Tiempo nuestro y social

 

Reloj… no marques las horas. En la cultura popular, en la vida cotidiana, humanizamos el reloj, ese instrumento que el hombre ha inventado para medir el tiempo, no se sabe cuándo, pero desde que tiene conciencia del tiempo, muchos y distintos relojes se ha inventado, hasta hoy. En honor a los hechos, hasta hace algunos años, cuando se masificó el consumo de las computadoras, el reloj tenía más importancia que hoy, y hasta hace poco, especialmente el reloj pulsera, ha perdido la importancia que le atribuíamos. Pensar en el reloj pulsera implicaba buscarlo, adquirirlo, usarlo y –más aún− exhibirlo, es decir ostentarlo y que lo vean, todo un ritual para un artefacto que medía (más precisamente) el tiempo. Pero esta función o utilidad, poco a poco devino en la menos importante de sus características. Este artefacto consolidaba la identidad de las personas, un hombre lo era, si tenía un reloj de varón; las mujeres tenían otro, de mujer. El reloj marcaba la posición social, modelos y marcas habían dirigidos y utilizados para diversos grupos socio-económicos, entre otros muchos significados, pues se había convertido, entre otras cosas, en parte del arsenal ideológico de diferentes grupos.

Las computadoras han impactado en los relojes, estos se incluyen en todos los tipos, clases y marcas de computadoras, de muchas formas y aplicaciones. No hay computadora que no tenga reloj y los relojes, particularmente los relojes pulseras están pasando al olvido, por los menos, los jóvenes de hoy no tienen interés en usarlos o simplemente poseerlos, les basta el que tiene está en el celular. Pero están ahí e intentan asumir otras funciones, hoy los relojes pulseras −deseadas joyas de antaño− hoy deben conformarse con medir los pasos de un caminante, sus ritmos cardiacos, seguir su biorritmo. El protagonismo de los relojes esta por otros lados, en la cocina, en los baños de una casa, tal vez en una calle o valla, mas nunca más veremos un reloj como el Big Ben o el del Parque Universitario. Exhibirlos ya no es de buen gusto; pueden estar en todos los artefactos, vehículos, calles, pero no tienen el mismo valor y significado que ayer.

Es posible coincidir con los observadores de la vida social, en que el reloj y la preocupación por el tiempo, son los elementos principales o características propias y más visibles de la modernidad de cualquier sociedad. En un pasado reciente, cuanto más mirábamos nuestros relojes, más modernos parecíamos. Para los modernos la vida transcurre pendientes del reloj, del tiempo y atrapados en un sinfín de demandas de tiempo que los conduce directamente a una nueva enfermedad propia del progreso, moderna, sin embargo humana: el stress por acción del tiempo. La vida se acorta, el tiempo es oro, vuela, te consume, se acaba, queremos las cosas para ayer, el tiempo como obsesión y la poderosa centralidad del reloj y de la conciencia del paso de tiempo implacable y agobiante. Todos buscan sacar tiempo al tiempo, vivir al ritmo de los tiempos, un minuto más. El tiempo fetiche.

El tiempo y el reloj en las ciudades aterrorizan la vida urbana, administrar el tiempo y tener un reloj, implican un ritual que desde muy pequeños, todos aprenden a valorarlos, el tiempo y el reloj, se transforman en fetiches. En el campo, para un agricultor, son solo objetos modernos, bonitos y caros.

Lo que caracteriza a la modernidad, según los teóricos de la modernidad o de la postmodernidad, que son los que han analizado el tema, es el reloj como su mejor símbolo y el tiempo como su mas poderoso factor, se refieren a la conciencia del tiempo, a la actitud hacia él. Un tiempo hiperreal, porque el tiempo mata, vuela, destruye, cambia al mundo, al hombre, es la fuente de todos los vicios, castiga, premia, olvida, un tiempo todopoderoso y un hombre enajenado por el tiempo que termina esclavo de él, pues nada puede contra él. Pero, la paradoja es que también el tiempo es breve, tan breve que nos martiriza no poder asirlo, pasa más rápido que nosotros y deja de existir antes de llegar.

Que distinta se ve la vida en el campo, (que también experimenta acelerados procesos de urbanización, de crecimiento poblacional, del comercio, extensión de las vías de comunicación, hábitos y actitudes nuevos y en transformación), precisamente, porque no hay preocupación por el tiempo, los días, las horas a sus pobladores les parecen más largos, escasean los relojes, muy pocos los usan (no solo por la austeridad rural o la inopia ancestral) sobre todo porque el tiempo es uno solo para todos. La vida rural de sus gentes discurre más preocupados por el clima, que por el paso de tiempo, será por eso, que éste es más largo, lento, prolongado. El tiempo de cosecha, de lluvias, de sequía, de fiestas, reemplaza a las horas, a los minutos, a los segundos. Como la conciencia, nuestras ideas, son muy poderosas y muchas veces arbitrarias (subjetivas), a pesar que en el campo, por las dificultades, la vida es muy dura y por efecto de las limitaciones económicas, las enfermedades, los raros cuidados de la salud, sin embargo, el tiempo es eterno y la vida parece prolongarse, más allá de la esperanza de vida tercermundista.

Cuando se reflexiona sobre el tiempo es imposible evitar caer en disquisiciones filosóficas o físicas, por eso pugnamos por una conciencia del tiempo desde un enfoque social, para concluir que no es una, sino diversa. Es acertado afirmar que el tiempo se ve desde una posición social, por que el ser humano se construye en el tiempo y “de cómo está en el mundo” así será su visión del tiempo y su manera de ser y de usar el tiempo en el que vive y con el que nutre su realidad social, como sostenía Georges Gurvitch, agregando que no había un solo tiempo, sino una pluralidad de tiempos sociales. Una idea que había tomado de Halbwachs. Por todo esto, parece interesante lo que formularon los existencialistas como Heidegger de que el tiempo es el presente, es ser en el mundo y entre los otros.

En el terreno de la cotidianeidad, el tiempo, deviene en memoria, veamos sino cómo definimos el tiempo entre nosotros sino como recuerdos, y también vacios, es decir olvidos.

La fetichización del tiempo, implica olvidar que a través de generaciones el tiempo se ha desarrollado como concepto y como tiempo mismo. Los griegos inventaron el reloj de arena no para medir el tiempo sino la duración de los discursos y que los oradores utilicen un tiempo igual al hacer uso de la palabra, en el fondo de éstas acciones está la necesidad de comparar lo que es distinto para luego poder ejercer control, regulación y un dominio más preciso del tiempo. En las sociedades modernas el tiempo se vacía, una manera de decir, que el tiempo deja de estar ligado a un lugar específico y a una persona específica, se convierte en una medida consensual de homologación de las actividades de los seres humanos, de lo que hace el individuo en un día. Giddens, explica que existe una intersección entre el tiempo y el industrialismo, el tiempo y el capitalismo. Para el industrialismo es esencial el control del tiempo en la producción, para el capitalismo es esencial la apropiación de una cantidad de trabajo definida temporalmente. Estos procesos necesitan de una medición y una organización temporal eficaz. El tiempo –como el espacio– se construye sobre la base de las necesidades que generan los procesos sociales. Detrás de ellos, según Giddens, está la acción de los individuos que necesitan producir más y, por ello, se estandariza el trabajo como tiempo de trabajo, apoyándose en un instrumento como el reloj. Se ordena de modo sistemático y complejo el tiempo social y personal con la industria o el Estado-nación, los dos relacionan el tiempo y el espacio como medios para orientar y coordinar las actividades de los individuos.

Después de haber hilvanado –con dificultad- algunas ideas sobre el tiempo, es hora de preguntarse ¿Qué es el tiempo? Toda una aporía para el ser humano. Una pregunta difícil de resolver. ¿Qué queremos decir cuando se afirma que el tiempo es movimiento, que todo en el universo se mueve y por lo tanto, todo lo que está dentro del universo está sometido al paso del tiempo? Hoy tenemos la percepción que el tiempo es más acelerado que en otros tiempos y lugares. ¿Cómo verificarlo? No importa, socialmente hemos construido nuestras respuestas, incluso el de eternidad y para no concluir con una frecuente y cotidiana visión pesimista del tiempo, es pertinente parafrasear a Proust, que el tiempo no es el aniquilador de la vida, sino la forma en que accedemos a nuestra vida espiritual, a nuestra naturaleza viva y que el tiempo pasado, perdido, no nos hace más pobres y viejos sino que es precisamente lo que expresa el contenido de nuestra vida.

 

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