Siempre fuimos un país minero. Los descubrimientos arqueológicos, en las tumbas de los señores del norte peruano, como el de Sipán, muestra la gran riqueza en joyas en oro y ornamentos en cobre que “acompañaban” al difunto” al más allá.
Sin grandes valles para la agricultura, desde muy temprano, los pueblos originarios que ocuparon el actual territorio peruano, construyeron obras de ingeniería hidráulica que hoy asombran al mundo: andenes en laderas escarpadas de las montañas; represas y canales de riego para las tierras sedientas en los márgenes de los pocos valles de la costa y la sierra.
El descubrimiento de la agricultura, la domesticación de los animales, el trabajo con la piedra pulimentada, las obras de ingeniería hidráulica estuvieron acompañada por otras dos grandes actividades: la minería y la metalurgia.
Y, justamente, la riqueza minera fue el acicate para la conquista española del vasto territorio del Tawantinsuyo. Fue el oro y la plata peruanos, la que generó esa frase célebre que era sinónimo de fortuna: “Vale un Perú”.
Los tiempos han cambiado. La minería de comienzos del siglo XX y hasta más allá de la mitad de ese siglo, se desarrollaba en los socavones, siguiendo la veta. Actividad que generaba muchos puestos de trabajo y familias enteras vivían en los campamentos mineros, donde funcionaban escuelas, centros de salud, mercados y semanalmente, había ferias. Esto pertenece al pasado.
La explotación minera de hoy es a tajo abierto y poca mano de obra. Deja profundas cicatrices en las zonas donde operan y utilizan muy poca mano de obra de la zona. Para comprobarlo, es suficiente buscar una imagen satelital de Google sobre Cerro de Pasco, Yanacocha y cualquier otra mina.
Pero además la minería ha dejado marcas del medio ambiente dañado casi irreparablemente. La Oroya, el centro metalúrgico más importante del siglo XX, es una muestra.
No debe extrañar, entonces, el temor de las poblaciones, cercanas los denuncios mineros. Es el pasado antiguo y cercano, junto a la experiencia de los años casi recientes, lo que lleva a los agricultores a cuestionar la minería.
Es en estas condiciones, como debe entenderse la decisión de los pobladores del valle del Rio Tambo, en Arequipa. Amenazan con una paralización, a partir del lunes. El motivo: La licencia de construcción otorgada a la empresa que explotará Tía María.
¿Cuál es la respuesta del Estado y de la empresa?
Los pobladores del valle de Tambo, parecen perciben que el Estado y la Empresa Minera no buscan una solución. Y esto se debe, no a la prédica violentista, sino al comportamiento de los gobiernos y las empresas en el siglo XX y en los primeros años de este siglo.
Los cuatro presidentes que antecedieron a Martín Vizcarra, están acusados de corrupción. Fujimori, en la cárcel; Toledo, con orden captura internacional; García, se suicidó; y, Kuczynski con detención domiciliaria. ¿Podemos pedirles a los pobladores que le crean al Presidente de la República? No se trata de Vizcarra, sino del cargo. Que acepten conversar con el ejecutivo, en estas condiciones, debe verse como una gran victoria.
Hay que abrir el diálogo. Vizcarra puede pasar a la historia, a la historia honesta del país, si con sus actos consigue que los peruanos vuelvan a creer en el Estado, en el presidente, en las instituciones. Es una tarea compartida con el primer Ministro, y en este caso, con el ministro de energía y minas. ¿Podemos pedirle al ciudadano de a pie, que crea en los gobernantes?
Las empresas están en el mismo aprieto. Todas, o casi todas, han hecho negocios con los gobiernos y han sido cómplices de los gobernantes corruptos. Las empresas, deben cambiar de imagen, frente a un país que los considera tan o más corruptos que los gobernantes.
Son tareas de mediano plazo. No llegar al Bicentenario con Tía Vía en marcha, no debe quitar el sueño al presidente. Si el Estado y las empresas, recupera la confianza el pueblo, las inversiones llegarán porque habrá confianza. Sino ocurre, seguiremos en el mismo fandango.
Esto debe valorar el presidente Vizcarra