéutica de genéricos.
Permitir el pragmatismo
Durante el periodo 2004-2019, el crecimiento de Etiopía superó 9 % de media anual. La pobreza se redujo de 46 % en 1995 a 24 % en 2016, debido a que la participación de la industria en la producción aumentó de 9,4 % en 2010 a 24,8 % en 2019.
Evitando las políticas del Consenso de Washington, impuestas por el FMI y el Banco Mundial, la política industrial etíope impulsó el cambio estructural. El sector manufacturero creció 10 % al año durante el período 2005-2010, y 18 % durante el período 2015-2017.
Con la mejora de la gobernanza, las empresas estatales siguen dominando la banca, los servicios públicos, las aerolíneas, los productos químicos, el azúcar y otras industrias estratégicas. Etiopía abrió los bancos a los inversores nacionales, dejando fuera a los extranjeros. Mientras tanto, la privatización ha sido limitada y gradual.
En lugar de una liberalización total del tipo de cambio, adoptó un sistema de flotación controlada. Aunque se liberalizaron los precios del mercado, los precios críticos, por ejemplo, de los productos petrolíferos y los fertilizantes, han seguido estando regulados.
Ni Bangladesh ni Etiopía han adoptado la independencia de los bancos centrales o los marcos formales de objetivos de inflación, exigidos en su día por el FMI y otros organismos, supuestamente para la estabilidad macroeconómica y el crecimiento.
Ambos países mantienen bancos de desarrollo especializados reformados para dirigir el crédito a las prioridades políticas, mientras que el banco central de Bangladesh ha seguido siendo proactivo en su función de desarrollo.
La política es el destino
En materia de desarrollo y transformación estructural, la dependencia de la trayectoria implica que la política es el destino. Los problemas actuales de los PMD se deben en gran medida a las políticas de hace décadas, impulsadas por las organizaciones internacionales y los socios del desarrollo.
Las agendas de reforma actuales deben evitar esfuerzos globales ambiciosos que desborden a los PMD con recursos y capacidades modestos. Además, no existe una fórmula mágica o un paquete de políticas único para todos los PMD.
Las políticas deben ser adecuadas a las circunstancias de cada país, teniendo en cuenta sus limitadas opciones y las difíciles compensaciones. Deben ser política, económica e institucionalmente viables, pragmáticas y orientadas a superar las limitaciones críticas.
En cambio, los socios de la OCDE para el desarrollo deben cumplir sus compromisos y apoyar las estrategias nacionales de desarrollo. Deben resistirse a presumir de saber lo que es mejor para los PMD, por ejemplo, exigiéndoles que imiten las modas multilaterales de Washington y la propia OCDE.
T: MF / ED: EG
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