Soledad campesina

 

En el mes de junio, desde hace más de cuatro décadas, el 24 se celebra el Día del Campesino. Una fecha que en estos días “no se ha sentido” en el país, que no se ha celebrado en los colegios (muy poco y sin mucho ruido), que en las dependencias del Estado, inclusive en las del sector agrario, laboral u otros relacionados con el mundo rural, no han mostrado interés o no comprometidos con la efemérides cívica.

Igual se comportaron los ciudadanos, que dejaron pasar la fecha sin esa broma tradicional en ese día, de saludar y abrazar a la gente, diciéndoles “feliz día”, sorprendidos los homenajeados con candidez preguntaban ¿Y por qué?, la respuesta: “es el Día del Campesino”. Una sonrisa sellaba la broma. Mas era común que en muchos casos, se marcaba el inicio de una enemistad. Había quienes lo tomaban como un insulto encubierto, una provocación, una ofensa. ¿Campesino yo? Nadie quería ser uno de ellos o ellas, fue (lo es aún) un sinónimo de paupérrimo, de marginado, de analfabeto, de indio, de cholo, de andino, de serrano, aún cuando haya campesinos y muchos en la costa.

Terminó junio, y muy poco o nada de celebración o conmemoración. Tampoco se escucharon discursos llenos de compromiso, promesas, solidaridad con el campesino, a quien se le reconocía como uno de los pilares de la economía (Perú país agrario), como base de la identidad, la cultura y la demografía (somos un país campesino). Todo esto ha cambiado. La indiferencia ha sido mayúscula en el Día del Campesino, una fecha cívica invisible y muda.

¿En un país de campesinos, no hay celebraciones campesinas? No exageremos, ubiquemos bien el asunto que queremos explicar. Se trata de un tema social y político, cívico ciudadano. Que no se celebre el Día del Campesino, puede ser la señal de un cambio por el cual el campesino está perdiendo presencia política, social, cultural en la escena nacional o que ya la perdió definitivamente. Se trata que las migraciones, la urbanización, la expansión del capitalismo en el país, la sempiterna crisis del agro, que al transformar la economía y las estructuras sociales, como la composición de estas, aún cuando tengamos una economía basada en las exportación de recursos naturales impactan, cuantitativamente, en la población campesina, que si antes era el núcleo de una posible explosión demográfica, un gran riesgo para el futuro, por sus tasas de natalidad mayores a 7% que podrían (muy pronto) sobre poblar la tierra de campesinos, de paupérrimos campesinos, sin tierra, sin pan y con hambre de justicia. Peligro para unos, pero para los campesinos esa tasa de fecundidad, garantizaba una familia numerosa para disponer de mano de obra necesaria para labrar la tierra. Hoy, su población tiende a la baja y convertida en un tercio del total de población del país, parece ir al estancamiento.

AÑO POBLACION TOTAL DE POBLACION
URBANA RURAL
1970 7.659.211 5.533.466 13.192.677
2015 23.621.707 8350.320 31.972.027
2021 25.267.290 8655.934 33.922.224

FUENTE: INEI. Perú: Proyecciones y Estimaciones de Población 1950-2050. Boletín de Análisis Demográfico Nº 35. Adaptado para este artículo.

¿Odio quiero más que indiferencia? Dice una canción criolla. Lo que llama nuestra atención es que se está operando un cambio cultural en las percepciones y actitudes de los modernos peruanos (en especial del peruano de las grandes ciudades) de hoy, si antes veían al omnipresente campesino migrante, como un invasor, un intruso, esos mismos campesinos, sus hijos, sus nietos, nada quieren saber con los campesinos de hoy. Es mas no los conocen, en las escuelas solo se practican algunos bailes, pero no se muestra el mundo campesino, igual en las universidades donde, aparentemente, reina un nuevo tipo de oscurantismo. Ahora muchos peruanos vemos a los campesinos con lejanía, con extrañeza, con indiferencia. Sentimos orgullo de la diversidad de papas y de los maravillosos y mágicos productos agrícolas resultado del trabajo campesino, pero eso no nos remite a ellos. El Perú es maravilloso, la gastronomía exquisita, los productos agrarios que se expenden en los fantásticos supermercados son como caídos del cielo. ¿Alguien piensa en los campesinos? ¿Alienación, enajenación? Antipáticos conceptos en su acepción de la sociología roja setentera.

El campesino es un trabajador del campo, es un agricultor, también encontramos pastores, artesanos, agricultores con tierra o sin tierra, de los que tienen empresa, grande o pequeña. Hay latifundistas que ya no son como los de antes, del mismo modo que los campesinos están dejando de ser como los de ayer. Lo común en ellos, es que debido a la baja tasa de rendimiento de su inversión, sea en trabajo o en otros capitales, la producción agrícola tradicional crece muy poco y el mercado que poseen son las ciudades, que les compran sus productos a precios miserables. No es un exceso afirmar que el bienestar de las urbes modernas y llenas de confort es posible con el trabajo de los campesinos, condenados a una vida de carencias. Esta situación tal vez explique la feroz oposición de muchos campesinos a otros proyectos de desarrollo.

Regresando al cuadro de párrafos precedentes, en la base de estos cambios sociales y culturales esta el comportamiento demográfico de la población campesina, en general de la población rural, con una clara tendencia decreciente. Cada año, hay un incremento que en el siguiente es menor, si lo comparamos con años o décadas pasadas. Según lo señala el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 70% de la población vive en las ciudades ocupada en labores modernas, casi todas ajenas a las labores agrícolas o artesanales de las zonas rurales, y en estas, apenas se halla asentada el 30% de los peruanos, que como ya lo aclaramos, no todos son campesinos, la composición es diversa, mas coloquialmente tenemos la tendencia a globalizar el concepto como si toda la población rural fuera toda campesina.

En verdad que la soledad de los campesinos, viene de muchos lados. Con la modernidad se impone la transferencia y concentración de las tierras, lo que favorece al agronegocio en detrimento de las condiciones del campesino tradicional, de su producción de subsistencia y de la venta de sus excedentes. La situación política de los países latinoamericanos con focos de conflictos violentos, como en Colombia, Brasil o el Perú (secuela senderista y narcotráfico), que no hacen sino agravar la crisis del campo. Amén, que la agricultura moderna que se introduce en el campo agrava las condiciones de vida del campesino tradicional, sometiéndolos a inicua explotación.

En lo últimos años, parece emerger el sector campesino y el movimiento campesino, que ha perdido representación en los congresos, con una toma de conciencia de los campesinos descendientes de los pueblos nativos y originarios que como en el caso de México, Bolivia o Ecuador, que formulan demandas que van más allá de los intereses campesinos reclamando crédito, asistencia técnica, apoyo a la comercialización, infraestructura, así como, democracia, universalización de derechos y ciudadanía plena. Es una conciencia indígena, andina y campesina, que en un momento tuvo mucha fuerza y que hoy demandan y luchan por la recuperación de la soberanía alimentaria, la desprivatización del agua, la recuperación de tierras, la defensa de los territorios, la custodia de las semillas nativas, el reconocimiento de los derechos campesinos, la democratización de la propiedad, la libertad de organización, movilización y expresión, la agroecología y el reconocimiento de la economía campesina, la unidad con otros sectores y el logro de una paz con justicia social.

¿Y quién los acompaña? Parece que nadie. Ni los demócratas, tampoco las izquierdas, menos la derecha.

 

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