Personas pobres espirituales

 

En el ambiente nuestro, en Occidente, creo que es mucho mayor la cantidad de personas pobres espirituales que la de pobres materiales -que podrían llegar a ser pobres de espíritu con poco esfuerzo-; descreídos, inmorales, injustos, adúlteros, etc. Y los tenemos al lado, junto a nosotros, en nuestra propia casa, compañeros de trabajo, compañeros de deporte o de aficiones, pero nadie nos dice que nos preocupemos por los espiritualmente pobres, que tienen, sin duda alguna, mucho más difícil la conversión que los pobres de dinero. Sobre todo, porque estos no lo son por maldad, pueden ser unos santos, y los pobres espirituales lo son por olvido de su fe, por el egoísmo de enriquecerse, por el amor desordenado que rompe el matrimonio, etc.

Es indudable que solo unos cristianos consecuentes, de los que practican, de los que van a misa los domingos o todos los días, que buscan los modos a su alcance para formarse bien, pueden llevar consigo una influencia positiva, con posibilidad de hacer ver a las personas cercanas la maravilla de estar junto a Dios, de ser espiritualmente ricos, y el desastre que lleva consigo apartarse de Dios. Por lo tanto, parece lógico que la Iglesia, empezando por los obispos y sacerdotes, tenga un empeño por empujar a esos cristianos auténticos, a cuidar de los pobres del alma que tienen alrededor.

¿También a los pobres materiales, al pobre de la puerta de la parroquia o al que te pide por la calle? Sí, claro, también. Pero por un mendigo que encuentro en la calle tengo decenas de pobres espirituales muy cercanos, a quienes nadie me recomienda que les dé la limosna de mi buen ejemplo, de mi fe vivida, de mi formación doctrinal, de mi seguridad en la vida eterna.

Es más decisiva esa limosna y esencial para la vida del hombre que la riqueza material, que, por otra parte, con frecuencia hace daño a las personas.

Juan García.

 

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