Roa Bastos y el coronavirus…

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Sin salir de casa, como debemos cumplir todos los peruanos, de mi biblioteca extraigo el libro «Yo, el Supremo» que me autodedicó su autor Augusto Roa Bastos (Asunción 1917-2005) cuando lo entrevisté su departamento de Asunción hace ya 20 años. Allí como mirando el futuro de nuestros países, como el Perú, me dijo: “Toda mi vida rechacé la inoperancia del lamento porque el hombre tiene una responsabilidad, no solamente individual sino colectiva; debe saber soportar sus males y perfeccionarse humanamente. En eso estamos en Paraguay, en deuda con nuestro propio destino” ¿Y de Perú, qué? le pregunté y este venerado escritor, periodista, profesor y dramaturgo sin bajar su vista me respondió: «Cómo olvidar y no rescatar de la historia las desgracias que pasó el indigenismo peruano, todo lo que sufrieron de manos del yugo español; la explotación sin nombre que vivió; cómo olvidar su hermosa lengua quechua que, como el guaraní puede darle muchísimas significados -más que el propio español- a la palabra pan, por ejemplo…».

Quien fuera acusado desde muy joven de comunista y que viviera muchos años en el exilio, en un momento de la entrevista hizo mención a la Guerra del Chaco (1932-1935) que afrontó su país y que él con solo 15 años sirvió como enfermero. No lo olvidó y ese día lo recordó con estas palabras: «Nosotros los paraguayos y ellos lo bolivianos éramos muy pobres metidos en una guerra. Para no creer. Vi muchos muertos y que y que relaté en varios pasajes de mi primera novela «Hijo de hombre».

Hoy 20 de marzo viviendo como todo el mundo el azote del coronavirus, recuerdo cuando don Augusto tomando el libro «Hijo del hombre», me contó que allí mencionaba los «pozos secos que se convertían en fosas, de hombres sin gotas para desperdiciar en lágrimas, moviéndose como borrachos quienes han olvidado el camino a casa» y otros detalles más. Veinte años después de ese encuentro con Roa Bastos, más temprano vi por la TV como los tanques de guerra italianos desfilaban uno tras otros llevando los cientos de cadáveres víctimas del Coronavirus. Y no eran de la Guerra del Chaco.

Hojeando mis datos veo que la cita con don Augusto fue un mediodía del 11/11/2000. Una hora charlé con él. Me había citado a las 10:00 pero nos abrió la puerta hora y media después. Alargó sus horas de sueño porque hasta altas horas de esa madrugada había ido a saludar al arquero Chilavert en la concentración del seleccionado guaraní. Por eso cuando nos abrió la puerta en pijama y pantuflas y algo despeinado, de arranque nos recibió con un supremo humor: “Me disculparán que los reciba así, pero déjenme ponerme un saco, peinarme de paso para salir bonito aunque mantendré mis pantuflas porque en las fotos casi nunca salen los pies”.  Y fue, además de bromista (“disculpe que esté un poco afónico, creo ser entendible todavía, no vaya a ser que en Lima usted escriba: Don Augusto estuvo un poco borracho, pero felizmente pudo superar su ebriedad y me contó una serie de mentiras»); un hombre sincero (“dejé la poesía por un cierto sentido de equidad literaria, me reconocí como mal poeta y me dije ‘ya somos tantos que uno más no sirve’); agradecido (“lo que hizo Chilavert de pagarme la operación sin que yo lo supiera, cuando años después al enterarme quise agradecerle no me dejó hacerlo aunque mis palabras no iban a expresar mayormente nada con respecto a la calidad del gesto de este hombre”) y, por último sentimental (“mi vida amorosa fue muy rica. Diría que es otro libro, pero no secreto. Dicen que he sido mujeriego, pero hasta ahora no tengo las pruebas”).

Le pregunté por César Vallejo y esto expresó: “Soy y seré un amante de su literatura. Tengo mi predilecto y es César Vallejo. Con Vallejo hubo un descubrimiento de la verdadera poseía salida de la entraña misma de la realidad de su país. Su poesía es como un sueño de palabras expresando una realidad concreta y dura, como es la presencia de nuestros pueblos”. Continuó: “Vallejo representó para mí al poeta verdadero, al poeta que hace de su sufrimiento un tema de esperanza, A sus actuales literatos los conozco menos, pero eso sí, la literatura peruana es una expresión bastante diferente al resto del continente por factores de tipo endógeno”.

Al momento de firmarme «Yo, el Supremo» y escribir el 2000, volteó la mirada, arqueó sus cejas, me miró y acotó: «Un nuevo siglo, parece mentira». Como parece mentira este coronavirus que ojalá pronto encuentre cura.

 

Gareca y la tregua forzosa que ojalá nos lleve a coronar a otro Mundial

 

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