Le llaman el «Toro». Y en verdad que hace honor al apelativo. Embiste con sus poderosos «cuernos» y deja heridas que si no son de muerte por lo menos causan dolor insufrible. La referencia tiene relación con la vida futbolística de Lautaro Martínez, el aún joven delantero de la selección argentina y titular indiscutible del Internacional de Milán. Un personaje salido de las provincias de la patria de Martín Fierro, formado en las canteras de Racing Club y que como antecedentes tiene, para satisfacción de la camiseta albiceleste, la buena costumbre de hacer goles y hasta repetidos «hat-trick», cada vez que se le presenta la oportunidad.
Este formidable 9, con rasgos visibles de su orgulloso mestizaje y que ilumina el recuerdo de aquel cacique araucano que se inmoló, con miles de nativos, para evitar la invasión española en tiempos primeros del coloniaje español, es aquel que encajó los dos goles que acabaron con las ilusiones del seleccionado peruano que, a pesar de haber empatado con Chile y perdido con Canadá, aún soñaba con clasificar a la segunda rueda de la Copa América 2024. Ilusión vana, sin sentido, porque desde atrás, con Juan Reynoso y ahora con Jorge Fossati, se sabía que Perú no contaba con los elementos suficientes, ni siquiera para alternar con algo de superioridad ante elencos caribeños, donde el público, en vez de fútbol, tiene más afición por otras disciplinas como el béisbol. Aquí tiene mucha culpa Fossati, veterano en estas lides que no quiso exponerse al bien ensamblado seleccionado de Italia, pero también Juan Carlos Oblitas, el gerente de la Federación, sin cuyo visto bueno y del presidente de la FPF, hay cosas que no se pueden hacer o se deben hacer.
Hay mucha tinta o como decían en las tribunas del Estadio donde quedó demostrado, con la firma del «Toro», que el fútbol peruano no pasa de ser mediocre, de tercera categoría, de relleno para las exhibiciones de encuentros entre conjuntos donde cada jugador es una estrella que tiene brillo propio. Lamento recordable, pero al mismo tiempo que nos debería llevar a una reflexión seria, responsable. Hay que tener en cuenta para eso, que Perú estuvo presente en el primer mundial de fútbol que se disputó en Uruguay y en donde terminó último, así como ha ocurrido en años siguientes y como acaba de ocurrir ahora. El hecho de haber tenido algunas individualidades a lo largo de la historia, no lastima la gloria de estos. Pero la gran mayoría ¿dónde terminaron? ¿dónde están los de ahora? ¿Cuántos figuran en las grandes ligas, aunque sea como suplentes? No hay tales figuras. Como tampoco tenemos dirigentes idóneos, ni organizaciones profesionales que puedan tener ese título. Y si así es el gran problema del fútbol, intocable por las reglas que rigen la existencia de ese gran negocio que se llama la FIFA, entonces lo que queda es iniciar la conversión desde adentro, siempre que se entienda que es un asunto de interés público, en el cual prima la rentabilidad que deja la asistencia masiva de la afición a los estadios. Si en otros países lo han logrado y están apareciendo nuevos socios, por qué no puede hacerse lo mismo aquí, entre nosotros. Es tiempo de cambios, antes de que venga otro «toro» y nos mande a la enfermería, no para curar las heridas sufridas por las cornadas, sino más bien para llamar al cura y le de los santos oleos al fútbol peruano.
Fossati sobre choque contra Argentina. “La producción más floja de los tres partidos”
Foto X La Bicolor